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El octogenario Georg Solti logra dar vida a un 'Falstaff' de diseño

El Festival de Salzburgo pone seria a la ópera cómica de Verdi

Andrés Fernández Rubio

Georg Solti, octogenario como Verdi cuando estrenó Falstaff en 1893, parece ser el único que comprendió que esta divertida comedia lírica es un canto desesperado a la vida y a la farsa. Por eso, el viejo y sabio director de orquesta consiguió en el Festival de Salzburgo que la Filarmónica de Vienaechara chispas juveniles. Sobre el escenario, por el contrario, reinaba el diseño y la palidez. Los exquisitos decorados de Luca Ronconi daban frío y un ordenado pero débil reparto de voces trataba en vano de acoplarse a la densa animación de la orquesta. Un gran espectáculo que a nadie hizo reír.

El escenario de la sala grande del Palacio de Festivales de Salzburgo, uno de los mayores del mundo, convierte por principio cualquier representación de ópera en una emocionante experiencia teatral. Si a eso se une un cuadro artístico como el del pasado martes -primera función de Falstaff en el festival de verano- resulta lógica la expectación suscitada.Pero ya en el descanso del primer acto varios críticos de música hacían comentarios negativos sobre los aspectos escénicos y vocales. El italiano Luca Ronconi, en vez de crear para Falstaff un universo inglés de tabernas y paja, como hizo Lluís Pasqual, o un paisaje meridional como hizo Strehler, construye una posada más parecida a una moderna y aséptica destilería que a los garitos de esos tintorros a los que seguramente el gordo y bebedor Falstaff se entregaba.

La vinatería, llena de cubas a uno de los lados y con un plano superior de estantes con garrafas de cristal, logra la perfección estética, como son perfectos los diseños de los demás cuadros de Ronconi (un jardín de estanques y parterres; un telar con líneas de arquitectura oriental; una secreta habitación para Falstaff ... ). Pero todo es sombrío allí, nada se desborda.

Tampoco los cantantes. El barítono José van Dam tuvo una actuación excelente, con grandes momentos en el segundo acto, pero no quiso o no supo darle a Falstaff sus aires de bribón. Optó por un personaje naif, íntimo y un poco triste. En Salzburgo nadie rió cuando las comadres tienden trampas de seducción a Falstaff para vengarse de que él haya enviado, a dos de ellas sendas cartas de amor idénticas. Sólo hubo una pequeña sorpresa cuando Falstaff (mediante un doble del barítono) es arrojado desde la cesta de la ropa sucia a un estanque sobre el escenario que representa al Támesis.

Junto a Van Dam, se presentó un reparto que no falló, pero que tampoco se elevó sobre una orquesta que sí estuvo atenta en todo momento al estilo y al sentido de la comedia. Destacaron, en todo caso, la mezzosoprano eslovenia Marjana Lipovsek; el barítono Wladimir Chernov; la soprano Luciana Serra y el tenor Luca Canonici.

Sólo en el tercer acto la representación alcanzó un nivel escénico de gran ópera. Ronconi creó en el gigantesco escenario un bosque otoñal maravilloso para los demonios y las hadas que le gastan a Falstaff la gran broma final.

Entonces cobró sentido su exclamación: "Todo en este mundo es pura burla". El bosque de Hernes imaginado por el escenógrafo no es real sino que surge del propio sueño de Falstaff, en cuya habitación, mientras duerme, se van introduciendo los telones que configuran un espacio fantasmagórico en el que el diseño es devorado por la naturaleza.

Solti hizo funcionar a la orquesta como a una máquina de máxima eficacia, con ráfagas violentas o con detalles luminosos, en un clima de perfección casi inhumano.

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