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El galope de las llamas

El fuego ha devastado en 14 años en la Comunidad Valenciana la superficie equivalente a 417.000 campos de fútbol

Más de cuatro mil millones de personas podrían haber colocado una silla de tijera, sacar un bocadillo y sentarse holgadamente sobre la superficie devastada en los últimos 15 años por los incendios forestales de la Comunidad Valenciana. Podrían contemplar horrorizados, al igual que todos los veranos hacen los valencianos, cómo fuegos con frentes de decenas de kilómetros galopan sobre los montes, cómo miles de casas son desalojadas, cómo las llamas tienden una alfombra de bienvenida al desierto.Sólo en la Comunidad Valenciana, los incendios forestales han arrasado en los últimos 14 años 417.476 hectáreas de monte -cada hectárea equivale a un campo de fútbol-. En 1990 ardieron 23.000 hectáreas; en 1991, más de 45.000, y el año pasado, 25.000.

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La mayor parte de esa superficie quedó calcinada en unos pocos siniestros, convertidos en auténticos desastres. Así ocurrió el pasado día 7, cuando sólo dos incendios arrasaron en menos de 48 horas más de 8.000 hectáreas -incluido el frente de Teruel-, una superficie que quintuplica el área quemada en los 200 primeros días del año. Y ello pese a que con anterioridad a la propagación de estos dos incendios se había decretado el estado de alerta máxima y movilizado a todos los efectivos de la lucha contraincendios.

Fue el primer aviso. Hasta entonces sólo habían ardido unas 1.600 hectáreas de enero a julio. Más que el año anterior, pero 20 veces menos que en el desastroso 1991. Ahora, la reaparición del fuego ha vuelto a sembrar la incertidumbre.

Las estadísticas demuestran que los incendios provocados han ido descendiendo al tiempo que aumentan los originados por negligencias. En la reducción de los primeros han intervenido las reformas legislativas que frenan la recalificación del suelo no urbanizable tras un incendio o que permiten la expropiación si no son repoblados los montes.

Las imprudencias motivaron el año pasado el 35% de los siniestros -los provocados supusieron el 29%- y el 44% en los siete primeros meses de 1993, mientras un 16% fueron intencionados. Las imprudencias, según los expertos, están relacionadas principalmente con la actuación de domingueros que prenden un fuego en el monte y con la quema de rastrojos y restos agrícolas o forestales. A esto se unen las causas o agravantes naturales, como los rayos de las tormentas secas y el viento.

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En lo que va de año se han quemado en Cataluña más de 4.000 hectáreas de bosque, matorral y pastos, la mayor parte en verano y en la provincia de Tarragona. De la superficie arrasada, 3.900 hectáreas han sido destruidas por seis grandes incendios estivales: El Vendrell, Vespella, La Palma d'Ebre, Alfara de Carles y El Perelló (Tarragona), y Roses (Gerona).

La destrucción es comparable a la que hubo en Cataluña en 1989 y 1991 (entre 4.000 y 5.000 hectáreas), los dos peores años desde que se puso en marcha la campaña de prevención denominada Foc Verd (Fuego Verde), a raíz de la gran destrucción del año 1986: un total de 70.000 hectáreas resultaron arrasadas, entre ellas los bosques de la emblemática montaña de Montserrat.

El pasado día 5, cinco personas perdieron la vida en un trágico incendio en el municipio de Vespella (Tarragona) mientras intentaban huir de las llamas. El fuego alcanzó una urbanización y arrasó 800 hectáreas de bosque y matorral, avivado por un viento seco y fuerte, que alcanzó en algún momento los 50 kilómetros por hora. Pocos minutos antes de que prendieran las llamas, al caer la tarde, la temperatura era muy elevada (340) y la humedad relativa muy baja (en tomo al 22%). Eran las características para el incendio típico de este verano. Los ordenadores de la Generalitat situaban el riesgo de ignición en un 80% y habían dado la señal de alarma extrema.

Con la puesta en marcha de la campaña Fuego Verde, 125 patrullas móviles de agentes forestales y 20 estaciones meteorológicas automáticas envían constantemente datos sobre la temperatura, la humedad relativa, la radiación solar, la velocidad y orientación del viento, y la pluviometría.

En Andalucía, el mayor incendio ocurrido en lo que va de año ha dejado unas secuelas que tardarán al menos 50 años en superarse, además de más de 1.000 especies vegetales al borde de la extinción. Granada no vivía desde 1975 una tragedia forestal como la que sufrió hace ocho días en las sierras de Quéntar, La Peza, Diezma, Beas y el parque natural de Huétor Santillán y que ha dejado calcinadas por el fuego más de 7.000 hectáreas de pinar y monte bajo de un alto valor ecológico.

El fuego, que se inició la tarde del pasado día 7 y cuyas causas ahora investiga el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) ante la sospecha de que fue provocado, no pudo ser controlado hasta pasadas 72 horas. Para entonces había devastado gran parte del parque natural más importante de Granada y había dejado a los vecinos de cinco términos municipales sin apenas medios de subsistencia. Hasta el momento del incendio, 1993 estaba siendo uno de los años menos negativos para la comunidad andaluza en cuanto a incendios forestales. La región había tenido el índice de incendios más bajo de las dos últimas décadas, con sólo 2.300 hectáreas afectadas. En sólo tres días, todo el optimismo se convirtió en cenizas.

Esta información ha sido elaborada por Jan Martínez Ahrens en Valencia, Lluís Uría en Barcelona y Jesús Arias en Granada.

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