Temor en Rusia a un nuevo golpe en el segundo aniversario de la intentona contra Gorbachov
El fantasma de un nuevo golpe de Estado recorre Rusia en el segundo aniversario de a intentona golpista ejecutada por altos cargos de la extinta Unión Soviética. La televisión informa de alarmantes concentraciones de tropas cerca de Moscú, que momentos más tarde son desmentidas por las autoridades. La oposición -nacionalista o comunista- denuncia que los demócratasradicales preparan provocaciones que aprovecharán para instaurar una nueva dictadura. El presidente, Borís Yeltsin, advirtió ayer, por su parte, que combatirá el crimen y la corrupción con "mano dura".
El país que deseaban conservar los ocho altos funcionarios soviéticos que a las seis de la mañana del 19 de agosto de 1991 anunciaron la creación del Comité Estatal de Emergencia ya no existe. El imperio que intentaban preservar se desmoronó después del aplastamiento de los golpistas, cuando una tras otra las repúblicas que integraban la URSS declararon su independencia. Y el golpe de gracia lo dieron los dirigentes de Bielorrusia, Rusia y Ucrania al crear en diciembre la CEI.Los golpistas caminan hoy libremente por la calles de Moscú y mañana, seguramente, la mayoría de ellos participará en los mítines de duelo que organiza el Frente de Salvación Nacional. Hay sólo un ausente: el ex ministro de Interior Borís Pugo, quien, al comprender que habían perdido la partida, se suicidó. El resto de los miembros del Comité Estatal de Emergencia -Guennadi Yanáyev, vicepresidente de la URSS en el momento del frustrado golpe; Valentín Pávlov, primer ministro; Dmitri Yázov, ministro de Defensa; VIadímir Kriuchkov, jefe del KGB; Oleg BakIánov, secretario del Comité Central del PCUS responsable de la industria militar; Alexandr Tiziakov, jefe de la Asociación de Empresas Estatales, y Vasili Starodúbtsev, líder de la Unión Campesina-, pese a que en un principio fueron encarcelados y acusados de "traición", aún no han sido condenados y muchos consideran que ya no volverán a prisión.
Un gran porcentaje de los habitantes de la extinta URSS ya ha dado su veredicto absolutorio y, para muchos, los golpistas se han convertido en héroes. Incluso algunos radicales demócratas, como el ex alcalde de Moscú, Gavriil Popov, opinan que deberían ser perdonados, alegando que actuaron honestamente, en aras de lo que creían que era el bien del país. Y el bloque centrista Unión Cívica hace tiempo que pide que sean amnistiados.
Para los nacionalistas y los comunistas, los traidores son el actual presidente ruso, Borís Yeltsin, y los demócratas que le apoyan, porque destruyeron la gran potencia que era la Unión Soviética. A ellos les acusan de sacrificar "la gran patria" -engañando al pueblo y haciéndole creer que combatían contra la dictadura- por su ansia de poder. Por eso, el aniversario de la derrota de los golpistas es un día de duelo.
Para los yeltsinistas, en cambio, este aniversario es el día de la victoria de la democracia, cuando comenzó la desaparición de esa gran cárcel que era la Unión Soviética. Y el balance de estos dos años transcurridos no puede ser sino positivo para los demócratas, pues los cambios ya son irreversibles. Ya no se puede volver a la economía planificada centralizada de los tiempos soviéticos. La propiedad privada -aunque limitada- ya es una realidad y la mentalidad de la gente ha sufrido una verdadera revolución. Y así quedó patente en el pasado referéndum de abril, en el que el pueblo reafirmó su confianza en Yeltsin y apoyó la reforma económica, a pesar de las penurias que la terapia de choque provocó en muchas capas de la población.
El fantasma de un golpe de Estado que recorre Rusia -y lo hace, por lo menos, desde diciembre del año pasado- lo azuzan uno y otro bando. El movimiento Rusia Democrática calificó la situación creada a fines de julio por las decisiones antirreformistas del Parlamento como un "pregolpe" de Esta do y envió un telegrama a Yeltsin, quien se encontraba de va caciones, para que regresara urgentemente a la capital. La oposición, por su parte, declaró que la amenaza de convocar elecciones parlamentarias anticipadas, lanzada por el presidente la semana pasada, era un nuevo intento de golpe de Estado. Y los dirigentes del Parlamento, incluido su jefe, Ruslán Jasbulátov, aseguran tener informaciones según las cuales este aniversario será utilizado para provocar desórdenes que los demócratas aprovecharían para instaurar una dictadura.
En barricadas opuestas
Rusia combatió contra el centro dictatorial en agosto de 1991, y venció. Pero este combate de la democracia contra la dictadura no suponía necesariamente la desintegración del imperio. Y esta diferencia de concepciones -por un lado democracia y libertad de mercado en Rusia, aunque para ello hubiera que sacrificar el Estado soviético y, por otro, conservación de la gran potencia que era la URSS, aunque ello exigiera demorar las reformas- es la que, en gran parte, explica por qué políticos que hace dos años estuvieron en la misma barricada hoy se encuentran en barricadas opuestas.Los dos opositores más serios del presidente ruso, Borís Yeltsin, eran aliados leales y de confianza en agosto de 1991. Ruslán Jasbulátov, jefe del Parlamento, y Alexandr Rutskói, vicepresidente de la república, estuvieron entre los defensores más decididos de la Casa Blanca rusa, entonces sede de la presidencia de Yeltsin y del Parlamento republicano. Hoy Jasbulátov dirige con magistral batuta la aprobación de leyes y resoluciones diametralmnente opuestas a la política del Gobierno, y Rutskói declara públicamente que competirá con Yeltsin por la presidencia si se celebran elecciones anticipadas.
Pero no se trata sólo de estos dos personajes. El Parlamento, que en la época de la oposición al centro soviético, al final siempre hacía lo que quería Yeltsin, ahora se ha convertido en un rebelde incorregible, y la mayoría de los diputados sueñan con eliminar el puesto de presidente de la república o en privarlo de su poder, adoptando el modelo italiano o alemán.
Mientras tanto, el Partido Comunista, prohibido después de la intentona, ha resurgido como el partido más numeroso de Rusia. Y su unión con los nacionalistas provoca más de un dolor de cabeza a los demócratas, aunque todavía estén lejos de retornar al poder, a diferencia de lo que sucede en varias repúblicas de la ex URSS.
Turkmenistán y Uzbekistán no han cambiado ni de sistema ni de dirigentes. Los dictadores de la época soviética -Saparmurad Niyázov e Islam Karímov- siguen aferrados a sus puestos, gobernando con mano de hierro. En Tayikistán regresaron triunfalmente los clanes que gobernaban bajo los comunistas, primero en elecciones libres y, a finales del año pasado, como resultado de una guerra civil.
A dos países del Cáucaso -Azerbaiyán y Georgia- han regresado Heydar Alíyev y Edvard Shevardnadze, quienes en su día fueron los máximos dirigentes de esas repúblicas en su calidad de líderes comunistas. E incluso en dos de los tres países del Báltico -Letonia y Lituania- los ex jefes comunistas han ganado las elecciones.
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