_
_
_
_
Tribuna:Folletín de un año largo
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El prefranquismo, otro movimiento Capítulo 10

Hablando de la felicidad con que empezó el año que va de calor a calor, recuerdo ahora que es un hecho natural del español. O casi. "La ventaja inmensa, inapreciable que tiene el español, si se exceptúa al de Castilla la Vieja, sobre la mayor parte de los europeos, es la de ser feliz".Cuando yo era pequeño estaba en todas las bibliotecas El hombre y la tierra, de Elíseo Reclus -socialista francés expulsado de la Internacional por su participación en la Comuna, bakuninista-, donde se contenía esta sin duda certísima afirmación. Siendo castellano viejo (presidente) José María Aznar, y, por tanto, dentro de la absoluta excepción, no era de extrañar que fuera él quien asaltase esa felicidad proclamada: el hada a la que no se invitó al bautizo del, AVE. Sí por mí fuera, le proclamaría hombre del año. Su prodigiosa aventura de salir de la nada, estar a punto de ser jefe del Gobierno y volver otra vez a la nada, o aún menos, es excepcional.

Su primer éxito fue conseguir la convocatoria de elecciones anticipadas. Primero, como queda dicho, alzó la campana de la corrupción generalizada, pronunciando nombres propios, haciéndolos fotografiar y denunciar en sus medios favorables -los periódicos antigubernamentales-, lanzando toda clase de dudas sobre ellos. El éxito fue el de que, imposible ya de aplicar la denuncia de comunista o procomunista, por obsoleta -el que fuera perfectamente inadecuada a estos burgueses no hubiese importado-, los Frankenstein de la campaña creaban una equivalencia del rojo de otros tiempos: destructivo, voraz, llevándose el dinero de todos. Como dije en otra entrega de este folletín, la reunión de ese problema democrático común convertido en atributo del socialista (como heredero del rojo, como frente populista) con la crisis económica incesante ha pasado el tiempo, y estamos dentro de ella: persistente, rompiendo en mil trozos la peseta-, mezclándola con unas agresiones inexistentes como la que suponían a la enseñanza religiosa, más el aborto -pasado ya el divorcio y tan entrañado en España que alzarse- contra él sería antipopular: ya no eran contrarias a él ni las mujeres-, más un imaginario obrerismo, se vino a crear un prefranquismo.

La palabra es mía, y viene a significar que se reunieron algunas de estas causas generales que tenía la gran derecha española antes de la guerra como si se figurase que el enfrentamiento era, otra vez, con la II República. Y el regreso al antes de Franco comprendía la anulación de las ventajas obreras que reunió su régimen. No estoy dispuesto a concederle esa generosidad: creo, más bien, que el obrerismo de Franco y sus "sindicatos verticales" y su Magistratura de Trabajo y su Seguridad Social eran, por una parte, una especie de pago por haber ganado la guerra civil y para que no se reprodujese más, unida a una tendencia mundial por la misma razón a gran escala para enfrentarse al comunismo soviético y evitar las revoluciones en los regímenes capitalistas; por otra parte, una conquista original de los falangistas. Algo de ellos, después de zampados y digeridos, debía quedar dentro de Franco.

La aparente novedad, de este prefranquismo consistía en el regreso a la situación de 1936, y alguna circunstancia producida ya dentro de este año cronológico le daba un carácter casi simbólico: al morir el padre del Rey, Juan de Borbón, se le vino a proclamar Juan III, por el periódico de la dinastía -Abc, héroe de la campaña de Frankenstein- con la colaboración de algún hístoriador digno, como Carlos Seco Serrano (ya, sin embargo, bajo sospecha desde. que en este mismo periódico encontró posible justificar el fusilamiento de Ferrer Guardia, héroe y mártir de la libertad, en 1909); aparte de los méritos personales del finado en abril, y del sentimiento de respeto por sus deudos augustos, el significado oculto era el de que se borraban de la historia la República de la guerra civil y Franco, como si llegásemos por esa vía a un saldo de cuentas mortales y empezásemos otra vez. No entro en el disparate dinástico, que me es indiferente, sino en la curiosa invención, que atribuyo más al azar, al hallazgo, que a la premeditación. No vacilaron en unirse a los nuevos prefranquistas los más antiguos de entre los franquistas mismos, los supervivientes de la guerra y de las grandes corrupciones de la paz dictada.

Habían conseguido dar una sensación de caos muy similar a la de 1936. Entonces, el caos era bastante cierto, porque la gran derecha ya lo creaba, pero ahora, no. Una crisis larga y profunda: extensa, porque estaba incluida en todo el continente europeo; particular, porque había un vendaval político en España y porque la propia presidencia del Gobierno atravesaba un profundo pesimismo. Ignorando las aserciones del geógrafo Reclus, Felipe González había intentado llevar la felicidad española a la general infelicidad española, y estaba fracasando. No él, sino Europa. Estaba la gran oposición de Estados Unidos a que se crease una unidad económica, industrial, empresarial y comercial destinada a concurrir con ellos y con Japón. Y la dificultad de hacerlo: este hueco entre unos y otros está demasiado abierto para poder colmarlo así. Y estaba la falta de unidad de Europa: la desconfianza del conservador Reino Unido por un continente que podía alejarle del tío de América; la ambición de Alemania de expandirse, por ahora culturalmente, a algunos desperdicios del comunismo: los tres países bálticos, que fueron suyos; los fragmentos yugoslavos que también fueron del Imperio Austrohúngaro; y la terrible desconfianza de Francia y los francófonos de Europa por este crecimiento de Alemania; y la enorme avidez de los parientes pobres, de los comilones de la familia: Portugal, Irlanda, Grecia ¡y España! El gran tropezón del Tratado de Maastricht fue el voto negativo de Dinamarca, pero probablemente el desastre en el que aún vive se hubiese producido de todas maneras. Para salvar lo salvable, se habló y se habla de una "geometría variable"; y nosotros mismos hablamos de una posibilidad de que Europa tenga "dos velocidades", la de ellos y la nuestra. La de los ricos y la de los pobres.

Felipe González nos había hecho atravesar el desierto; nos colmaba de parados, nos quitaba nuestras medicinas (o amenazaba), rechazaba las subidas de salarios, quería congelar las pensiones, nos inducía a la "productividad" (terrible, equivoca palabra que, utilizada ahora por los neoeconomistas de Estado, indica que el obrero tiene la culpa de que el producto mezquino, pobre de materia y de terminación, del empresario, no haya quien lo compre en el mundo civilizado) y, cuando ya estábamos llegando al oasis, nos encontrábamos con que era un espejismo.

Supongo que fue su propia depresión, su susto personal cuando Solchaga le enseñó el calcetín vacío y agujereado, los sobresaltos que le dieron los sindicatos (tan pocos, tan moderados), la ofensiva de la derecha prefranquista y, probablemente, ese componente de hastío que tiene su psicología, ese último fondo de genio incomprendido, o de héroe anulado por su propio pueblo, el que le llevó a una situación que nunca debía haber aceptado: las elecciones anticipadas. Lo pensó mal, le aconsejaron mal. Y convocó el hombre, las elecciones. Para "clarificar", decían.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_