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Realismo y paz

En el conflicto bosnio, como en 1938 en Múnich, cuando los checoslovacos ofrecían una defensa desesperada pero vana a la invasión nazi, en Occidente se escucha un hondo y callado suspiro: "Ah, si capitularan... " (...) En Múnich, la partición no fue más que el preludio de la anexión; en Sarajevo, Occidente podría cosechar los mismos frutos podridos con el realismo. Si los musulmanes son confinados a las reservas ideadas para ellos, si Occidente concede su tácito respaldo a las conquistas serbias (¡y croatas!) la paz a cualquier precio tendrá dos consecuencias probables: en primer lugar, los conquistadores no tendrán razón alguna para abandonar las armas; al contrario. Habrían aprendido que la comunidad intemacional termina alineándose al lado, de los batallones más fuertes y se deshace de sus más solemnes promesas tan furtivamente como si se quitara la caspa de la chaqueta (¡no a la partición en tres sectores!). ¿Por qué no terminar el trabajo y acabar también con las reservas musulmanas? En segundo lugar: mientras el mundo mira como hechizado a los bandoleros serbios, los croatas (...) completan diligentes sus conquistas en suelo bosnio. Cuando se traguen la presa bosnia, no se demorarán mucho en la digestión: serbios y croatas tienen que ajustar muchas cuentas. Una vez desaparecido el parachoques bosnio, se atacarán mutuamente. La capitulación bosnia no es la receta de la paz.

11 de agosto

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