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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Gobierno y oposición se la juegan

LA TEMPORADA política que ahora se inicia lo hace en la expectativa del doble pacto, político y social, en el que se ensaya a la vez una fórmula para salir de la crisis y un nuevo modelo de gobernación. En el ensayo se la juega el Gobierno, pero también la oposición.El debate de presupuestos será el escenario para ese doble pacto. Los nacionalistas han condicionado su apoyo a la asunción por parte de los socialistas de. una serie de criterios de política económica que habrían de plasmarse en los presupuestos. También, en el caso de los nacionalistas catalanes, a un giro de la política autonómica del que formaría parte la cesión del 15% del impuesto sobre la renta. Pero algunos de esos criterios de política económica, en particular determinados aspectos relativos a la reforma del mercado de trabajo, son contradictorios con los que plantean las centrales sindicales para aceptar un pacto social centrado en la moderación salarial. De ahí la dificultad del acuerdo.

Pujol dio su apoyo a González en la investidura sin exigir, de momento, contrapartidas. El planteamiento fue elogiado por su responsabilidad y agudeza: nada de exigencias abusivas aprovechando la debilidad de los socialistas, pero nada tampoco de cheques en blanco. El respaldo definitivo dependería de cómo se comportara el Gobierno entre la investidura y el debate de presupuestos, incluyendo en ese comportamiento responsable un giro autonómico en la dirección exigida por los nacionalistas.

El curso político se abre, así pues, con la incertidumbre de saber si la actitud del nacionalismo catalán es la de colaborar en la gobernación de España en un momento difícil desde el convencimiento de que eso es lo mejor para Cataluña o desde el deseo de aprovechar esas dificultades para obtener ventajas políticas, con independencia de sus efectos sobre el conjunto. La práctica del nacionalismo democrático catalán desde 1977 más bien inclina a pensar lo primero; determinados discursos y algunas declaraciones recientes de Pujol abonarían, por el contrario, la segunda hipótesis. Si esa incertidumbre no se despeja ahora, no se hará nunca. Ahora: cuando la situación económica exige la máxima responsabilidad, y cuando, a la vez, mayor es la capacidad objetiva de presión de los nacionalistas.

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Pero ese panorama hace que también sea ésta la hora de la verdad de los socialistas. De las acusaciones que ha prodigado Aznar en sus dos discursos vacacionales, la más hiriente para González es la de no dar la cara y diluir las responsabilidades de su Gobierno. La ausencia de respuesta a las imputaciones de haber engañado al electorado resulta bastante desconcertante. En realidad, no es cierto, como dice Aznar, que González esté ahora proponiendo hacer lo contrario de lo que prometió: prometió más bien poco, pero es verdad que se abstuvo de plantear abiertamente los recortes del gasto público -incluyendo gasto social, pero también de las autonomías que exigía la salida de la crisis. Y es ese silencio lo que avala la sospecha de una utilización interesada de las exigencias de Pujol en materia presupuestaria para justificar políticas inevitablemente impopulares.

Con la legitimidad recién convalidada en las elecciones, el Gobierno se la juega en su capacidad para, prescindiendo de falsas coartadas, presentar un programa de emergencia capaz de comprometer en su aplicación a sectores con intereses en parte contradictorios. El pacto social sólo será eficaz si no implica contrapartidas que comprometan el objetivo de contención del déficit público. Pero para que los sindicatos acepten un compromiso de ese tipo hace falta un liderazgo efectivo desde el Gobierno y un clima político de cooperación.

Aznar, que ha puesto como condición la retirada de Felipe González "por ser el principal responsable", no parece muy inclinado a prestar esa colaboración, y sí más bien partidario de una estrategia de meter cuñas entre el PSOE y sus potenciales aliados nacionalistas. Los estrategas del PP están convencidos de que si el actual Gobierno consigue mantenerse hasta la superación de la crisis luego no habrá manera de vencer a los socialistas en muchos años. Sin embargo, existe la teoría contraria. Sólo si la angustia económica deja paso a una situación más templada desaparecerá el temor al cambio político de significativos sectores de la población: aquellos cuya movilización de última hora -desde que el jueves negro 13 de mayo ofreció una idea de la magnitud real de la crisis- impidió que los ocho millones de votos de Aznar bastaran para darle el triunfo. Por eso, también la oposición conservadora se la juega en estas semanas que abren el nuevo curso político.

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