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Sin teléfono y sin pan

Cuando suena el teléfono en la casa de Javier, un empleado de banca de 37 años, tiene que dejarlo todo y subirse a una escalera metálica, coger el teléfono móvil instalado en la ventana -el único sitio donde se oye el aparato- y hablar muy cómodamente. El aparato, carísimo e inseguro, es el único nexo con el mundo para Javier y sus amigos, algunos de los 40 vecinos que viven permanentemente en el Jardín de Serracines (Fresno de Torote), una imponente serie de colinas que un promotor vendió en casi 500 parcelas a gente trabajadora a principios de los ochenta y ni siquiera había pagado.Llegó la legalidad en 1991, pero no todo se solucionó. Cuando Javier, su esposa, María Luisa -ambos trabajan en Madrid-, y su hija cambiaron el piso alquilado en la capital por la vida en el campo hace un año, había un solo contenedor de basura para todos, y los chavales bajaban a pie la colina para ir al colegio. La lucha vecinal ha conseguido más cubos que se recojan los trastos viejos y cuatro paradas del autobús escolar, pero no el teléfono. Telefónica, después de muchas gestiones, pidió empadronar a 220 vecinos. Ya lo han hecho y siguen esperando. Mientras, Javier hace 80 kilómetros diarios, tiene que comprar el pan y el periódico en Madrid, y si se le olvida el jamón de York al hacer la compra en el hipermercado, pues no se come jamón. Las cartas se recogen en el bar, muy lejos de casa, y las bombonas de gas, también.

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