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Sarajevo, tres meses depués

Las dos últimas escenas del descorazonador drama bosnio se han desarrollado por así decirlo ante nuestros ojos en un intervalo de tres semanas.Primera: la noble, pero patética intervención del presidente de Bosnia-Herzegovina ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el pasado día 7 de septiembre. "Tenemos la impresión -dice Alia Izetbegovic- de que nadie está encargado de aplicar las resoluciones de la ONU o de que alguien impide su ejecución. (...) Si por una razón cualquiera el Consejo no está dispuesto a cumplirlas, debería reexaminar entonces el embargo de armas que nos afecta. Defiéndannos o dejen que nos defendamos. No tienen ustedes el derecho de privarnos de ambas cosas a un tiempo". Según testimonio de varios corresponsales de prensa, sus palabras son acogidas por un estruendoso silencio que se prolonga hasta los límites de lo soportable. "Nadie tiene nada que decir", pregunta la embajadora norteamericana al borde de las lágrimas. Los comentarios en los pasillos de algunos delegados merecerían formar parte de la historia universal de la infamia: "indiscriminación de la comunidad internacional", "discurso inútil", "alegato impreciso". Las palabras conmovidas de Mrs. Albright son descalificadas como "puramente morales" en la medida en que no expresan la posición real de la Administración Clinton. "Todos estamos de acuerdo con ella, dice confidencialmente el embajador de un país no alineado, pero del dicho al hecho hay como siempre un gran trecho". El capítulo de dieciséis meses de promesas incumplidas, declaraciones solemnes convertidas en letra muerta, "resoluciones enérgicas" arrojadas sin más a la papelera, concluye así entre comidillas, cinismo, lágrimas compasivas y silencio, un denso y agobiador silencio.

Segunda escena: el 28 y 29 de septiembre, una asamblea de notables musulmanes y luego del Parlamento bosnio elegido en la euforia de la independencia rechazan el mal llamado plan de paz que consagra el desmembramiento del Estado soberano de Bosnia-Herzegovina en tres miniestados fundados en criterios étnicos: entre el peligro real de la "extinción biológica" de la nación musulmana de los Balcanes o el aval a la limpieza étnica y el genocidio de los radicales serbios sin obtener siquiera un Estado viable con garantías internacionales, la elección numantina de los diputados intelectuales y personalidades político-religiosas de Sarajevo no pueden sorprendernos. "Todo el mundo en la Cámara desea el fin de esta guerra", escribe Gordana Knezevic, conocida redactora de Oslobodenje, pero nadie quiere firmar la sentencia de muerte de Bosnia". Desvanecidas las ilusiones de una intervención de la comunidad internacional o al menos de una presión de la misma a los agresores para arrancarles un acuerdo aceptable, el dilema que atenaza a las víctimas no les concede salida alguna. "Si nos quieren liquidar como Estado, dice el vicepresidente Eyup Ganic, si el mundo admite la legitimación del genocidio, así sea. Pero no nos pidan la firma para decir a las generaciones futuras que nosotros estábamos de acuerdo".

La impotencia o mala fe de la comunidad internacional en poner freno a la barbarie han desembocado en una situación en la que la tragedia del pueblo bosnio amenaza acrecentarse y multiplica sus efectos perversos: mientras las poblaciones acorraladas y hambrientas de Sarajevo, Mostar, Srevenica, Gorazde y otras supuestas zonas de seguridad establecidas por la ONU no pueden aguantar otro invierno de asedio sin sucumbir de manera masiva, la frágil tregua de un mes y medio entre la Armía bosnia y los radicales serbios no ha impedido a éstos proseguir su purificación en las áreas adquiridas por la fuerza: asesinatos a mansalva en Prejidor; acoso a la población musulmana en Gradisca, en donde la totalidad de la misma ha solicitado la protección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR) para abandonar el lugar; demolición a cañonazos de las últimas mezquitas de la antaño pluriétnica Banja Luka, cuyos habitantes, según un informe interno de la ACNUR divulgado en la prensa inglesa, son sometidos diariamente a toda clase de vejámenes, intimidaciones, torturas. "Nos preguntamos, reza el informe, cuándo los residentes musulmanes serán obligados oficialmente a exhibir estrellas amarillas [en su caso, medias lunas de este color]". Por otro lado, la intensificación de los combates entre croatas y fieles a la presidencia bosnia en su arrebatiña por un espacio vital de Vitez a Mostar ha originado la creación de siniestros centros de detención por parte del Consejo Croata de Defensa (HVO), que nada tienen que envidiar a los que escandalizaron el mundo en 1992 tras su descubrimiento en los territorios controlados por los serbios. Informes concordantes de la Cruz Roja y de Tadeusz Mazowiecki, representante de las Naciones Unidas para el respeto de los derechos humanos en la ex Federación Yugoeslava, hablan de "condiciones brutales y degradantes" en el helipuerto de Rodec, en Dretejl y Gabela: numerosos prisioneros hacinados en hangares cerrados y sofocantes habrían perecido de asfixia o deshidratación. La proliferación de los horrores de la purificación étnica -considerada aún por ciertos dirigentes serbios como un "fenómeno natural"- ha contagiado desdichadamente en los últimos tiempos el campo musulmán. Las tensiones intercomunitarias en las zonas bajo dominio de la presidencia bosnia consecutivas a la llegada de centenares de miles de refugiados han inducido a los croatas y serbios de Zenica, temerosos de sufrir su venganza, a buscar refugio en las áreas controladas por sus paisanos, pese a los esfuerzos de las autoridades de Sarajevo por impedirlo y ser acusadas a su vez de participación en la limpieza.

Ante la imposibilidad de abarcar ahora el conjunto de consecuencias catastróficas de la inhibición occidental ante los desmanes racistas y normas tribales de Milosevic, Seselj, Karadzic, Mate Boban y congéneres, me limitaré a tocar algunos puntos sobre los que se impone una reflexión colectiva.

1. Como escribe Herman Tertsch, a quien cito, "Occidente tenía en Bosnia a un pueblo musulmán que parecía creado para facilitar y estrechar las siempres difíciles relaciones del mundo islámico en Europa. Nadie admiraba más a Occidente que estos bosnios en comunión con los ideales de tolerancia, multiculturalidad y Estado laico. (...) Hoy [tras lo ocurrido], son muchos los que se vuelven hacia la religión en busca de identidad. Si los matan por ser musulmanes, quieren saber lo que significa profesar este credo".

Del mismo modo que decenas de millares de judíos laicos y socialmente integrados en los Estados democráticos del mundo occidental descubrieron y ahondaron en su judeidad con la llegada al poder de Hitler, los musulmanes bosnios, según pude advertir en mi estancia en Sarajevo, experimentan un proceso parecido. En la reciente asamblea de notables reunida en la ciudad, nadie se preocupaba ya de mantener la ficción de esta efímera y huera Federación de Repúblicas Bosnias inventada en Ginebra. Conscientes de que sus compatriotas croatas y serbios se unirán a la Gran Croacia y a la Gran Serbia en cuanto las circunstancias lo consientan, los oradores allí presentes admitieron la muerte de la Bosnia pluriétnica por la que lucharon con heroísmo y preconizaron la creación de una república musulmana. "Marginados y demonizados por la Europa cristiana" que "ha tolerado la cruzada" emprendida contra ellos, según palabras de uno de sus intelectuales más

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Juan Goytisolo es escritor.

Sarajevo, tres meses después

Viene de la página anteriordestacados, los bosnios se aferran a un clavo ardiendo. El eventual nacimiento del primer Estado musulmán europeo será así la consecuencia paradójica de la pasividad occidental frente al exterminio de quienes defendieron hasta la muerte los principios e ideas inscritos en las constituciones democráticas europeas.

2. Esta nueva situación creada por "la aprobación sin vergüenza, las muecas de compasión o la indiferencia estúpida con las que las clases altas de Europa han contemplado el asesinato de una nación" -aunque no esté de moda citarlo, evoco aquí las elocuentes palabras de Marx tocante a Polonia, a raíz de los sucesos de 1848- plantea un problema dramático a las decenas de millares de sarajevitas de origen croata y serbio que luchan por preservar el cosmopolitismo de la ciudad frente a la embestida tribal de los chetniks. Tras haber combatido hombro a hombro con los musulmanes en las trincheras, trabajado con ellos en los hospitales y centros de socorro y sufrido los bombardeos y penurias del cerco por espacio de un año y medio, se enfrentan a un futuro sombrío si el nuevo Estado bosnio se desentiende de ellos y olvida su generosa contribución a la defensa de la capital. Aunque, para vergüenza de todos, la limpieza étnica sea hoy una realidad en la casi totalidad de Bosnia-Herzegovina, no ha alcanzado aún por fortuna a los habitantes de Sarajevo. Es deber de todos los demócratas y defensores de la causa bosnia unir nuestras fuerzas para preservar el ejemplar ecumenismo de la ciudad. Esto, al menos, podemos hacerlo con alguna esperanza de éxito. Después de los últimos y salvajes bombardeos, mi conclusión de pacifista es la misma que la de José María Mendiluce, uno de los mejores y más valientes testigos del drama yugoslavo: ¡sí a la injerencia humanitaria, sí a la intervención!

3. Asistimos desde el comienzo de la crisis a una contradicción flagrante entre lo que se proclama de cara a la galería y lo que se impone en las mesas negociadoras, entre las declaraciones solemnes del Consejo de Seguridad de la ONU y la política de Unprofor en el terreno. Refiriéndose al papel de las Fuerzas de Protección de las Naciones Unidas en el cerco de Sarajevo, el vicepresidente bosnio Eyup Ganic comentaba con amargura: "Lo que vemos aquí son soldados franceses y británicos que aplican la política de sus gobiernos. La ONU, ella, no aparece por ningún lado".

¿Inquina? ¿Exageración? ¿Afirmación tendenciosa? Los hechos, tozudos, le dan no obstante razón. La actuación de los cascos azules, cuando menos en lo que toca a la capital bosnia, rebasa y desvirtúa a menudo la ingrata y dificil misión que les fue confiada: de fuerza internacional de interposición destinada a proteger a las víctimas del asedio han pasado a ser la organización gestora del mismo en la medida en que aceptan el chantaje de los asediadores y colaboran discretamente con ellos.

Me permitirán sustentar tal afirmación con una serie de hechos significativos acaecidos o revelados muy recientemente.

Cuando evocaba en los párrafos finales del Cuaderno de Sarajevo la confiscación ante mis narices del correo confiado a un colega norteamericano por el suboficial de Unprofor que nos cacheaba en el aeropuerto y reproducía la afirmación peregrina de éste de que "sólo se podía sacar cinco cartas ", formulaba la pregunta: ¿participa Unprofor en el cerco de Sarajevo? Tras la publicación del artículo de Andreas Wittham Smith, 'Sarajevo, una ciudad que se aferra a la vida' en el periódico The Independent del 1 de septiembre de 1993, el interrogante deja de serlo. La incautación de mensajes de socorro de personas incomunicadas con el mundo exterior por espacio de dieciséis meses es, si no una norma, cuando menos una práctica usual. Dicho decomiso, corrobora Bill Tribe, realizador de Diario de Sarajevo para Channel Four, opera asimismo en sentido inverso: centenares de misivas dirigidas desde Inglaterra a los atrapados en la capital les fueron confiscadas a él y su equipo a su llegada al aeropuerto. ¿Forma parte dicha medida, cruel e inútilmente represiva, del mandato confiscado por las Naciones Unidas a los oficiales y jefes de Unprofor?

Pero las pruebas de dicha parcialidad no se detienen ahí: conforme al testimonio de Gordana Kkezevic, la redactora de Oslobodenje, otro periodista procedente de Gorazde sufrió la incautación de cuanto había filmado con el curioso argumento de su índole "tendenciosa" y "propagandística". El equipo de Channel Four fue objeto igualmente de una tentativa de confiscación parecida, frustrada por la entereza y sangre fría del realizador. Y otra vez acude a nuestros labios la pregunta: la censura de quienes muestran la trágica realidad del asedio y horrores de la limpieza étnica, ¿figura entre las atribuciones de Unprofor o es únicamente reflejo de la tenaz serbofilia y no menos incurable bosnofobia (o islamofobia) de algunos de sus miembros?

La lista de manifestaciones de hostilidad de ciertos oficiales y jefes a las víctimas del cerco podría llenar un pliego de cargos. El mismo Bill Tribe, en una carta abierta aparecida en The Independent, escribía: "El pasado invierno -mientras estaba en Sarajevo al servicio de la Agencia Bosnia de Prensa-, vi con mis propios ojos depósitos de las Naciones Unidas cargados de alimentos que no habían sido distribuidos porque eran "para los bosnios". ¡Quienes ensalzaban por estas fechas el heroísmo del general Morillon y levantaban su figura hasta los cuernos de la luna omitían reseñar en sus crónicas detalles como éste!

Concluiré mi pliego con un hecho revelador, que me fue referido por Nicole Stéphane, la realizadora del filme sobre el montaje teatral de Susan Sontag y confirmada luego por otras fuentes, ocurrido una noche, a primeros de agosto, en las pistas del aeropuerto de Sarajevo: un grupo de personas desesperadas intenta escapar del asedio al amparo de la oscuridad cuando en el cercano cuartel de los cascos azules ocupado por la Legión Extranjera, alguien da la orden de iluminar las pistas y ofrecer así un blanco fácil a la tarea de los francotiradores chetniks. ¡Esta intervención tan poco humanitaria -causante de un número indeterminado de víctimas- no respondía a todas luces ni a la letra ni al espíritu de las resoluciones del Consejo de Seguridad!

Tales hechos y otros que aquí no caben son lo suficientemente explícitos como para que nos replanteemos la cuestión del papel de Unprofor. Si el martirio de. Sarajevo por Karadzic y sus gentes va a prolongarse otro invierno, las Naciones Unidas han de velar por la estricta aplicación de sus principios. La ayuda humanitaria no debe resignarse al chantaje de los ejércitos agresores ni prestarse a servir de pantalla a las arbitrariedades de los gestores del cerco. La intervención de la comunidad internacional -aun en su forma actual minimalista y tacaña- tiene que obedecer a reglas precisas y claras. La primera, la de saber distinguir entre verdugos y víctimas y, a partir de ella, ayudar a éstas por todos los medios posibles en vez de contribuir directa o indirectamente a su sufrimiento y miseria.

4. El comandante de Unprofor en la ex Yugoslavia se lamentaba hace poco de que el voto de resoluciones de la ONU, sin dar a los militares los medios de aplicarlas, era directamente responsable de todos sus quebraderos de cabeza. El general Jean Cot tiene sin duda razón: la vulnerabilidad e impotencia de los cascos azules les ha convertido en rehenes de la estrategia serbia. Cada vez que las amenazas de recurrir a bombardeos aéreos para aflojar el cerco de Sarajevo parecían tomar cuerpo, los mandos de Unprofor han manifestado su oposición con la consabida razón de que "complicarían las cosas en el terreno". Como se vio bien claro tras la conquista de los montes de Bieleskina e Igman por las milicias de Karadzic, el despacho inmediato de cascos azules al área frustró las esperanzas de los sitiados: todo quedó en agua de borrajas.

Sin entrar ahora en el lamentable juego de rivalidades y competencias de la ONU, OTAN, Estados Unidos y ciertos gobiernos de la Comunidad Europea, me referiré, para acabar, a la paradoja burlesca que nos revela la crisis yugoslava. Después de haber enviado unos miles de soldados profesionales a Bosnia y Croacia, los países más implicados en la operación -Inglaterra y Francia-, han avalado las "nuevas realidades" creadas por la limpieza étnica con el "irrebatible" argumento de que cualquier acción militar de castigo causaría bajas en las filas de sus ejércitos. ¡Declaración asombrosa, que podría parecer cómica si no fuera en verdad macabra! ¡Mientras tiempos atrás se invocaba ritualmente la necesidad de velar por la seguridad de mujeres y niños ahora resulta que sólo cuenta la de los soldados de oficio!

¿Las víctimas de guerra deben ser exclusivamente civiles? ¡Quienes creíamos ingenuamente que los que ingresen en el Ejército por su voluntad lo hacen a sabiendas del riesgo de participar en misiones bélicas en las que sus vidas pueden correr peligro, descubrimos que vivíamos en otro planeta! ¡En 1993, el genocidio de 200.000 civiles es una mera noticia; la muerte de un puñado de mílites, una tragedia universal!

Hace ya algunos años, el genial cómico francés Coluche había anticipado y revenido contra esa insidiosa mutación a su regocijado auditorio. "En las guerras de antes, decía, había un 10% de pérdidas civiles y un 90% de militares. En la Primera Guerra Mundial, el porcentaje de civiles subió al 25% de las bajas totales. En la Segunda Guerra Mundial, los muertos fueron mitad y mitad". Coluche hacía una pausa y, con toda la gravedad de un catedrático de filosofía o moral, concluía: "¡En las próximas guerras habrá que ser militar!".

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