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Mil alumnos de Derecho se apelotonan en un pasillo cada día

Antonio Jiménez Barca

Es la una y media. Los estudiantes de una abarrotada aula de Derecho de la Universidad Complutense, situada en el tercer piso del edificio principal, escuchan las últimas palabras de la profesora, algunos sentados en el suelo, otros desde la puerta. La clase termina y empieza el lío: casi mil estudiantes de Derecho bajan amontonados, casi durante 10 minutos, por un estrecho pasillo, unas escaleras y un recodo que actúan de perfecto tapón. Mientras, una señora de la limpieza intenta abrirse paso a empeIlones.

La masificación de la Universidad no sólo se muestra en las aulas repletas, sino en la aglomeración de la salida, en las intentonas de coger un sitio en un autobús en el que no cabe ya ni un bolígrafo y en las colas en el servicio de mujeres.

"Esto es un agobio. Deberíamos estudiar aquí", dice un estudiante medio espachurrado dentro del pelotón inmenso que baja por el estrecho pasillo. "Y hoy no es de los días peores. El gran mogollón se forma cuando hay gente que quiere subir. Hoy, por suerte, va esto fluidillo" prosigue.

Momentos antes, la tuna ha pasado por las clases dando una especie de bienvenida al nuevo curso, pero se ha esfumado pronto, antes de que el aluvión comenzase.

Novatos y veteranos

Es en las primeras semanas de curso cuando estas escenas se suceden, sobre todo los martes, miércoles y jueves. Los estudiantes nuevos acuden siempre a clase y los veteranos también: hay que entregar fichas, husmear para enterarse de qué profesor toca, ver de nuevo a los compañeros, etcétera.

Después, la masificación se reduce un poco, pero mientras tanto los más de 15.000 estudiantes de esta Facultad de Derecho, como los de otras de la Universidad Complutense, conviven a diario con episodios a veces sorprendentes.

"En estos días a la gente le da por venir a clase y yo te puedo. jurar que he llegado a tardar 15 minutos en ir desde el bar hasta mi clase, que está en el tercer piso" cuenta Paloma, de 21 años, estudiante de cuarto de Derecho.

"Y en la secretaría, ¿qué?", pregunta Pablo, de 19 años, estudiante de segundo. "El otro día estuve esperando una hora para una gestión de 30 segundos: me dijeron que ya me lo mandarían todo por correo", añade el estudiante Pablo.

Una vez que se ha conseguido salir de la Facultad de Derecho, empiezan los problemas para poder abandonar la Ciudad Universitaria.

En la parada del autobús 62 se amontonan los estudiantes de Derecho dispuestos a tomar casi por asalto un sitio y dejar sin espacio y sin esperanza a los estudiantes de Periodismo, que tienen la parada 300 metros más adelante.

"Es que en este autobús, sobre todo a estas horas (13.40), hay casi que pegarse para poder montar", comenta Patricia, de 21 años, de cuarto curso, que espera, a su vez, en la cabina de teléfonos que se encuentra enfrente de la Facultad: "Sólo hay una cabina de monedas; las otras, o están estropeadas o son de tarjeta, así que toca también esperar aquí".

Ahí y en cualquier sitio. "Como sólo tenemos 15 minutos de descanso entre clase y clase, aunque a veces los profesores se toman más, pues no hay tiempo ni de ir al servicio de las colas que hay, sobre todo en el de las chicas, claro", dice la estudiante Patricia.

Para los que vienen en coche se dan también problemas de espacio. No todos caben. Esto desata una sorda lucha entre profesores y alumnos por el aparcamiento.

Cierto que los profesores tienen su sitio reservado, pero a veces la verja que impide el paso a. los alumnos está levantada. "Y si no, pues me cuelo", espeta un resuelto alumno. El problema, comentan los alumnos, no se reduce a la Facultad de Derecho. Hay otras facultades masificadas.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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