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El congreso de curas paradójicos

Juan José Millás

Los curas casados pueden hacer muchas cosas, y las hacen, porque son muy activos, pero no pueden dejar de ser curas. El sacerdocio es un sacramento de los que imprimen carácter; o sea que, si una vez has sido cura, aunque luego reniegues de tu fe, abomines del Papa, blasfemes, te hagas budista, librepensador o testigo de Jehová, siempre serás un sacerdote de la Iglesia. Parece desesperante, pero es así. Pasa lo mismo con el bautismo; una vez que te echan el agua, ya eres cristiano para toda la vida. Luego, tú puedes renegar de tu fe y patalear, pero, renegado y todo, no dejarás de ser un miembro del cuerpo místico: un miembro enfermo, podrido, amputado incluso, pero un miembro. Parece un misterio esto de que uno tenga que ser algo que no quiere, pero es así. Sucede lo mismo si te casas por la Iglesia, que, como el matrimonio es también un sacramento de los que imprimen carácter, luego te pasas la vida casado, y aunque te divorcies y te cases otra vez por lo civil, desde el punto de vista de la Iglesia, que es una organización muy poderosa, vivirás en realidad en concubinato. Antes, si tenías dinero, podías acudir al Tribunal de la Rota, y bastaba con que dijeras que no creías en lo que decías cuando decías que sí para que te disolvieran el vínculo, pero desde la llegada de la democracia, como todo lo que pasa sale en los periódicos, el Tribunal de la Rota lleva mucho cuidado con lo que disuelve.Pues eso es lo que les pasa a los curas casados que se han reunido en Alcobendas la semana pasada, que a la condición de curas han añadido la de estar casados, o sea, que disfrutan -o padecen, según- de una acumulación de sacramentos paradójicos, ya que los curas no pueden casarse ni los casados pueden hacerse curas. Sin embargo, la fuerza de los sacramentos es de tal calibre que son capaces de convivir incluso cuando se excluyen. De hecho, la expresión cura casado es una contradictio in términis que pretenden resolver estos hombres que se han reunido en Alcobendas, donde hay un museo de física recreativa con aparatos que puedes tocar sin que te riñan. Los curas casados quieren tocar también sin que les echen la bronca ni les suspendan a divinis, que tiene que ser muy humillante. Pero lo curioso de que se hayan reunido en Alcobendas, digo, no es que en esa localidad de Madrid haya un museo interactivo, que también, sino que es donde está el convento de los dominicos, de quienes han sido huéspedes estos curas casados, con sus esposas y sus hijos. O sea, que esto ha sido un acontecimiento histórico, porque es la primera vez que los curas paradójicos se reúnen en un centro católico para hablar de sus cosas y pedirle al Papa no que disuelva uno de los vínculos, sino que legitime los dos, porque la característica de los curas casados no es que quieran dejar de ser curas o de ser casados, sino que quieren ser las dos cosas, pero con todas las de la ley.

Yo no sé si van a convencerle, que este Papa polaco es muy duro y anda ahora escribiendo una cosa sobre el esplendor de la verdad que da miedo, pero los argumentos de los curas casados son muy convincentes. A mí me ha conmovido mucho uno dado por el obispo casado Jerónimo Podestá, que se enamoró de su secretaria en un viaje de 1.500 kilómetros, mientras ambos se dirigían a un pueblo donde había un cura alcohólico al que pretendían rehabilitar (¡qué historia para Onetti!). Podestá, digo, decía a Alex Rodríguez para este periódico que él se dirige al Papa en calidad de obispo de la Iglesia, igual que Pablo se dirigió a Pedro en el primer concilio de Jerusalén para decirle que estaba actuando mal. Según Podestá, "si Pedro no hubiera escuchado a Pablo, ahora todos los católicos estaríamos circuncidados".

Lo malo de la circuncisión es que cuando te haces mayor la cosa parece una seta, y eso quizá no imprima carácter, pero te lo puede amargar. O sea, que muy bien lo de Pedro. Y lo de Alcobendas.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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