Diéresis, sindéresis y órganos glandulares
Mientras los precios de los pisos se estabilizan y los de las oficinas caen, los de las chabolas se ponen por las nubes. Resulta que, en Peña Grande, una chabola de 40 metros puede alcanzar el cuarto de millón. Qué vida. Repaso mis apuntes de la semana madrileña intentando encontrar una sintaxis, un orden entre unas cosas y otras, y lo único que veo son acontecimientos yuxtapuestos, sin otra relación entre sí que la de la mera contingüidad. Qué palabra ésta, contingüidad; he tardado un montón en escribirla porque no daba con la tecla de la diéresis. Lo que quiero decir es que no veo el modo de relacionar el precio de la subida de las chabolas con la caída de las torres KIO, que hasta Ruiz-Mateos, que es un indigente, se ha presentado a comprarlas, aunque le han parecido caras y está regateando.Y es que la realidad se ordena como una chabola, que entras en ella y lo tienes todo amontonado en el hall. Vamos, que no sabes cuándo estás en la cocina y cuándo en el dormitorio. A lo mejor no tienes ni que moverte para ir de un lugar a otro: ladeas la cabeza y has llegado al cuarto de estar. Todas las dimensiones domésticas conviven y se mezclan en unos pocos metros. En una casa normal, sin embargo, para alcanzar desde la dimensión del salón la dimensión de la cocina tienes que levantarte. En la chabola, basta con mover los ojos. Es como cuando haces zapping para pasar de la habitación de La máquina de la verdad a la de Quién sabe dónde. Los botoncitos del mando a distancia son la diéresis que separan unas cosas de otras, porque todas mezcladas, a la vez, serían desconcertantes para el pensamiento, sobre todo si en alguna cadena están pasando al mismo tiempo una película de Paco Martínez Soria.
A lo que iba, que junto a la subasta interrupta de las famosas torres encuentro a dos hombres que han violado a 23 mujeres, 23, antes de ser detenidos. Eran dos chicos normales -mecánico uno y guarda jurado el otro-, que ni siquiera estaban en el paro ni se picaban ni nada, sólo que cuando salían del trabajo se iban a violar en lugar de marcharse a la bolera. Yo, la verdad, no sé qué tiene que ver esta noticia con esa otra en la que dos yonquis mueren aplastados por el vehículo en el que huían de la poli, ni por qué junto a todo eso tengo que enterarme de que de dos discotecas inspeccionadas una de ellas tenía los extintores caducados. A lo mejor es que soy un maniático del orden, de ahí que intente articular unas cosas con otras para darles cuerpo, porque yo sólo entiendo la realidad como un corpus, que es lo mismo, pero en latín. Por ejemplo, aunque me empeño en seguir dócilmente el juicio de Alcalá 20, todavía no he logrado encajarlo en un mapa que le dé sentido; menos mal que le escuché decir a Juan Madrid que aquel incendio marcó el final de la movida, lo que ya es un intento de ordenación histórica que le agradezco mucho. Un abrazo, Juan.
Bueno, y me estoy alargando más de lo debido porque es que no quiero ni volver la vista al martes pasado, que fue cuando dos encapuchados llenaron de plomo a un señor a punto de jubilarse y a un crío, tras lo cual se fueron a explosionar un coche a la plaza del Marqués de Salamanca, en la que aparco cuan do voy a Crisol o a conversar con los amigos de Alfa guara. No hay modo de articular ese suceso en un corpus; lo más parecido entre las acciones de ETA y o e un cuerpo es el hígado, la única glándula informe del organismo. Donde ponen los pies, dejan una mancha irregular y roja como un hígado. No discriminan 04 porque ignoran la utilidad de la diéresis y de la sindéresis, que es una facultad del alma que sirve para des truir el diptongo entre el bien y el mal. Pues eso.
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