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Un encuentro bajo los ojos de Dios

El Papa y el Gran Rabino israelí se entrevistan tras 2.000 años de "incomprensiones históricas"

Un shalom pronunciado por Juan Pablo II, al recibir ayer en Castelgándolfo al Gran Rabino Israel Meir Lau, máxima autoridad religiosa judía, con el que conversó en inglés durante media hora, puso fin a 2.000 años de "incomprensiones históricas, incluso graves", como dijo después el comunicado vaticano, entre dos de las tres grandes religiones monoteístas.Un encuentro calificado por la Santa Sede como "muy cordial" y "de naturaleza- religiosa", pero que "reviste un significado especial en estos días particularmente importantes y delicados para la paz en Tierra Santa y en Oriente Próximo, tras largos y dolorosos conflictos".

Encuentro de "significado especial" en el que no se tocó la principal espina que el Estado fundado por Ben Gurioni tiene con el fundado por san Pedro: el reconocimiento de Israel por parte de la Santa Sede y el establecimiento de relaciones diplomáticas, que va para más largo que una posible fase intermedia, en la que podrían intercambiarse un delegado apostólico vaticano y un enviado especial israelí.

Ayer, Israel Meir Lau y Juan Pablo II, que salpicaron su charla -a la que asistió también el hermano del Gran Rabinocon palabras polacas, acercaron sus posiciones espirituales, aunque la Santa Sede haya querido dejar claro que el establecimiento de relaciones diplomáticas no es cosa que esté al caer. Solucionado el problema de los palestinos, con la reciente paz, Romasigue exigiendo el reconocimiento de la Iglesia como ente de derecho público internacional, y soluciones concretas en temas de educación, estatuto jurídico económico y acceso a los santos lugares.

Pero, polaco el Gran Rabino y polaco el Papa, y puestos ambos en una situación en la que los acontecimientos han venido rodados para que no pudieran seguir dándose la espalda, se declararon satisfechos del encuentro, en el que Meir Lau -que, además del hermano, llevó a Castelgandolfo a su esposa, aunque dejó en casa a sus ocho hijos y 22 nietos, para los que el Papa se prodigó en bendiciones- regaló a Juan Pablo II un sofar, o cuerno de plata, y el jefe de la Iglesia católica le correspondió con las habituales medallas de su pontificado.

El Gran Rabino llegó a la residencia de verano de los papas bastante más por la labor de lo que estaba su interlocutor, contando en los periódicos hasta lo bueno que fue Wojtyla cuando era sólo cura en Cracovia y se negó a bautizar al hijo de unos judíos muertos en Auschwitz, que fue recogido por una familia católica, al enterarse de que sus progenitores hubieran querido que fuera judío como ellos.

Juan Pablo II habló de nuestros hermanos mayores refiriéndose a los hijos de Israel, agradeció a Meir Lau que le reiterara la invitación a visitar la Ciudad Santa y, con el toque apocalíptico que gusta dar a las frases solemnes, aseguró: "El tiempo de una visita a Jesuralén se está acercando". Desde luego, se acerca a mayores pasos que las relaciones diplomáticas de la Santa Sede con Tel Aviv.

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