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Últimos sueños en la línea de fuego

Recorrido por el frente con los soldados de una brigada bosnia

Se autodenominan la 101ª Brigada Mecanizada Bosnia, aunque lo de mecanizada es una exageración. No es probable que los serbios pidan refuerzos al ver el puñado de viejos camiones del antiguo Ejército Nacional Yuyoslavo acribillados a balazos y aparcados en barracones cerca del barrio de Dobrinja, en Sarajevo. El cartel pegado en el tablón de anuncios -que muestra un misil de crucero lanzado desde un acorazado y en el que puede leerse Ahora o Nunca- tampoco va a convencer al conocido poeta serbio Radovan Karadz¡c de que el Ejército de Alia Izetbegovic ha adquirido una flota secreta. Pero resulta difícil culpar por ello a los jóvenes de la primera línea del frente.Son educados hasta la timidez. El mayor tiene 47 años y el menor es un estudiante de 16 años, con un versículo coránico grabado en la culata de su fusil kalashnikov. Se pasean a través de la destrozada aldea de Hasnop como veraneantes aburridos, contando chistes y negándose a ir más allá de las barricadas de contenedores agujereados y coches volcados, mirando con indiferencia las viviendas calcinadas, a 180 metros del francotirador serbio más cercano. Goran Ivankovic indica el camino escaleras arriba. Es un croata de 27 años, director de telefilmes en el Sarajevo de la preguerra. "Estoy aquí para defender la libertad", anuncia. "Por eso lucho con mis hermanos. Tienes que ver lo que ha pasado aquí", dice al llegar al primer piso. "Esta es la casa de Fuad". Fuad Hadjimahmutovic, que estaba detrás de nosotros con su rifle en la mano, se adelanta y empuja la puerta de su casa. Ya no hay marcos en las ventanas. Una granada ha marcado su paso a través de una pared. Restos de camas, armarios y sillas se esparcen en tres habitaciones. "Bienvenido a mi casa", dice Fuad con una amplia sonrisa. Hemos llegado a la primera línea de fuego.

Nihad Jivojevic es el chico de 16 años que debería estar en la escuela si no fuera por la guerra. Un muchacho que admite de forma tranquila y despegada que piensa en la muerte de vez en cuando, pero sólo después de haber arriesgado su vida, nunca cuando está en combate.

De vez en cuando, se oye el chasquido de las balas fuera de la casa. Detrás de la ventana se ve una colina verde cubierta de chalés con tejados rojos, donde están los francotiradores. Nos sentamos en el suelo con Mustafá Hubiar, un hombre mayor y pensativo, antiguo oficial de seguridad marítima.

"Debemos volver a la antigua Bosnia", insiste Goran. "No podemos tener un Estado dividido étnicamente". Mustafá asiente. "Tenemos que luchar por ello. El enemigo quiere destrozar nuestra vida y la libertad que hemos tenido".

Goran sabe que el Ejército bosnio en el que luchó en Bosnia central es ahora un ejército sólo musulmán y que sus compañeros croatas están luchando contra los musulmanes al otro lado de la línea del frente. "Lamentablemente sé que es cierto", dice.

"Son los de arriba los que dirigen estas cosas. Los musulmanes son las víctimas, pero deberían ser nuestros hermanos. Son débiles, y por eso los atacan". Palabras sorprendentes para un hombre que si hubiera nacido 19 kilómetros al oeste estaría ahora intentando matar a Mustafá.

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"No tendremos futuro si no vivimos con nuestros vecinos. En la unidad somos fuertes", señala.

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