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Reportaje:

Refugios de sexo, asfalto y luna

Cientos de amantes trazan con abrazos en los coches el mapa secreto de la noche

Los rincones más oscuros y apartados de la ciudad sirven para acoger los automóviles de los amantes sin techo. Algunos novios avezados colocan cortinas en sus coches y se cubren con mantas para protegerse del frío; otros enamorados de Bob Dylan tocan la guitarra para su novia mientras que los amantes más airados enarbolan un arma reglamentaria en cuanto se pretende hablar con ellos. Casi todos, incluso los que refocilan sobre el cuero de un BMW, sueñan con casas y camas amplias.

Nada más entrar en la Casa de Campo por el desvío de la carretera de Extramadura, tras sortear los puestos de prostitutas, aparecen las primeras hileras de cristales empañados. Destaca un BMW rojo como de ejecutivo con aspiraciones a Jaguar. ¿Por qué ahí y no en un hotel? "Bueno", contesta su inquilino, profesor de educación física, encorbatado y acompañado por una novia que estudia psicología, "las apariencias engañan mucho. No podemos ir todos los días a un hotel por muy malo que sea". ¿Y por qué allí y no en otro sitio? "Pssss, lo hacíamos en el Parque del Oeste, pero la policía nos dijo que lo debíamos hacer en los aparcamientos y no en los lugares de tránsito".

Ellos enfilaron el coche hacia un lado de la carretera mientras en el otro margen de la vía un hombre con acento guineano y su mujer, yacían cada uno en su asiento mirando hipnotizados la noche. "Dormimos, aquí, venimos de vez en cuando, no tenemos casa".

Por las carreteras de la Casa de Campo, una vez se sortean los puntos de prostitución se ve toda una feria de coches con los intermitentes encendidos que salen y entran del asfalto al barro. Pero la verdadera aglomeración, el mayor número de amantes por metro cuadrado, aparece en el aparcamiento del Zoo, silencioso, el suelo plagado de pañuelos de papel y el vaho en casi todas las ventanas del medio centenar de coches. Es el más nutrido de Madrid y el que reúne a los más exigentes. Ofrece buenos accesos, la sensación de seguridad por la cercanía de otros vehículos y, sobre todo, una intimidad de pinos y asfalto que no quiebra ni el rugido de los leones. Sólo falta que a algún avezado comerciante se le ocurra vender refrescos y cervezas. Allí recalan los buenos conocedores de un mapa nunca trazado, pero que circula por boca de basureros, policías, jardineros y amantes.

Dos viejos

Un jueves por la noche puede concurrir alguien que desentone, y en esta ocasión son dos hombres muy jóvenes, vecinos de Leganés, localidad muy próxima a la Casa de Campo, estudiantes de academias nocturnas, que llegan en un Renault 18, y se sientan a esperar a sus amigas, que aparecerán una hora más tarde. Cuentan que una vez vieron a dos viejos como de cuarentay muchos años con todo el utillaje: televisión portátil, comida y bebidas. Y cuentan que otros jóvenes llegan en furgonetas y algunos privilegiados en todoterrenos. "Se agradece un coche así", explica el de Leganés, "porque a veces te dan ganas de coger el freno de mano y las marchas y tirarlo todo por la ventana".

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Muy cerca de donde esperaban los de Leganés, aparecía al día siguiente el Volkswagen Gay de un técnico de televisión con su novia, otra estudiante de psicología. Un murmullo de hace dos meses llevó a oídos del técnico las excelencias del aparcamiento del Zoo. "Durante años fuimos al lago de la Casa de Campo, pero preferimos esto, porque aquí no hay putas ni travestidos".

El técnico ha probado el aparcamiento trasero de la Facultad de Ciencias de la Información y el del paseo del Marqués de Monistrol. Tantos años de práctica le han permitido desarrollar un sistema propio para retozar sin miedo a los mirones: las ventanillas del coche las tapa con unas camisetas a las que ha enganchado unas ventosas. Las lleva, siempre listas para el asunto, en el maletero, al igual que una tienda de campana y un infiernillo de gas. "Mi padre nunca mete las narices en mi maletero, no me va a descubrir". ¿Y dónde se hace mejor? El muchacho, con gravedad: "Durante mucho tiempo nos colocábamos en los asientos de delante, ahora probamos en los de atrás es distinto..."

Tal grado de "distinción" suele guardar estrechas conexiones con el tamaño del vehículo, aunque también con el lugar elegido. A veces se escoge el más cercano al arrebato amoroso, otras se actúa con premeditación.

Junto a ellos una pareja hace manitas en un Ford Sierra blanco. Él estudia COU y ella Ciencias Empresariales en Somosaguas. Se han tomado una sidra en Casa Mingo, en el paseo de la Florida, y, antes de llegar, conectaron el aire acondicionado "para calentar el arribiente". Al chico se le aprecian impulsos románticos. Con una guitarra toca Knock, knock, knock, knocking on Heaven's door (llamando a las puertas del cielo) cuando los reporteros llaman a las de su coche. Interrumpe la canción de Bob Dylan. Cuando se cansa pone en el radiocasete cintas de Prince o "cositas lentas", pero esta noche ha sacado el instrumento del maletero. Muy tierno. "Venimos a estar tranquilamente", dice. ¿Y no os molestan el freno de mano y el embrague? La pregunta tiene una rápida respuesta: "Las incomodidades son parte del juego. Aquí dominamos más la situación que en un hotel, tú eres el amo".

El boca a boca

Como tantos otros, descubrieron el lugar gracias a las indicaciones de amigos. Ésa es la vía de comunicación. El boca a boca que conduce a un hueco de intimidad bajo el ojo de la luna. Nunca faltan los sitios clásicos, conocidos incluso por los conductores de grúas piratas y los taxistas: el ce

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Refugios de sexo, asfalto y luna

VIENE DE LA PÁGINA ANTERIORmenterio de la Almudena, los números impares de la avenida d e América cuando desembocan en la carretera de Barcelona (en el lado de los pares sienta su base un nido de chaperos, jóvenes que venden su cuerpo a los homosexuales), la vía Lusitana del distrito de Carabanchel, la parte trasera de la Facultad de Ciencias de la Información... y la Casa de Campo. Este último es el paraíso de los picaderos: desde las pistas de tenis, hasta los bordes de las carreteras que cruzan los descampados. En total, 1.722 hectáreas de oscuridad (la misma extensión que 1.722 campos de fútbol) apenas interrumpida por los destellos de otros coches.

Pero los usuarios más precavidos no temen siquiera a las luces mientras el lugar garantice aislamiento. Así, en la primera vía de servicio de la carretera de Valencia, cuando se accede por la autovía M-30, aparece una hilera de coches en el arcén izquierdo con toda una gama de toallas y camisetas en las ventanas por si a algún automovilista se le ocurre aprovechar los focos de la carretera para adentrarse en la intimidad ajena.

A la mayoría le repele los hoteles por su precio, pero también porque descarnan sus intenciones y las exhiben en una factura, en el número de una habitación o en una firma en el libro de registro. El coche, en cambio, brinda un parapeto alejado de las miradas. Es la regla de oro. Las excepciones toleradas no superan la petición de tabaco desde otro coche. Ir más allá implica franquear un resbaladizo umbral.

"¡Que te vayas! ¡Para qué les dices nada!", aúlla ella. Él, que se mostraba con ánimo dialogante, acelera inmediatamente y deja tras de sí a los periodistas ("perdón, sólo queríamos saber quién os ha aconsejado este sitio"). La voz aguda y penetrante de la novia abroncándole se sigue escuchando a 200 metros.

Otros arremeten con más saña: "Os voy a dar una leche que ya veréis... Sí, sí periodistas... ya..., hijos de puta, mirones ahora voy a sacar una porra y os vais a enterar". Cuando nadie lo esperaba, el de la porra salió descamisado y con un brazo en cabestrillo:

-Venid aquí a por vuestro coche, que os vais a enterar.-Tranquilícese.

-¿Que me tranquilice? -salía a correr de nuevo detrás de los merodeadores y se volvía atrás, hacia su vehículo y el de ellos¡Ahora, ahora, venga, venid! ¡Mirad lo que hago!

En ese momento pasa el de Knoc, Knoc, Knocking y se va, sin interceder. Son las reglas del juego: uno es el dueño de la situación mientras no salga de su coche, y en su coche se van, él, la novia y la guitarra. Mientras tanto, el otro, enfurecido, le pega un porrazo al coche del periodista, a pesar de la oposición de su novia y de las palabras conciliadoras de otra pareja y reanuda la caza de quienes habían osado acercarse a su automóvil.

Tras una breve carrera en la oscuridad una mujer avisa a los fugitivos de que el de la porra ya se fue y ellos se precipitan sobre su coche. Se oyen chirridos de neumáticos torciendo una curva. Es el coche del hombre de la porra que aguardaba en la oscuridad el momento propicio para alcanzarles.

Logran arrancar antes de que él les pille y se inicia en ese momento una persecución por la Casa de Campo, a 100 kilómetros por hora en dirección contraria, que concluye cinco minutos más tarde cuando logran despistarle. Pero al tomar de nuevo la carretera de Extremadura en dirección a Madrid aparece el perseguidor obstaculizando el paso con su coche. La persecución, esta vez, sólo se prolongó un minuto.

A pesar de la variedad de asiduos a estos refugios -amigos de la toalla y la camisa en la ventanilla, virtuosos de la porra, ahorradores de BMW rojo-, el ambiente se muestra apacible.

Incluso con la indefensión que supondría hacer frente a cualquier atracador mientras la pareja se encuentra en el asiento trasero, sin capacidad de reacción para arrancar el coche y huir, la mayoría de las parejas se muestran confiadas. "Nunca hemos sufrido ningún percance", declaraba el técnico de televisión, "y oye, si ocurre, procuro tener siempre bien cerca la barra del antirrobo.

Alguna vez se les acercó algún mirón, pero con arrancar el coche y salir disparado, se acabaron los problemas. De hecho, en el momento en que se oye alguna voz en el refugio del zoo, los coches aledaños encienden las luces y se van de inmediato. La policía no se deja ver por entre los automóviles de los amantes. No corren los mismos tiempos que hace 30 años, cuando los amantes se veían obligados a deslizar algunos papeles de 20 duros en la mano del agente para no ir a comisaría.

Y el futuro lo tienen garantizado. Ninguno de los concejales de los 21 distritos de Madrid ha recibido denuncias de los vecinos respecto a los rastros y preservativos que pueda dejar en el suelo tanto amante sin casa. El concejal de Seguridad, Carlos López Collado, tiene bastante claro que nunca molestará la policía a estos jóvenes, mientras escojan refugios tan recatados.

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