La llamada
Dejé que el teléfono sonara cuatro veces para que el que llamaba no se fuera a pensar que estaba ansioso, pero cuando lo cogí el otro colgó. No lo entiendo, hay contestadores automáticos que no responden hasta la sexta llamada y la gente los aguanta; el mío es más nervioso y se pone a hablar a la segunda. Me han dicho que si le toco una cosa por dentro puedo modificar esa conducta inquieta, pero a mí me parece que es como hacerle la lobotomía, así que sigue contestando con desasosiego. Yo no, yo siempre espero un poco, como para pensar lo que voy a decir si me ofrecen una subsecretaría; lo malo es que a veces cuelgan en el momento de cogerlo y entonces me da por pensar que se trataba de esa llamada que todos esperamos y que a lo mejor sólo se produce una vez en la vida. Me puse junto al aparato por si estaban telefoneando desde una cabina y se hubiera cortado: ahora, con el calor, los productos lácteos y las llamadas se cortan en seguida. A los pocos minutos volvió a sonar y descolgué corriendo: "Diga", dije. "¿Qué día recogen la ropa, por favor?". Permanecí atónito un par de segundos y pregunté a mi vez: "¿Qué ropa?". El silencio cabalgó de uno a otro lado de la línea; finalmente la voz volvió a sonar: "La ropa vieja. ¿No es la parroquia?". "Sí", respondí, "mañana, la recogemos mañana, a las once".
Al día siguiente fui a por la ropa y me dieron dos chaquetas de invierno muy rozadas y con los bolsillos vacíos. Cuando llegué a casa, tenía un mensaje en el contestador: "Luego te llamo", decía una de esas voces familiares que no somos capaces de identificar. Desde entonces han pasado muchos luegos y no han vuelto a llamarme. En cuanto a las chaquetas, me están bien de hombros, pero tienen las mangas muy largas y no me dejan libre la mano de descolgar el aparato.
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