Es peor hacer la denuncia
El día 10 de septiembre, a las 10.45, me dirigí a la comisaría más próxima para cumplir con mi deber ciudadano de denunciar un robo (un número más para las estadísticas). En la ventanilla de entrada registran mis datos personales y me invitan a que pida la vez en el pasillo y espere turno. Tengo suerte, sólo hay tres personas delante. El reloj corre sin piedad y ante nosotros desfilan en todas direcciones y repetidamente policías de uniforme y supongo que de paisano. Ya son las doce de la mañana y el grupo desesperante de la espera ha aumentado a ocho sin que nos hayan citado a uno solo. No puedo quedarme por más tiempo y decido volver en mejor hora. Vuelvo a las 13.45 y el oficial de la ventanilla, que me reconoce, me invita a pasar con una sonrisa indicándome que ahora sí porque no hay nadie esperando. ¡Soy afortunado, soy el primero!Y sigo esperando dócilmente...
Sobrepaso la puerta de la oficina correspondiente para comprobar si hay alguien y sí: hay varios funcionarios que me indican rápidamente el pasillo para esperar. Pero no estoy solo, poco a poco van llegando desafortunados denunciantes hasta que formamos un grupo de cinco; son las 14.30 y me invitan a pasar. Dos funcionarios me dan, sin yo pedirlo, una clase gratuita para analfabetos como yo en el manejo de orden-adores, hasta las 15.00. Salgo de la comisaría con el decidido propósito de no volver a hacer una denuncia. He perdido una bicicleta y..., lo que es peor, casi toda una mañana para conseguir nada. Estoy en el siglo I y pienso como Mariano José de Larra.
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