Beatles
Están en todas las radios, salidos de un abismo de 30 años: son los Beatles, cuya obra acaba de ser recopilada en discos compactos. Ellos fueron, a mis 11 o 12 años, los únicos ídolos que jamás he tenido. Prometían cambios fabulosos en el mundo y la llegada de mi adolescencia: me enamoré sucesivamente de todos ellos, menos del pobre Ringo. El corte de pelo que llevaban, que hoy sería decente hasta para un obispo, resultaba entonces escandaloso. Mucho ha evolucionado la vida en estos años mientras la Tierra giraba sobre sí misma ciegamente.Oigo ahora sus canciones y se produce un extraño prodigio: las entiendo. Entonces, en la niñez, sin saber ni una pizca de inglés, me aprendía las letras de oreja y de memoria. Y así, hasta el día de hoy siempre he tarareado, sin saber qué decía, cosas como: "ls bin ejars deis nai / anaibin nokin laike doooo / is bin ejars deis nai / an sus bislipin laike loooo". Pero hoy las sílabas se ordenan mágicamente y las palabras emergen como sólidas islas de entre el fango primordial. Ahora sé inglés y por primera vez me doy cuenta de que dicen: "It's been a hard day's night / and Fve been working like a dog / lt's been a hard day's night / I should be sleeping like a log", y que eso signifca la siguiente simpleza: "Es la noche de un duro día / y he trabajado como un perro / es la noche de un duro día / debería estar durmiendo como un tronco". Hoy todas esas canciones, oscuros conjuros de infancia, se desvelan por sí solas deshaciendo el enredado garabato de la inocencia, esto es, de la ignorancia. Esto debe de ser el milagro de la madurez: comprender al fin el sentido oculto de las cosas. Entender no sólo la música de la vida, sino también las letras. Aunque siempre queden infinitas canciones interiores que una todavía no ha descifrado.
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