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La venganza de los 'garimpeiros'

Los buscadores de oro asesinan salvajemente a 40 indios en la selva brasileña

Si la vida humana vale poco en Río de Janeiro, una ciudad convertida en campo de batalla por policías, narcotraficantes y los siniestros escuadrones de la muerte, ¿qué no decir de la selva amazónica, tierra sin ley donde cientos de aventureros en busca de oro, los garimpeiros, se disputan palmo a palmo las tierras de los indios yanomamis?

A menos de un mes de la matanza de siete niños de la calle perpetrada por policías en Río de Janeiro, una nueva atrocidad sacude a la opinión pública brasileña: el asesinato, el domingo pasado, a manos de un grupo de garimpeiros, de 40 indios yanomamis en la ignota aldea Hoximu, cerca de la frontera con Venezuela. Dos aterrados indígenas que lograron escapar de la matanza describieron la saña de los buscadores de oro: después de matar a balazos a los adultos, separaron a los niños y los degollaron con sus cuchillos de monte.

Preocupado por la repercusión internacional de la matanza, el presidente brasileño, Itamar Franco, anunció su decisión de viajar al Estado de Roraima, donde está la aldea Hoximu, para conocer personalmente la marcha de la operación de búsqueda de los verdugos, que aún no han sido ni siquiera identificados.

El ministro de Justicia, Mauricio Correa, un antiguo militante por los derechos humanos, que se disponía a viajar ayer a la zona de la tragedia, aseguró que la Operación Selva Libre, dirigida a retirar a los buscadores de oro de las tierras yanomamis, continúa en marcha. Sin embargo, se sabe que unos seiscientos garimpeiros continúan actuando en esa región selvática, cuyas increíbles riquezas minerales atrajeron en las últimas décadas al hombre blanco, con sus extrañas costumbres, nuevas enfermedades y una violencia desconocida hasta entonces, que rompió el sosiego secular de los pacíficos yanomamis. El 15 de noviembre e 1991, el entonces presidente Fernando Collor de Mello anunció la demarcación del territorio de los yanomamis, una región de 94.000 kilómetros cuadrados, de lujuriante vegetación tropical y un subsuelo rico en oro, diamantes, bauxita, zinc, cobre y uranio, donde habitan unos diez mil indígenas.

La semana pasada, la Fundación Nacional del Indio (Funai), la entidad estatal que protege a los indígenas brasileños, recibió denuncias según las cuales otros cinco yanomamis fueron asesinados por garimpeiros en territorio venezolano. A finales de junio, cuatro indios habían muerto a manos de estos mineros cerca de la pequeña pista aérea Sadam Husein, que ellos mismos construyeron en medio de la selva para sus pequeñas avionetas. Fue en ese mismo lugar donde, hace dos años, los osados buscadores de oro resistieron a balazos a los hombres de la Policía Federal, que venían a desalojarlos.

El presidente de la Funai, Claudio Romero, pidió el miércoles auxilio al Ejército y a la Policía Federal, que contestó que no tiene recursos para vigilar la gigantesca selva amazónica. Los militares, a su vez, obsesionados por la seguridad de esa selvática frontera y preocupados por las maniobras militares norteamericanas en la vecina Colombia, ven con simpatía la presencia de los garimpeiros. Son, como los escuadrones de la muerte de Río de Janeiro, un mal menor.

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