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Los laboristas británicos ponen fin a la hegemonía sindical sobre el partido

Enric González

El Partido Laborista (PL) británico se convirtió anoche, por fin, en una auténtica alternativa a los conservadores. Tras un debate dramático y por sólo un puñado de votos, John Smith, el líder del partido, consiguió acabar con la hegemonía sindical en el partido y, de paso, reforzó su posición personal como aspirante a primer ministro. La vieja cuestión de la excesiva influencia de los sindicatos, un factor esencial en las cuatro derrotas electorales consecutivas, quedó resuelta entre lágrimas y abrazos.

La jornada de ayer, la más importante del congreso anual en Brighton, concluyó con una gran victoria para John Smith. Pero no fue un triunfo fácil. Fue necesario votar seis propuestas y cinco resoluciones, con resultados a veces contradictorios entre sí, hasta alcanzar la decisiva cláusula E, cuyo enunciado, relativo a la selección de candidatos al Parlamento, era engañosamente anodino. Al conocerse el resultado, 47,6% de votos a favor de la reforma y 44,3% en contra, Smith calificó el momento de "histórico".Desde ayer, sólo los afiliados al PL podrán elegir a los candidatos. John Edmonds y Bill Morris, los dos principales sindicalistas opuestos al cambio, ya no tendrán en la mano dos millones de votos, más que el total de militantes. Los conservadores, a su vez, ya no podrán agitar con tanta razón como hasta hora su más efectivo espantajo electoral: vote laborista y pondrá a los sindicatos en Downing Street.

Entre los sindicatos opuestos a la reforma, la derrota escoció. Bill Morris manifestó que la conferencia había aprobado varias propuestas contradictorias, entre ellas una presentada por él mismo, y que la ejecutiva del partido debería clarificar hoy la situación. El asunto, sin embargo, estaba claro desde el principio: la cláusula E de las resoluciones era vinculante, las propuestas no lo eran.

La decisión de ayer abrió heridas y, durante algún tiempo, el llamado sector tradicionalista (parte de los sindicatos y el ala más izquierdista de la militancia) renqueará por la derrota. Pero John Smith (un hombre célebre por su pactismo y su cautela, al menos hasta el audaz envite de esta semana) preparaba ya anoche, con la ejecutiva del partido, fórmulas de conciliación entre vencedores y vencidos.

Antes de que se votara, Smith había puesto toda la carne en el asador: "Como líder de nuestro partido, cargado con la responsabilidad de asegurar la victoria, digo a esta conferencia que los cambios que propongo son vitales, absolutamente centrales, en nuestra estrategia para alcanzar el poder", afirmó en un tenso discurso. El sindicalista Morris declaró a su vez que el cambio propuesto sólo tenía importancia para la gente que, de todas formas, nunca votaría a los laboristas.

Al final, Smith ganó porque unos pocos delegados dubitativos no se atrevieron a destrozar su autoridad como líder, sólo un año después de la dimisión de Neil Kinnock.

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Otro controvertido personaje que ayer ganó en estatura fue el diputado John Prescott, un antiguo marinero y sindicalista del ala izquierda que jamás se llevó bien con Kinnock. Contra todo pronóstico, Smith encargó a Prescott que cerrara el debate y pidiera, en nombre de la ejecutiva, apoyo a la reforma.

Con la oratoria clara y directa que requería la ocasión, rozando la brutalidad en algún pasaje, Prescott echó mano de las dos pesadillas laboristas (los conservadores y los medios de comunicación) para conminar al sí a la conferencia. Los sindicalistas y delegados, remitidos por sus bases con voto libre y aquellos que aún dudaban, se pasaron al bando reformista.

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