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Tribuna:Cuaderno de Sarajevo
Tribuna
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Adiós a Sarajevo (9)

Capítulo 9. La víspera de mi partida me desayuno con Susan Sontag antes de acompañarla al pequeño teatro de cámara en donde, a la luz de unos candelabros, va a comenzar los ensayos de su montaje teatral de Esperando a Godot. A poco de llegar a Sarajevo, al Sarajevo asediado y convertido en un campo de concentración de invisibles alambradas, la comparación con nuestra guerra civil y el cerco y bombardeo de Madrid se impone como una realidad insoslayable.

Sí, allí están, a cubierto de los montes, edificios y colinas cercanos, Ios cobardes, los asesinos, los siervos incondicionales, los ciegos instrumentos de los más sombríos fantasmas de la historia, los técnicos de la guerra, los sabios verdugos del género humano" de los que habla el autor de Juan de Mairena. Pero, ¿cómo explicar el abismo entre el sobresalto de la conciencia mundial en 1936 para defender una causa justa pese a sus excesos y errores y la apatía actual de los intelectuales y artistas, exceptuando una lúcida minoría, ante la agresión, terror y matanzas de los aventajados discípulos de Goebbels y Millán Astray? ¿Dónde están los Hemingway, Dos Passos, Koestler, Simone Weil, Audan, Spender, Paz, que no vacilaron en comprometerse e incluso combatir, como Malraux y Orwell, al lado del pueblo agredido e inerme? Las tentativas de Susan Sontag y mía de atraer a autores de renombre a Sarajevo han sido un fiasco.

El desconcierto ideológico provocado por el derrumbre del socialismo real y la terquedad de las lógicas estratégicas y movimientos reflejos creados por la guerra fría aclaran en parte el fenómeno. No podemos hablar de ignorancia: los corresponsales y fotógrafos enviados a Sarajevo y los frentes de guerra han cubierto en general la información con coraje y honradez ejemplares. Pese a ello, la opinión pública vegeta en una especie de estupor resignado.

¿Será fruto, nos preguntamos, del cansancio subsiguiente a la proliferación de luchas étnicas y guerras insolubles en Asia, África y naciones periféricas de la difunta URSS? ¿De que la presidencia bosnia haya implorado sin éxito el socorro de Estados Unidos y la Comunidad Europea, induciendo con ello a muchos intelectuales sedentarios, habituados a una clara distinción entre buenos y malos, a recelar de ella y admirar el enfrentamiento audaz de Milosevic a los poderes arrogantes e ineptos que dominan hoy el planeta? ¿De que las gesticulaciones del Consejo de Seguridad y resoluciones de ayuda humanitaria hayan convencido a los más de que nuestros Gobiernos hacen cuanto pueden en "el avispero balcánico" ¿O de una simple e invencible aversión al islam? ¿Qué pensar de los intelectuales que, con olvido de las lecciones de Auschwitz, han ido, como Elie Wiesel, al gueto aterrorizado y hambriento a predicar una angélica "moderación a las dos partes"?

Los izquierdistas pasados de moda y cosmopolitas impenitentes capaces de comprender, como dice Michel Faher, director de la revista neoyorquina Zone, que Ia defensa de Sarajevo y del Estado multicultural no obedece sólo a una obligación moral y a un reflejo político elementales", sino también a una razón egoísta de "supervivencia intelectual", son en verdad más bien escasos.

Como en nuestra guerra civil, el bando vencedor ha encontrado igualmente sus portavoces: los pintorescos hispanistas británicos, que confundían los partes de victoria de Franco con las hazañas del Cid Campeador, han suscitado un émulo mucho más siniestro. El ex disidente ruso Edvard Limonov, partidario del nacional-comunismo y afín a las ideas de Le Pen, tras extasiarse con "la extraordinaria sensación de potencia que procura el tener entre las manos una ametralladora pesada", hacía suyas, en un maloliente reportaje publicado en Francia, las palabras de uno de los sitiadores de Sarajevo: "Estamos en la tercera guerra mundial, la de la lucha entre la cristiandad y el islam".

Los intelectuales bosnios que, contra viento y marea, permanecen en Sarajevo, preguntan obsesivamente a sus congéneres: ¿por qué tanta cobardía y silencio? Reunidos en tomo a Senada Kreso, viceministra de Información de la Presidencia, evocan la ciudad alegre y confiada de los filmes de Kosturica, del teatro, música y cine de vanguardia, de un arte y literatura que eran el faro de la vida intelectual yugoslava. Su universo se desplomó de súbito en abril de 1992, dos meses después del triunfo del sí en el referéndum sobre la independencia de Bosnia boicoteado por los ultranacion alistas serbios.

"Quien oyó los primeros cañonazos disparados sobre Madrid por las baterías facciosas, emplazadas en la Casa de Campo, conservará para siempre en la memoria una de las emociones más antipáticas, más angustiosas [ ...] que pueda el hombre experimentar en su vida. Allí estaba la guerra, embistiendo testaruda y bestial, una guerra sin sombra de espiritualidad, hecha de maldad y rencor, con sus ciegas máquinas destructoras vomitando la muerte de un modo frío y sistemático sobre una ciudad casi inerme, despojada vilmente de todos sus elementos de combate", había leído días atrás en el volumen de Machado que me acompañó en el viaje, reviviendo en profundidad los sentimientos del poeta canonizado por nuestros políticos en el poder. ¡Como ocurre a menudo en el mundo, lo citan sin escucharle!

Un malestar difuso se adueña paulatinamente del ánimo del visitante cuando se acerca la fecha de la partida. ¿Qué será de las mujeres y hombres con quienes ha convivido brevemente, pero con intensidad desconocida? ¿Qué futuro les aguarda, atrapados como están en la ratonera? Durante una cena en el hotel con uno de los responsables de la ayuda humanitaria, bien conectado con los centros de decisión política de Washington y Bruselas, he formulado dos preguntas: ¿puede resistir Sarajevo otro invierno? La respuesta es tajante: "No". Qué harán la ONU y Comunidad Europea si los chetniks ocupan los últimos bastiones montañosos, cortan el frágil suministro de armas a los sitiados y someten a la ciudad a un último y feroz bombardeo? "Fuera de alguna acción mediática de castigo aéreo, absolutamente nada. Las cosas no cambiarán en el terreno.

Lord Owen negociará su división en dos en Ginebra y dará la parte del león a los serbios".¿Cómo decir a un ser querido, tras pasar una serie de análisis clínicos, que tiene cáncer y los médicos no le conceden ninguna esperanza de vida? Huyendo de esa sensación de avasalladora impotencia, consagro las últimas horas de la tarde al recorrido con Alma de las zonas más hermosas de la ciudad.

El día es soleado y caluroso, los niños juegan en la calle y se bañan en el río, los francotiradores no disparan y Sarajevo parece esponjarse en una ilusoria paz. Procuro atesorar, con urgencia avara, los recuerdos más bellos de mi breve y larguísima estancia: las pausas diarias en el Morica Han, un antiguo caravanserrallo de la Bashcharchía, milagrosamente preservado de los bombardeos; los tés en el cafetín contiguo al puente Sheher, frente al poste con la advertencia de "Pazi snaiper", en el que una mujer preguntó a Alma si yo era de París y escribió con dedos temblorosos en mi libreta el número de teléfono de su hija: "Dígala sólo que sigo bien"; la asomada inolvidable al cementerio otomano de Alifakovac, con sus blancas estelas, cipos rematados en turbante y mausoleos erigidos como templetes de techo hexagonal con el yamur (bola) y medialuna dorados; la aparición casi mágica de una dama con dos manojos de bidones en la puerta cochera del teatro en donde Susan Sontag iba a comenzar sus ensayos, maquillada y vestida con un alegre traje de flores, que me habló directamente en francés y alabó la cortesía y educación de los parisienses, aunque sólo las conocía de oídas

En acelerado recuento, repaso también los elementos de mi aprendizaje diario. La zozobra y remordimiento a la vista de mujeres y hombres exhaustos, imposibilitados de resistir al invierno sin una decisiva injerencia humanitaria de la comunidad internacional. El odio creciente al chaleco antibalas -obligatorio para tomar los aviones de Unprofor- que me privilegia y distingue del resto de los sitiados. La conciencia de la inanidad de mi propuesta al poeta Abdulah Sidran -¿cómo olvidar su rostro enérgico, barba recortada y pantalón vaquero con rotos y remiendos?- de seleccionar una antología literaria bosnia, provocada por su respuesta: "Lo único que se puede escribir hoy en Sarajevo es una crónica necrológica".

Llegada la hora, Alfonso y Gervasio vienen a buscarme al hotel, recorremos a toda prisa en automóvil la avenida de los franco tiradores, pasamos el laberinto de controles de Unprofor, firmo el documento que exime a las Fuerzas de Protección de las Naciones Unidas de toda responsabilidad en el transporte, les digo adiós encaramado ya en la tanqueta. Luego, el trayecto de vuelta al aeropuerto con militares franceses, el dédalo de pasillos hasta la pista en donde aguarda el Hércules del puente aéreo. El con sede del Holiday Inn me ha confiado un paquete de cartas, para que las selle y eche al buzón en París. Prevenido por mi experiencia del cerco, lo he ocultado entre los pliegues de una bolsa de plástico. Menos cauto que yo, el periodista norteamericano que se embarca conmigo debe discutir acaloradamente con el suboficial de control que, a la vista de un correo similar al mío, pretende que sólo tiene derecho a sacar cinco cartas. Extraordinaria revelación: ¿participa Unprofor en el cerco de Sarajevo?

Minutos después, estoy fuera de la ratonera: el avión despega hacia Split.

¿Cómo resumir los sentimientos y emociones ocasionados por la ciudad?

La vida adquiere en ella un ritmo e intensidad vertiginosos: horas equivalen a días, días a semanas, semanas a meses. Amistades recientes se transforman en viejas y profundas. La sinceridad y anhelo de verdad se imponen. La moral se afina y mejora. Conceptos desguazados y arrojados aprisa al muladar de la historia renacen con fuerza y lozanía: apremio y necesidad de compromiso, urgencia de solidaridad. Cosas tenidas antes por importantes se achican y pierden sustancia mientras otras de apariencia nimia adquieren súbitamente grandeza y se imponen como verdades macizas. El contacto directo con la brutalidad y cobardía de los paladines de la purificación étnica y el arrojo de las mujeres y hombres que, desafiando las balas de los francotiradores y los obuses chetniks, salen en busca de agua armados sólo de su fe y apego a la vida, crean vivencias e imágenes que no se despintan de la memoria.

Vivir estas horas cruciales es un privilegio terrible. Los periodistas y miembros de las organizaciones humanitarias pueden dar cuenta de ello: la tragedia de Bosnia es una vía única de conocimiento de las posibilidades de luminosidad e ignominia de la especie humana. Todos han redescubierto allí la vigencia de unos valores enmohecidos y arrinconados en nuestras sociedades, han ganado a veces en un lapso muy corto rigor y autenticidad.

Nadie puede salir indemne de un descenso al infierno de Sarajevo. La tragedia de la ciudad convierte al corazón, y tal vez al cuerpo entero de quien la presencia, en una bomba presta a estallar en las zonas de seguridad moral de los directa o indirectamente culpables, allí donde pueda causar mayor daño.

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