Florida
Ya no hace falta irse a Egipto a ver las pirámides para que un fundamentalista zumbado te vuele la cabeza. Puedes conseguir lo mismo trasladándote al soleado Estado de Florida y cruzándote en el camino de un infeliz con pistola convencido de que tu vida vale lo mismo que la suya: nada. Las autoridades locales empiezan a estar preocupadas. En teoría, porque no están a favor del asesinato. En la práctica, porque esta situación incide negativamente en la principal fuente de ingresos de la zona, el turismo.Me pregunto qué debe de estar pensando de todo esto el escritor Carl Hiassen, autor de una serie de thrillers humorísticos ambientados en Florida y dedicados a reírse salvajemente de la voracidad de los políticos y los empresarios locales que han convertido lo que en tiempos fue un paraíso en un desastre urbanístico, una guarida de mafiosos cubanos y un asilo para jubilados de Brooklyn que afean el decorado con sus pantalones a cuadros (ellos) y sus peinados salidos de una película de John Waters (ellas). En una de sus novelas más bestias, Tourist season, Hiassen narra las deplorables andanzas de un grupo terrorista, comandado por un periodista enloquecido, que se dedica a alimentar a los cocodrilos con carne de pensionista para acabar con el turismo salvaje y devolver la dignidad a Florida. Me extraña que sus muy moralistas compatriotas aún no le hayan acusado de fomentar la violencia.
Cuando una sociedad crea un mounstruo que no puede controlar, suele echarle la culpa a quien pone el dedo en la llaga, especialmente si lo hace a través del cine. Si Hiassen se libra de la inquisición será porque las autoridades son conscientes de que los criminales no consumen novelas. Lo saben perfectamente porque ellas mismas se han encargado de que los delincuentes no aprendan nunca a leer.
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