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Tribuna:
Tribuna
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La consagracion de Washington

Tras haber sido enemigos complementarios, israelíes y palestinos se transforman, a su pesar, en aliados solidarios: de ahora en adelante tienen los mismos adversarios. El destino de Yasir Arafat, nuevo líder en el bando de los árabes moderados, está en manos de los estadounidenses, los europeos e Israel...1. Hasta el último momento, se dudó de la oportunidad de la espectacular demostración de Washington. En primer lugar porque, en un país en el que se asesina con tanta facilidad a los presidentes, se podía muy bien temer que, entre 2.000 invitados, Yasir Arafat o incluso Rabin pudieran ser víctimas de algún fanático.

Después, porque el partido que esperaba sacar de ello Bill Clinton sólo era comparable a su indiferencia inicial. Si hay alguna Administración estadounidense a la que esta paz deba algo, es en primer lugar la de Jimmy Carter. Después, y sobre todo, la de George Bush y James Baker. Nada era factible sin los acuerdos de Camp David y la paz entre Jerusalén y El Cairo. Sin la guerra del Golfo y la autoridad que ésta confirió a Bush y Baker para ejercer presión sobre los países de la alianza nada era posible.

Por último, los acuerdos de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) constituyen más un convenio para poner a prueba a ambas partes que una solución definitiva de los puntos esenciales. El catálogo de las cuestiones que quedan por negociar sigue siendo muy extenso.

2. Ya se puede respirar. Las ceremonias se han celebrado sin ningún atentado. La alusión al papel de Jimmy Carter y de George Bush ha hecho que se olvide que Bill Clinton y los suyos, informados de las entrevistas de Oslo a mitad de trayecto, no creyeron en ellas ni por un momento. Además, se ha insistido acertadamente en el hecho de que se consagraba una voluntad más que un resultado, una revolución de las mentalidades más que la realización de un proyecto.

En Washington se ha celebrado ese fenómeno siempre prodigioso que conduce a dos enemigos supuestamente irreconciliables, incluso hereditarios, a transformarse un buen día en aliados para aún no se sabe exactamente qué. En efecto, en este caso no es el objeto de la negociación, sino la designación recíproca de los negociadores y la decisión de negociar, IQ que suscita un torrente de reacciones: inmensas esperanzas y enconadas protestas.

3. Israel no necesitaba que se le festejara en Estados Unidos. En cierto modo, le festejan todos los días. Y Rabin no sacaba ninguna ventaja de ello: él es israelí y uno de los jefes de Gobierno extranjeros más populares allí. En cambio, la OLP y Yasir Arafat han recibido una consagración que hace tan sólo un mes nada permitía presagiar.

Por el contrário, los prejuicios estadounidenses contra el líder palestino no dejaron de intensificarse desde que finalizaron las famosas entrevistas de Túnez y, sobre todo, desde que Yasir Arafat diera su adhesión a Sadam Husein. Durante su campaña electoral, Bill Clinton, con la idea de seducir a su electorado judío, se comprometió más o menos a no reconocer la representatividad de la OLP. De todas maneras, desde James Baker, el objetivo del Departamento de Estado estaba claro: había que conceder prioridad absoluta a la paz entre Siria e Israel.

Lo que sucedió el lunes en Washington da la espalda a esta línea política. La autoridad así conferida a un hombre, Yasir Arafat, al que los sirios han intentado asesinar en varias ocasiones altera toda la política árabe en Oriente Próximo y entraña el peligro de radicalizar la postura del presidente sirio, Hafez el Asad, que nunca ha renunciado a la intención de ejercer una tutela indirecta sobre Líbano, Jordania y los palestinos.

4. Yasir Arafat ha sido consagrado como un líder árabe antiex-tremista y anflislamista. No es algo que se derive de sus profesiones de fe, sino del bando que ha elegido. Los únicos que lo amenazan de muerte son sus antiguos compañeros a los que se llamaba izquierdistas, al.gunos de los cuales dicen seguir siendo comunistas o marxistas, y, sobre todo, los fundamentalistas religiosos. Son también los aliados, a veces incondicionales, de Estados como Irán o Siria. De la noche a la mañana, el guerrillero tercermundista, el amigo de Bréznev, de Fidel Castro y de Sadam Husein, se ve ascendido a la categoría de defensor emérito de Occidente y de instrumento voluntario de la paz americana. De ello puede deducirse que Yasir Arafat se ve ahora en la obligación de obtener lo más rápidamente posible resultados que justifiquen su conversión a la política de acuerdo y de paz.

Y más cuando los nuevos enemigos de Israel no son todos partidarios de la desaparición del Estado de Israel. Un hombre como Mahmoud Darwish, poeta nacional, de inteligencia aguda, que desempeñó con el presidente de la OLP la función de ministro de Cultura y que fue durante mucho tiempo su íntimo colaborador, ha subrayado que el principal reproche que hacía a los acuerdos de Oslo era que el reconocimiento de Israel por parte de la OLP no estuviera compensado por el reconocimiento por parte de Israel del derecho de los palestinos a constituirse como Estado. Yasir tendrá que aportar pruebas de que sus enemigos -y, sobre todo, sus adversarios pacíficos- se equivocan.

5. Los palestinos signatarios de los acuerdos cuentan para empezar con el carácter positivamente explosivo de la coincidencia entre la llegada a Gaza y a Jericó de un gran líder histórico como Arafat y la salida de las tropas israelíes de esos mismos territorios. A los nuevos enemigos y adversarios de Arafat va a resultarles dificil denunciar la parte de los acuerdos que contempla la salida de las tropas de ocupación. Sobre el terreno, se vivirá el sentimiento de autonomía, aunque la realidad de esa autonomía sea parcial en las disposiciones de Oslo. Los mismos palestinos querrían poder contar también con la ayuda Financiera de los saudíes, de los emiratos y de los europeos para, al menos en un primer momento, moderar el desastre económico que padecen las poblaciones, sobre todo en Gaza.

6. Suponiendo que este proyecto se realice, pronto resultará evidente que es insuficiente. La miseria es demasiado grande y los enemigos de Arafat demasiado poderosos como para que la partida pueda ganarse fácilmente. Pero esta partida ya no interesa sólo a los palestinos. Son los israelíes quienes, aún más que los vecinos árabes, descubrirán que repercute de manera esencial en sus intereses asegurar el éxito de su nuevo aliado palestino. Eso es lo que ha cambiado radicalmente. Los acuerdos han generado una complementariedad impuesta por el hecho de que israelíes y palestinos van a tener los mismos enemigos.

No creo que en el bando israelí se haya ignorado en qué puede desembocar esta dinámica. Pienso incluso que una mente tan apasionada de la historia como Simón Peres (aunque a veces se tome algunas libertades con la historia de la guerra de Argelia) no subestima el hecho de que los acuerdos siguen cargados de aspectos potenciales innecesarios. Por otra parte, la elección de un interlocutor nunca es inocente. Ningún israelí piensa que Yasir Arafat pueda renunciar a la independencia, a un Estado. Cada líder pide a su bando tiempo para comprobar empíricamente lo que es posible y lo que no lo es en el camino de la coexistencia de dos Estados. A eso es a lo que me refería al hablar de un acuerdo para poner a prueba.

. Pero si estas observaciones están bien fundadas, es de esperar que los israelíes, para consolidar la postura de Arafat en un contexto profundamente modificado, juzguen indispensable desencadenar un proceso cuyo desarrollo está previsto que dure cinco años. Después de todo, De Gaulle, a quien tan a menudo alude Simón Peres, decidió retirar la flota francesa de Mazalquivir y evacuar la base de experimentación nuclear de Reggane, en el Sáhara, mucho antes de la fecha prevista, cuando esa fecha había sido objeto de laboriosas negociaciones. Es lógico pensar que las conversaciones relativas a la formación del futuro Estado se inicien en cuanto se haya elegido al gran' Consejo palestino.

7. Quedará, por supuesto, la cuestión de la condición de Jerusalén. Isaac Rabin, tanto por convicción como por la preocupación de no perder simpatías indispensables en su país, pero también en el exterior, es decir, entre la diáspora y sus aliados, se creyó en la obligación de precisar, justo antes de coger su avión para Washington, que la bandera palestina no ondeará jamás sobre Jerusalén y que esa ciudad será para siempre la capital de Israel. En efecto, esta cuestión es la que más interesa colocar en último lugar. Precisamente porque es una de las más importantes, en la medida en que -no concierne exclusivamente a los palestinos, sino al mundo islámico en su conjunto.

La cuestión de Jerusalén se planteará de otra manera cuando se haya llegado a un acuerdo sobre lo demás. ¿Habrá una federación política jordano-palestina? ¿Cabe pensar en una confederación económica que agrupe a Israel, Líbano y esta nueva federación? ¿Qué extensión tendrá la zona desmilitarizada entre Israel y la entidad palestina? ¿Puede concebirse entre israelíes y palestino-jordanos una convención como la firmada por los soviéticos y los austriacos, según la cual no se toleraría en ninguno de los dos países ningún partido político cuyo objetivo fuera atentar contra la integridad del otro? ¿Van a precipitarse los inversores económicos y financieros sobre esta región?

Estas son las cuestiones que todo el mundo se plantea. El día que se resuelvan, el problema de Jerusalén se planteará en otros términos. Puede suponerse cualquier cosa, incluso que la ciudad santa cumpla dos funciones: la de seguir siendo la capital del Estado israelí y convertirse en sede de la confederación. En caso contrario, si todas las cuestiones citadas siguen en suspenso durante mucho tiempo, puede imaginarse lo peor, es decir, nuevas cruzadas para liberar los santos lugares. Puede hacerse. Pero nada nos obliga a ello el día en que, con una mezcla de maravilla y angustia, saludamos uno de los escasos acontecimientos de este fin de siglo que nos reconcilian con el ser humano.Jean Daniel es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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