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Olvido entre los cascotes de la marquesina

La mujer que perdió a su marido y su hijo en la tragedia del cine Bilbao se siente "abandonada"

Jamás olvidará la maldita marquesina. Siete meses después del siniestro del cine Bilbao -en el que murieron seis personas y otras 11 sufrieron heridas- Montserrat Sanz, la mujer que perdió en la tragedia a su marido y a su hijo de 10 años, intenta rehacer su vida.

Pero su calvario aún no parece tener fin: todos los días acude al gimnasio del Gregorio Marañón para hacer ejercicios de rehabilitación. Un milagro (unos centímetros) la salvó de la muerte. Monse, como la llaman sus amigos, está dolida. "Al principio", explica, "todo el mundo me ofreció ayuda. Pero después, salvo mi familia, mis alumnos y los padres de éstos, nadie se ha acordado de mí ni de mi hija: me he sentido muy abandonada".

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Las heridas también dejan secuelas

Monse, de 39 años, se refugia en su hija Susana (la única que no logró arrebatarle la marquesina) para escapar del pasado. Aunque le cuesta borrar de su mente aquella terrible escena: los cuerpos de su hijo y de su esposo aplastados bajo el hormigón.

Gritos de auxilio

Fija sus ojos en el vacío, con la cabeza agachada, para rememorar lo ocurrido. Se ve a sí misma, impotente, sin poder moverse: su pierna derecha está atrapada y partida. Sólo la cabeza de su marido -quieta y mirando hacia al lado opuesto al que ella se encuentra- sobresale entre los cascotes de hormigón. Retorcida por el dolor, observa luego a un hombre en el vestíbulo del cine. Parece petrificado y desoye los gritos de auxilio que surgen de entre los escombros. Unos cristales rotos que están a punto de desprenderse y caer sobre el cuello de Monse como una guillotina.Recuerda también la irrupción de los bomberos. Corrían de un lado para otro y, en su empeño por rescatar heridos, pisaban encima de la losa. "¡No piséis por ahí!, ¡no piséis por ahí, que hay gente debajo!", les gritaba constantemente. Montserrat piensa ahora "en lo absurdo" de aquellas advertencias.

Momentos después salió de aquel infierno: la subieron a una camilla y la llevaron al hospital Gregorio Marañón. No llegó a perder la conciencia. Nadie le dijo nada sobre la suerte que habían corrido su marido, Alfredo Morera, y su hijo.

Ya en las urgencias, sin dejar de llorar, pero con gran entereza, abrigaba la esperanza de que Alfredo hubiese cubierto con su cuerpo el de su hijo. Nadie respondía a sus desconsoladas preguntas. Al final logró sonsacar a su cuñada lo que en su fuero interno barruntaba: los dos, padre e hijo, estaban muertos.

El alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, la visitó en el hospital 48 horas después del derrumbe de la marquesina. También se interesaron por ella, en los primeros momentos, otras autoridades.

-¿Necesitas algo? -le preguntó el alcalde a Monse.

-Sí. Revisad todas las marquesinas de los cines, las casas ruinosas... Muchas viviendas de Malasaña, de Argüelles... Están hechas una pena. Que no vuelva a ocurrir nunca más esto, por favor -imploró.

Estuvo internada en el Gregorio Marañón hasta el pasado mes de abril (el accidente ocurrió el 27 de enero). Pero sólo tuvieron que transcurrir algunos días para que las autoridades se olvidasen de ella y de su hija. "Tenía a mis padres, sí, pero a nadie se le ocurrió preguntarme: '¿Tienes donde dejar a tu hija?'. Si yo quiero invitar a alguien a comer, por ejemplo, no le digo: a ver cuándo almorzamos, ¿eh? Le digo: el miércoles, a las diez, te espero en tal restaurante". Monse aborrece las palabras huecas.

Cambio de vida

"Muchas veces pienso que la marquesina también debió matarme a mí; luego creó que Dios quiso que yo viviera para cuidar de mi hija (de 16 años)". La chica es hoy su consuelo. Muchas noches se abrazan para llorar juntas. La muchacha vivió la tragedia muy de cerca."Aquel día", recuerda Monse, "fuimos toda la familia al cine. Casi nunca íbamos. Ella se separó un momento y, desde la acera de enfrente, vio cómo la marquesina nos caía encima... y cambiaba nuestra vida radicalmente".

También cambió la situación económica de Monse. Con su sueldo (es maestra del colegio La Salle-San Rafael) y el de Alfredo, su marido, pagaban las 140.000 pesetas mensuales del alquiler de un piso. Tuvo que dejarlo hace unos meses: no tenía suficiente dinero para seguir abonando la renta. Hasta hace unos pocos días, cuando ha conseguido arrendar un apartamento, ha tenido que vivir con sus padres.

Montserrat Sanz sólo sueña ahora con olvidar para recomponer su vida; en volver al aula junto a sus alumnos, y en que el juez instructor "esclarezca quién, por dejadez o imprudencia", fue el responsable de tan cruel recuerdo. Aunque es consciente de que le será difícil desprenderse de la profunda huella que ha dejado en su corazón el derrumbamiento de la marquesina. Aún piensa que aplastó lo que más quería.

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