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El camino chino hacia Occidente

Los dirigentes de Pekín desean imponer la prosperidad económica con mano de hierro política

Nicholas D. Kristof

Desde la erupción de la guerra del opio, hace 150 años, China ha estado escudriñando la vía para recuperar la ventaja sobre Occidente de la que disfrutó durante la mayor parte de su historia. Ahora, en los años noventa, los líderes chinos creen que han encontrado el camino.El plan es tirar por la borda el comunismo -que no la autoridad del partido comunista- y movilizar a los casi 1.200 millones de habitantes desde la tradición oriental del autoritarismo al libre mercado. Este modelo propio del este asiático, encabezado por Taiwan y Corea del Sur, combina un duro régimen monopartidista con la libre competencia. En resumen, a los disidentes se les aplica el palo, y a la economía, la zanahoria.

Después de la purga sufrida en 1976 por el actual máximo dirigente, Deng Xiaoping, el Diario del Pueblo puso en boca de Mao Zedong la afirmación de que Deng "no sabía nada de marxismo-leninismo". uede que Mao tuviera parte de razón, porque Deng, de 89 años, había llegado a aconsejar a los visitantes de países en vías de desarrollo que no prestaran atención al marxismo. Al mismo tiempo, Deng y otros dirigentes chinos conservan cierto aprecio por el leninismo, entendido como un régimen de un solo partido muy disciplinado donde la toma de decisiones está centralizada. Su aspiración, en otras palabras, es el mercado-leninismo.

De alguna manera, la China actual recuerda ahora menos a la Unión Soviética de Bréznev o a la Alemania Oriental de Honecker que a la moderna Indonesia: una dictadura nepotista y corrupta que preside una boyante economía de mercado con sectores estatales y privados. Mao hablé una vez de la transformación de China en otra Unión Soviética; Deng reserva sus mayores elogios no para un país socialista, sino para ese bastión del capitalismo que es Singapur.

Singapur como modelo

El atractivo de Singapur es que ha logrado un modelo de vida de Occidente sin infectarse de su modelo político. Singapur es el paraíso para un líder supremo, porque está poblado por ciudadanos aseados y respetuosos con la ley, que utilizan servicialmente sus votos para mantener a sus gobernantes en el poder.

"El sueño de China es transformarse en otro Singapur", comentaba el otro día un diplomático occidental. Unos metros más allá, un embajador extranjero respondía: "Eso nunca sucederá".

Si China logra o no convertirse en otro Singapur, o incluso en otra Indonesia, es una de las preguntas fundamentales para la próxima década. Si China puede realizar esa metamorfosis, un nuevo superpoder podría emerger en el siglo XXI. Si fracasa en su transformación política y económica, sacudida quizás por los resentimientos populares y las divisiones étnicas y geográficas, el país podría encarar, a decir de muchos funcionarios, la guerra civil. En ese caso, más de una quinta parte de la humanidad se vería envuelta en enfrentamientos y nuevos Estados con armas nucleares surgirían en Asia.

Pero suceda lo que suceda en el futuro, lo que ya está bastante claro es que China ha dejado de ser un país comunista. Ningún país comunista, al menos, ha abrazado con tanta fuerza los mercados de valores, la televisión por satélite, los colegios privados, los perfumes, los vídeos musicales y los programas de radio. El partido comunista está todavía al mando, pero sus filiales ya no dedican tanta energía al control ideológico. En su lugar, en los años noventa el negocio del partido es, precisamente, los negocios. El Ministerio de la. Seguridad del Estado controla una panadería, el Ministerio de la Policía vende porras eléctricas para arrear el ganado y, hasta que fue sorprendida, la organización oficial de mujeres del partido regentaba un burdel.

Un agresivo cuasi capitalismo impresiona a los visitantes: las rutilantes discotecas que mantienen a la gente dando botes hasta altas horas, los 30 Rolls-Royce vendidos en lo que va de año, los lujosos restaurantes que espolvorean en sus guisos briznas de oro de 24 kilates porque los patronos ricos creen que les garantiza la longevidad...

Todo esto es una frivolidad que llama a equívocos. Cuando los extranjeros se asombran ante los rascacielos que se construyen en Pekín, los locales responden a veces con un viejo y cínico refrán: "Desde fuera, hasta la cagada del burro resplandece". Los visitantes que sólo viajan a las principales ciudades aprenden tanto de China como el turista que pretende conocer Estados Unidos tras pasar unos pocos días en un elegante hotel de Beverly Hills. En el campo, donde residen tres cuartas partes de la población, los campesinos viven más cerca de las cuevas que de las discotecas, y por cada chino que come oro hay millones que no pueden comprar carne.

Algo importante: esta fiebre por enriquecerse puede socavar el sistema de valores de China. Muchos chinos están preocupados porque el contrato social se está hundiendo, porque el pegamento que mantenía unida la sociedad (el comunismo) ha perdido sus capacidad adhesiva. Los chinos tienen un dicho: "Yi fang, jiu luan": tan pronto como el control se relaja, llega el caos.

"La corrupción es mucho peor que con los nacionalistas", dice un anciano funcionario, refiriéndose al Gobierno derrocado por los comunistas en 1949. Es una afirmación temeraria, por cuanto la corrupción era tan rampante bajo los nacionalistas que el Gobierno prácticamente se había podrido para cuando llegaron los comunistas. Pero ese sentimiento no es raro, sobre todo entre los intelectuales. Se dice que muchos líderes comunistas han reconocido en privado que el gran experimento al que han dedicado sus vidas ha sido, en muchos aspectos, un fracaso.

Algunos chinos creen que el partido comunista es una vieja dinastía que se derrumba, y señalan la irrelevancia de su ideología. Enfrentada a una crisis de legitimidad durante un periodo de corrupción galopante, la dinastía Qing respondió hace un siglo con la misma combinación de represión y reforma que el partido comunista intenta repetidamente. La diferencia es que, en los años noventa, China tiene el mayor crecimiento económico del mundo. El profesor Thomas Gold, sociólogo de la Universidad de Berkeley (California), asegura: "En gran medida, lo que ocurre. en China hoy es más revolucionario que lo que hicieron los comunistas", y señala que así como los cambios en China siempre han emanado de la cúpula política, ahora son las fuerzas económicas las que están remodelando la nación.

Un país a cambio de un juguete

"En la historia china, cada vez que no hay un régimen fuerte llega el caos", dijo un funcionario militar situado en un puesto sumamente delicado. "Si tratamos de conseguir demasiada democracia, todo se hundirá, China se desintegrará y será peor que en la URSS". El funcionario se quejaba de que el orden social se estaba desintegrando por un deseo casi universal de hacer dinero, y parecía conocerlo bien. Había organizado el encuentro con el reportero para tratar de venderle información confidencial sobre la exportación de misiles chinos a Pakistán.El sudor brillaba en su frente mientras contemplaba la bala que le partiría el cráneo si fuera capturado. Aseguró que China seguía vendiendo misiles balísticos M-11 a Pakistán y se ofreció a proporcionar todos los datos a cambio de dinero.

Durante dos largos encuentros, en los que el reportero trató de convencerle de que le proporcionara la información gratis, el funcionario militar explicó cómo decidió, después de meses de agonía y remordimientos, traicionar a su país. "Si el hijo de mi vecino consigue un juguete, entonces mi hijo también lo quiere", dijo una noche. "La vida ahora es una competición. Todo el mundo intenta hacer dinero. Sólo estoy tratando de hacer lo mismo con lo que tengo".

El capitalismo desbocado se muestra de mil formas. Muchos niños mueren, por ejemplo, después de ingerir falsas medicinas vendidas por empresarios irresponsables. Varios propietarios de restaurantes han sido sorprendidos echando a sus platos vainas de opio para provocar adicción. En el pueblo de Haotou, en la provincia de Guangdong, a los campesinos se les ocurrió una forma de unirse a la economía de mercado. Empezaron a secuestrar a adolescentes de otras áreas y las obligaron a prostituirse. Muchos agricultores han transformado sus hogares en burdeles.

La corrupción ha llegado a tales proporciones que el presidente, Jiang Zemin, advirtió el pasado mes que el propio partido comunista estaba amenazado.

Los pequeños chanchullos se han convertido en crimen organizado al más puro estilo de la Mafia. En las costas del sur, miembros del partido y del Ejército se han unido a las bandas criminales de Hong Kong. Más del 90% de los vídeos vendidos en China han entrado de contrabando. Funcionarios de policía de Pekín dirigen una red de prostitución en un hotel propiedad de las Fuerzas Armadas. Los cirujanos exigen sobornos antes de operar y los periodistas piden retribuciones por asistir a ruedas de prensa.

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