Aviso para balompédicos
Merengues asilvestrados y colchoneros montaraces, en momentos de frenesí, se refocilan con estatuas y perpetran ritos paganos en el centro de Madrid sin importarles la presencia de menores y señoras de edad. Los blancos se solazan con la Cibeles; los rojiblancos, con Neptuno. Ambas querencias no son fruto del azar, sino de la necesidad y el fatalismo. Las biografías de la diosa Cibeles y de su hijo Neptuno están hechas a la medida de sus adoradores. Los dos son patronos respectivos de talantes balompédicos enfrentados y dogmáticos.La subsodicha Cibeles, también conocida como Rea, era fina. Esposa de Cronos, tuvo historias borrascosas con otras muchas deidades. Ambiciosa y de mal perder, sus secuaces celebraban en su honor liturgias bárbaras y ritos orgiásticos para calmarla.
Su hijo Neptuno, alias Poseidón, destacó como eterno perdedor en sus disputas con los dioses; pero él se consolaba, tridente en ristre, consumando promiscuidades sin freno y disfrazándose de toro, delfín, caballo, pájaro o carnero para gozar impunemente de sus víctimas.
Cibeles está aburrida y triste; padece el síndrome de Michel (melancolía que sufren los espíritus sensibles cuando sospechan que las masas no les comprenden). Ahora que la música merengue impera, los merengues, aquejados de esclerosis múltiples, sólo cantan el miserere y se mueven con el baile de San Vito. Desde el cercano palacio de Linares, el fantasma de don Santiago Bernabéu otea perplejo.
Neptuno, por su parte, está que trina contra su madre, contra Gil, contra el orden futbolístico establecido y contra Vázquez Montalbán, ilustre barcelonista que ha emitido un alegato sibilino a favor del Madrid. Montalbán da por sentado que Madrid y Barça se necesitan mutuamente, lo cual es recalcar el talante segundón del Atlético, para quien el padre de Pepe Carvalho no ha tenido ni una palabra de conmiseración.
Cibeles languidece, Neptuno brama. Aunque todas las estatuas tienen la cara muy dura, también padecen de mimetismo. El mal puede extenderse a Colón, a Castelar, a la Mariblanca, al caballo de Espartero, al oso y al madroño. Si blancos y rojiblancos no se ponen las pilas de inmediato, nos quedamos sin estatuas y Madrid caerá en manos de los iconoclastas. En situaciones de emergencia es preciso que los seguidores de ambos equipos olviden sectarismos dogmáticos y enciendan una vela al dios blanco y otra al demonio rojiblanco. Se puede amar al Madrid y querer al Atlético a la vez, y no estar loco.
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