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Tribuna:CRISIS DEL PSOE
Tribuna
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Sin pasarse

La venganza de algunos miembros del PSOE está llegando demasiado lejos, aunque lo que pasa en el seno del partido del Gobierno no es una tragedia sino un simple drama.

NO PODÍA CREERLO; siempre pensé que la venganza era dulce mientras no era posible llevarla a la práctica. Pero no: incluso se ha llegado demasiado lejos, con un revanchismo gratuito e ilegítimo al que en ningún caso puede darse paso. Resultaba demasiado desagradable leer los periódicos al día siguiente de la presentación del nuevo Gobierno. Todos nos preguntábamos: ¿pero tanto odiaban a Alfonso Guerra algunos socialistas? Han llegado a celebrar una fiesta por la derrota del guerrismo y alguno le desafía a presentarse al próximo congreso para asistir a su derrota personal. Me ha sorprendido, la verdad sea dicha. No sólo presumen de haberlo barrido, sino que además quieren humillarle.Me sorprende tanto más porque yo no he sido ni guerrista ni no guerrista, sencillamente no soy proclive al taconazo y tente tieso. Soy incapaz, como decía Sartre, de pedir a nadie que me traiga un vaso de agua, pero que tampoco me lo pidan. De ahí al espectáculo a que se está asistiendo hay un abismo.

Admitida la fractura del partido, militantes y cargos públicos buscan posiciones, de modo que se, les garantice un lugar al sol... que más calienta. Espectáculo aún más lamentable, el de las ratas que a toda prisa abandonan el barco, creyendo que se hunde, después de haber navegado viento en popa sin otros méritos que los de saber juntar a tiempo y ruidosamente los tacones... no tan lejanos. De esta gente, la verdad, yo no me fiaría ni un pelo. No es éste el caso de los llamados renovadores contrarios a la idea del taconazo y, por ello, represaliados muchos de ellos. Perdóneseme la osadía, pero una de las ventajas de la edad que yo tengo es la de ser osado -¿a cuándo voy a esperar si no hablo ahora?-, pero a estos renovadores les diría que no se pasen, que la historia del poder socialista es demasiado corta para considerarla sólo como un pasado devaluable. Debe recordarse especialmente que cada vez que el líder socialista (no hay más que uno, no hace falta citarlo por su nombre) ha necesitado de la tropa de a pie ha dispuesto de ella de manera incondicional y hasta yo mismo pegaba el taconazo. Ese trabajo de aunar esfuerzos y voluntades, contrarias incluso a lo que se le pedía, es de un valor incalculable, importantísimo e inolvidable, y lo dirigía como un estratega napoleónico Alfonso Guerra. No se puede borrar de un plumazo toda esa historia tan reciente. Comprendo, de alguna manera, que no todos los medios son válidos, sino que hay que distinguirlos según los fines perseguidos, diría Max Weber. Los fieles de que disponía el estratega constituían la columna vertebral del partido, pero su recluta se producía vía la cooptación, formalizada mediante entrega de bastoncillos de can- a a quienes se creían mariscales con mando de plaza. Para ello, claro está, no se necesitaban científicos precisamente; ni tampoco se querían, porque podrían discutir las órdenes superiores. Tal sistema ha traído consigo que se originara un escalón de mandos de absolutas vulgaridades. Ésas eran las reglas del juego, perfectamente conocidas por todos, y lo más digno era retirarse a la vida privada y no participar en el mismo. Pero la verdad es que es muy difícil domesticar el narcisismo. También la estupidez. Hay toda una antología de frases que lo acreditan. En cualquier caso, esas reglas de juego aplicadas en la práctica con disciplina férrea, más tarde o más temprano, habían de terminar y no de buena manera. Sólo hacía falta que alguien encendiera la mecha.

Tiene sus antecedentes en un congreso regional de Andalucía en el que se gestó una fractura del partido, aunque limitada a ese ámbito y en el que, creo, Guerra tenía toda la razón. No se puede ignorar en política dónde radican los centros de poder y mucho más aún cuando quien lo ignora ha sido amamantado a los pechos del titular del centro de poder más importante de la región. Alfonso. Guerra aplicó las reglas del juego con el máximo rigor porque en un partido no se admite la indisciplina. Y lo hizo sin mirar las consecuencias, fuera la pérdida de la alcaldía de Sevilla o la de Constantinopla, aunque se pagaran costes muy altos, en lo que creo que la perdió. Pero la gran fractura del PSOE a nivel nacional se origina con el primer brote de corrupción nutrido de su propia sangre. Cierto que le pudo el narcicismo político de no soportar la relegación que suponía su dimisión, y que al final hubo de producirse tarde y mal. Todo esto es ya lo de menos.

Lo cierto es que se están imponiendo nuevos valores en las filas socialistas que deben desarrollarse con honestidad y sin revanchismos. Estoy seguro que eso no lo consentirá el líder socialista. Sé de su firmeza de criterios, pero en ningún caso es capaz de llegar a la crueldad, como erróneamente se ha puesto en mi boca. Lo curioso es que viniendo el conflicto de lejos, agriado por la distinción absurda entre derechistas e izquierdistas y sus correspondientes descalificaciones, Alfonso Guerra incurriera en el mismo error en cuya corrección puso todo su empeño; esto es, olvidó dónde radicaba el centro de poder máximo del PSOE. Planteada la fractura del partido en el ámbito nacional, el titular del centro de poder actuó de forma parecida y ha ido a por todas, en un perfecto ejercicio de justicia inmanente. El paralelismo es exacto, incluso por la relación de amistad fraternal que existía entre ambos personajes.

Llegado al final me atrevo a plagiar a Azaña cuando al final de la guerra civil pedía a los españoles "paz, piedad, perdón", aunque la situación ni con mucho sea tan trágica. Quizás porque sólo sea dramática y no llegue a la tragedia (¡ ... hay tanto teatro!). Porque quienes deberían renovarse o reciclarse no están dispuestos a ello, no quieren rectificar ni comprender la necesidad de hablar, si no de las tres pes azañistas, sí de una actitud de comprensión para que no haya lugar a una fractura definitiva. No estamos, ni muchos menos, en 1920.

José Cabrera Bazán es catedrático de Derecho del Trabajo.

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