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Más de 3.000 moscovitas se manifiestan en apoyo del Parlamento

Pilar Bonet

"Que cada uno sepa quiénes son sus compañeros. Memoricen sus caras" gritó el coronel Nikolái Prosiolkov a uno de los grupos integrados por 10 voluntarios que se registraban como defensores de la Casa Blanca, la sede del Parlamento ruso. Eran las primeras horas de la madrugada de hoy, y Prosiolkov, de uniforme y con aspecto de cincuentón maduro, daba órdenes y se movía impaciente entre los 'más de 3.000 hombres que se alistaban, dispuestos a no dejar que Boris (el diminutivo de Boris por el que llamaban despectivamente al presidente Yeltsin) se saliera con la suya y disolviera el Parlamento.

A primera hora de la madrugada, sin embargo, el ambiente no había alcanzado el dramatismo que tuvieran las noches que sucedieron al golpe de agosto de 1991. No se habían levantado barricadas junto a la Casa Blanca, aunque el servicio de vigilancia había sido claramente reforzado y junto a los departamentos de la alcaldía de Moscú, instalados frente a la Casa Blanca, se habían concentrado varios camiones de la policía. Sin embargo , ni el Ejército había salido a la calle, ni se veían carros de combate, ni los moscovitas se habían enterado.Los altavoces, que retransmitían en directo la sesión del Sóviet Supremo comenzada a medianoche, informaban que el general Vladislav Achálov, ex ministro de Defensa de la URSS y uno de los implicados en el golpe de agosto de 1991, había sido nombrado jefe de la seguridad del -Parlamento. El Legislativo no permitió en su día que Achálov fuera procesado. Los agresores del pasádo se convertían en los defensores de hoy.

"No se puede predecir lo que pasará", afirmaba moviendo escépticamente la cabeza un teniente de la policía perteneciente al servicio de vigilancia de la Casa Blanca, que depende de la dirección del Parlamento. Frente al teniente, cada vez se hacía más densa la masa de recién llegados, que portaban banderas rojas comunistas y estandartes patrióticos rusos, tales como la bandera imperial de los Románov (blanca, amarilla y negra) y la bandera de san Andrés (con un aspa azul sobre fondo blanco).

"¡No pasarán!", gritaban con convicción unos afiliados del Frente de Salvación Nacional que se habían apostado junto a las vallas metálicas que rodeaban el Parlamento.

Los que habían sentido la necesidad de salir a la calle para oponerse al decreto de Borís Yeltsin habían comenzado a hacer acto de presencia a las 20.30, poco después de oír al presidente por la televisión. Y seguían llegando de madrugada.Uniformes y gente armada

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Algunos lo hacían vestidos con ropas de campaña, chaquetas militares y trajes de camuflaje. Algunos llevaban armas contundentes, como el mayor VIadímir Málov, también de uniforme, que empuñaba una sólida barra de acero. Málov se definió a sí mismo como un miembro de la Unión de Oficiales, la organización de militares que preside Stanislav Térejov.

"Yeltsin no ha cumplido sus promesas. A su alrededor sólo hay sionistas y masones", decía el mayor, que pronunciaba en retahíla los nombres de los colaboradores del presidente. Los nuevos "defensores de la Casa Blanca" habían tenido tiempo de imprimir octavillas invitando a la resistencia, como en agosto de 1991, pero con otro signo.

En el interior de la Casa Blanca reinaba un ambiente de euforia. Parecía que quienes habían puesto el grito en el cielo denunciando un futuro golpe de Estado se alegraban infinitamente al confirmar sus temores. Tal era la impresión que irradiaba el parlamentario Mijaíl Astáfiev, uno de los líderes de la oposición antipresidencial, que acumulaba energías comiéndose unas albondiguillas en el restaurante del Parlamento.

"Me siento mejor que nunca. Me he convencido de que eran unos estúpidos y continúan siéndolo", dijo a EL PAÍS Stanislav Térejov, el líder de la Unión de Oficiales. "No han aprendido nada, prepárense para recibir a los nuevos líderes del país", sentenció.

El Parlamento albergaba ayer a figuras que parecían surgidas de otra época, caras que eran conocidas en el Parlamento de la URSS, como Evguéni Kogan ' el líder de los rusos recalcitrantes de la República de Estonia, o Sazhi Umalátova, la Pasionaria de los mítines patrióticos. "Esto es magnífico. Por fin la gente tendrá un Gobierno y no esa jeta borracha que tiene ahora", manifestaba Umalátova radiante de emoción. No compartía este estado de ánimo Guenadi Ziugánov, el líder del Partido Comunista de Rusia, que parecía más bien sombrío. "Esto es una locura y puede correr la sangre", manifestaba Ziugánov calificando la intervención de Yeltsin como "el último intento de golpe de Estado de Yeltsin y su camarilla".Ambiente irreal

El ambiente tenía algo de irreal. En el escenario desde donde Jasbulátov, totalmente vestido de negro, dirigía la sesión, entre bastidores podía verse a los guardaespaldas armados.

"¿Un golpe? ¿Otra vez? Dios mío, siempre están con esos líos", decía un taxista.

El primer y el segundo canal de la televisión, el de los países de la Comunidad de Estados Independientes y el ruso, respectivamente, estaban ayer bajo el control de las estructuras presidenciales y ambos habían cambiado su programación para incluir en ellas varias repeticiones de la intervención de Yeltsin. Las dos cadenas de televisión informaban brevemente de las acciones de respuesta emprendidas por el Parlamento. Ambos canales interrumpieron su programación a la hora prevista.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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