"Sólo quiero que me dejen ser kurda"
Guerra sin cuartel entre Ejército y rebeldes separatistas en el sureste de Turquía
ENVIADA ESPECIAL, Quédese esta noche y les verá pasar", dice con rabia la mujer. Al menos 20 aldeas de los alrededores de Kulp, una zona montañosa a 120 kilómetros al noreste de Diyarbakir, capital del Kurdistán turco, han sido incendiadas en julio por el Ejército que, a punta de fusil, obliga a sus habitantes a trasladarse a pueblos grandes o ciudades donde poder controlarlos. Sin sus pocas cabras, sin sus tierras, sin dinero y sin consuelo, los campesinos kurdos son transportados en camiones a la caída de la tarde a cualquier lugar en que haya una comisaría o un cuartel que vigile sus pasos y no lespermita servir de apoyo a la guerrilla del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).Las casas de adobe de Bamusi, que habitan 25 familias, líndan con la carretera. "Por esto nos hemos librado hasta ahora. Las aldeas que están incendiando son las del interior, pero cuando acaben con ellas vendrán por nosotros. Los soldados disfrutan recordándonoslo cada día, gritándonos que no nos soportan y que pronto vendrán a rebanarnos el cuello", afirma la mujer, que no quiere dar su nombre, pasándose con furia el índice de oreja a oreja.Tras la ruptura de la tregua unilateral declarada en marzo por el PKK, que lucha por un Estado independiente contra el Gobierno turco, los rebeldes iniciaron el mes pasado una violenta campaña que ha tenido por respuesta una ofensiva militar en toda regla. Los kurdos han llevado también su causa a las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo con sus acciones contra intereses turcos en Europa a comienzos de julio.
Los muertos se cuentan por centenares en ambos bandos, y el jefe del Alto Estado Mayor, el general Dogan Gures, ha declarado que, antes de que finalice el próximo invierno, tiene que haber acabado con el PKK o volverá a imponer la ley marcial.
La solución militar, que el fallecido presidente Turgut Ozal empezaba a descartar, se ha impuesto en el nuevo Gabinete que encabeza Tansu Ciller, y el problema kurdo ha dejado de existir para volver a ser el problema turco, como dicen los generales, que ni siquiera reconocen que haya otras etnias en el país. Según el diputado socialdemócrata Muintaz Soysal, la falta de experiencia de Ciller la ha llevado a "dejarse atrapar por los militares en una trampa que puede costar muy caro al país". La nueva primera ministra llegó hace un mes prometiendo la educación primaria en kurdo, y una televisión y una radio en esa misma lengua, pero se le echó encima gran parte de la opinión pública, incluido su propio partido, y dio marcha atrás, dejando la cuestión en manos del Ejército.
"Lo único que vemos de los turcos son las armas. No podremos vivir en paz. No quiero que me ordenen dónde tengo que vivir y cómo, sólo que me dejen lo mío y ser lo que soy, kurda", dice otra mujer de Bamusi. El odio ha calado fuerte en estas gentes que miran con recelo, creyendo que el intérprete, el chófer y la periodista somos espías. "Poco me importa que me denuncien. Si vienen a echarme de mi casa me uniré a la guerrilla", dice un muchacho.
Se ha formado un corrillo y todos gritan y gesticulan para indicar que ya no creen en el Gobierno de Ankara. "Nos acusan de apoyar a los miembros del PKK. Antes venían a pedirnos comida, pero ahora son ellos los que se la dan a los necesitados. Le juro que si queman mi casa, seré la primera en echarme a la montaña y hacer pan para la guerrilla", añade la mujer.
Cuando la extensa planicie de Diyarbakir se va arrugando en colinas cada vez mayores y los campos amarillos de trigo recién segado dejan paso a matorrales y arbustos, comienzan los controles militares. En el primero revisan los documentos y registran el coche. El segundo, a sólo 10 kilómetros del pueblo de Kulp, se convierte en una barrera infranqueable. El intérprete tiembla. Ya ha estado tina vez en la cárcel y otra en la comisaría y lleva licencia de guía oficial de turismo, que teme que le retiren por ir con periodistas a donde no debe. El chófer calla, casi le han desarmado el coche y aunque no la cárcel, ha visitado con frecuencia la comisaría. Las órdenes son tajantes: "Vuelta inmediata a Diyarbakir sin pararse en ningún sitio".
La tensión es plomiza. Nos pasan a toda velocidad dos vehículos blindados artillados. A pesar de ello, el intérprete acepta una nueva parada en Kucik, donde viven otras 30 familias amenazadas de desahucio. Hay una escuela, pero este año permaneció cerrada porque no fue ningún maestro. Un hombre de 51 años recita con voz entrecortada los nombres de las aldeas quemadas: Darakol, Cixci, Butika, Mastak, Picar, Zikt y tantas otras. Un primo suyo insiste en que no me puedo ir de la zona sin ver cómo los militares han reducido a cenizas casas y tierras de cultivo, pero mis acompañantes se niegan a adentrase en la montaña. "Después de rociarlas con gasolina", continúa, "han apuntado a sus dueños con un fusil y les han obligado a incendiar sus propias viviendas y pertenencias". A sus 35 años y con cinco hijos, cree que es muy viejo para unirse a la guerrilla y que debe ser la comunidad internacional la que obligue a Turquía a respetar a los kurdos.
El diputado Hatip Dicle también considera que Occidente tiene una "responsabilidad directa" en la represión del pueblo kurdo, ya que muchas de las armas que utiliza el Ejército turco contra éste están compradas en Occidente. "Sin armas, Ankara no podría continuar la guerra", afirma. Dicle es uno de los fundadores del Partido Laborista Popular (HEP), que el Tribunal Constitucional canceló el pasado día 14, a petición del fiscal del Estado, que le acusó de ser un "centro de actividades políticas ilegales".
El HEP llegó al Parlamento tras las elecciones de octubre de 1991 de la mano del Partido Socialdemócrata Populista (SHP), que encabeza el actual viceprimer ministro Erdal Inonu. Los roces no tardaron en aparecer. El nacionalismo militante kurdo de 18 de los 22 diputados del HEP -Dicle y otros 17- hizo que el SHP, que gobiemia en coalición con la derecha, se sintiera traicionado. Esos 18 diputados crearon el Partido Democrático (DEP), que les ha permitido librarse del juicio contra el HEP. El peso de la justicia pende sobre el antiguo presidente del HEP Felimi lsiklar, quien aún militaba en este partido cuando el fiscal hizo la denuncia. Paradójicamente, lsiklar, conocido intelectual que pasó un largo periodo en la cúrcel tras el golpe militar de 1980, ha defendido siempre la indivisibilidad de Turquía y la, "necesidad de que kurdos y turcos vivan en paz".
La sentencia del Tribunal Constitucional, especialmente en lo referido a lsiklar, cayó como una bomba en la clase política turca más preocupada por afianzar la deficiente democracia del país, y las voces en contra se escucharon por los cuatro confines, incluida la de la primera ministra. En Diyarbakir, sin embargo, la pregunta de qué piensa de la ¡legalización del HEP sólo despierta una mueca irónica en una de sus fundadoras, Leyla Zana, que se limita a decir que forma parte de la "estrategia común turca de negar la existencia del pueblo kurdo".
Durante el alto el fuego decretado por el líder del PKK, Abdula Apo Ocalan, una delegación del HEP se entrevistó con él en su refugio de las montañas libanesas, y Dicle asegura que lograron una extensión del alto el fuego. Al volver a Ankara se encontraron con que el Gobierno se creía que la tregua unilateral era resultado de la "debilidad de los terroristas" y no quisieron ni utilizarla, no permitirlesel papel de medidadores.
"El PKK aguantó hasta que le mataron durante la tregua a 150 milítantes. Luego la guerrilla dio muerte a 36 soldados que viajaban vestidos de civiles en un autobús militar. Se acabó el alto el fuego, y el PKK demostró que no estaba tan débil como se! creían", señala Sedat Yurttas, otro diputado del DEP.
La sangre no para de correr. Otros dos horrendos atentados de las últimas semanas atribui dos al PKK , han dejado un reguero de niños y mujeres muer tos. El terror se está aduefian do de las dos comunidades ét nicas que cada, día se distancian más. "Cuando la gente se ente ra de que somos kurdos no nos quieren alquilar sus casas ni admitimos en sus hoteles. Mi hermano y sus amigos se fue ron a Antalya, en la costa me diterránea, a los dos días de que el PKK hiciera explotar bombas en hoteles de esa turís tica ciudad, y la primera noche tuvieron que dormir en el co che. Nadie los quiso alojar", señala el propietario de una empresa de exportación.
El cansancio es evidente en Diyarbakir. Cansancio de no poder decir lo que se quiere; porque no se sabe si el interlocutor es uno de los muchos vendidos; de no poder dar a los hijos un nombre kurdo, de no poder enseRarles su lengua matema; de tener que ser lo que no se quiere ser, turco.
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