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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Victoria y derechos

"UNA VICTORIA que no da derechos, pero crea más responsabilidades y obligaciones". Así describió su triunfo electoral del 3 de octubre el presidente argentino, el peronista Carlos Menem.Lo que quería decir en realidad era que, pese a conseguir en torno al 42% de los votos en los comicios celebrados el pasado domingo para la renovación de la mitad de la Cámara de Diputados (127 de un total de 254 escaños), se había quedado corto. Menem necesitaba controlar los dos tercios del Parlamento para conseguir cambiar la Constitución e introducir una enmienda que le permita aspirar a la reelección para un segundo mandato presidencial. Tampoco los 126 escaños de su Partido Justicialista le dejan a dos de la mayoría absoluta, sino a cuatro, porque el reglamento de la Cámara exige que se disponga de 130 diputados para ello, y no de los 128 matemáticamente correctos.

Dicho lo cual, lo que resulta insólito y ciertamente un éxito casi sin precedentes es que, en el cuarto año de una presidencia argentina, el partido gobernante haya conseguido un triunfo legislativo y lo haya hecho superando en más de 10 puntos a su inmediato y tradicional rival, la Unión Cívica Radical. No ocurría desde tiempos del mismísimo Juan Domingo Perón, en los años cincuenta.

Semejante endoso no puede ser entendido sino como la aceptación masiva de la política económica seguida a lo largo de los cuatro años de la presidencia justicialista, incluso si el autor del milagro argentino, el ministro Cavallo, se tiene que conformar con la derrota de su candidato en Córdoba. Más aún, el electorado parece haber olvidado los escándalos de corrupción y nepotismo que a lo largo de los últimos años han salpicado a la familia del presidente, tanto en la Casa Rosada como en su feudo provincial de La Rioja.

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Los radicales, con el 30% de los votos, suman su cuarta derrota consecutiva en unos comicios, y, para su mayor desolación, incluso han perdido sus dos bastiones tradicionales: en la misma capital federal y en la provincia de Buenos Aires. En buena medida, el resultado les ayudará a clarificar el asunto de la sucesión en la jefatura del partido, que se disputan dos personalidades: Federico Storani, estrepitosamente derrotado en Buenos Aires, y Eduardo Angeloz, a quien Menem derrotó en las presidenciales de 1989, pero que ha triunfado ahora. Sigue a los justicialistas y los radicales la formación de los carapintadas del ex coronel golpista Aldo Rico, que se convierte en la tercera fuerza política argentina, con un 5% de los votos; no es gran cosa para este rimbombante Movimiento para la Dignidad y la Independencia Nacional, rémora de los tiempos de la peor de las dictaduras para Argentina.

Y así, si Menem no consigue imponer su reforma constitucional, el vencedor en la provincia bonaerense, el peronista Eduardo Duhalde, se convertirá inevitablemente en el sucesor del presidente en la lucha por la Casa Rosada en 1995. Todo depende de si, en la nueva configuración de la Cámara, el presidente Menem consigue una alianza con los radicales o con un grupo desgajado de éstos para hacer posible su deseada reforma constitucional que le abra el camino hacia un segundo mandato. La alternativa, si fracasa en el intento, es la convocatoria de un referéndum sobre la cuestión, que, aunque no vinculante, ejerza gran presión moral sobre el Parlamento.

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