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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rehenes en Mostar

ES FÁCIL comprender lo frustrados que deben de sentirse los cascos azules españoles que llegaron a Mostar para salvar de la muerte por hambre a 50.000 musulmanes y se han convertido en rehenes, en moneda de cambio en una complicada negociación política, en escudo protector frente a eventuales ataques croatas. Los musulmanes de la capital de Herzegovina, civiles y militares, teledirigidos al parecer por el propio Gobierno de Bosnia, han puesto en evidencia los límites de la acción humanitaria internacional y la precariedad del mandato que recibieron las fuerzas de la ONU desplegadas en la antigua república yugoslava.Obligados a una neutralidad rigurosa, limitados incluso en su capacidad de autodefensa, forzados por unas vías de comunicación semidestruidas por año y medio de guerra, convertidos en esporádica diana de bombardeos y tiroteos de los tres bandos en conflicto, los cascos azules en Bosnia son también víctimas de una guerra que a veces les exige pagar un alto tributo en vidas y sangre. El destacamento español ha cubierto sobradamente su cuota: 10 muertos.

Cuando se reanude hoy en Ginebra la conferencia de paz, los musulmanes, resignados ya al reparto de Bosnia con criterios étnicos, pero insatisfechos con el mapa concreto propuesto por los mediadores internacionales, tendrán en los militares españoles retenidos en Mostar un argumento ilegítimo pero tal vez eficaz para exigir el inmediato paso de la ciudad bajo administración de la Comunidad Europea. Así lo prevé el plan de David Owen y Thorvald Stoltenberg y, tal y como está ahora el frente, ello podría impedir la ofensiva final de los croatas de Bosnia para adueñarse de una ciudad que confían en convertir en la capital de su futuro Estado.

El secuestro es un peligroso precedente. Los militares españoles no fueron a Mostar para hacer respetar el alto el fuego en una labor de interposición como la que, semanas antes, habían intentado sin éxito. Su misión era evitar una catástrofe humanitaria: que miles de personas murieran de hambre en cuestión de días. Ni siquiera los serbios llegaron nunca hasta el extremo de convertir en rehén a la escolta de un convoy humanitario, aunque impidieron repetidamente que la ayuda llegase a ciudades musulmanas asediadas como Gorazde, Srebrenica y la propia Sarajevo.

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El intento de presentar la retención de los cascos azules como una iniciativa espontánea de la población civil de Mostar resulta increíble. La responsabilidad, según los jefes militares españoles y los mandos de la ONU, recae directamente en el Gobierno musulmán y en su Ejército. Obligación suya es que el secuestro se resuelva satisfactoriamente y de forma inmediata. En caso contrario, asumirían una pesada responsabilidad ante la comunidad internacional.

Sin embargo, la organización internacional debería buscar una solución para que no se repitan en Mostar, en una etapa decisiva de la guerra, cuando surge una esperanza de paz matizada por la intransigencia de los tres bandos en conflicto, las atrocidades que han convertido a los Balcanes en una réplica aumentada de los años más negros de la Edad Media.

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