Circular por Europa
LOS PAÍSES firmantes de la Convención de Schengen han decidido aplicarla a la libre circulación de personas en territorio de la CE a partir del 1 de diciembre próximo. Es una ironía que el acuerdo, en el que participan todos los miembros comunitarios menos Irlanda, Reino Unido y Dinamarca, fuera establecido en 1989 para acelerar la libertad de circulación de personas en el espacio comunitario y anticiparse con ello al plazo de enero de 1993 fijado en el Acta única. Una ironía, porque, estando prevista su entrada en vigor a lo largo de 1990, con algo de buena voluntad y muchas excepciones, lo hará cuatro años más tarde.La fórmula aprobada en Madrid es, en palabras del secretario de Estado español Westendorp, "un equilibrio entre la libertad, la libre circulación y la seguridad". Traducido a lenguaje ordinario, los ciudadanos comunitarios podrán circular libremente por la CE sin siquiera llevar documentación, mientras se levantan infranqueables barreras frente al extranjero. Y, aun así, el acuerdo sólo se aplicará en Francia, el Benelux, Alemania y España (Portugal lo hará cuando se conecte al fichero policial del Sistema Informático Schengen), simplemente porque estos países -y especialmente Francia- no se fían de la impenetrabilidad de las fronteras de Italia y Grecia con el mundo exterior.
Pocas cosas hacían sospechar que la decisión alcanzada en junio de 1988 por los ministros de Interior de los Doce (levantar un muro exterior con el que proteger el espacio común cuando empezara a aplicarse el Acta Única) provocaría situaciones dramáticas, desaparecido el bloque socialista, que constituía la frontera natural de la CE. Es consecuencia de la combinación de dos circunstancias: haber dejado en manos de los responsables de Interior y de Policía la unificación de las políticas nacionales de inmigración, asilo y visados, prevaleciendo de ese modo el criterio de la seguridad. Y la inesperada avalancha de emigrantes y exiliados procedentes de Europa oriental desde la caída del muro de Berlín en 1990.
El endurecimiento de Schengen es preocupante. Es cierto que la CE padece una de las peores recesiones económicas que se recuerdan y que, por consiguiente, es comprensible su resistencia a incrementar el número de gentes que componen sus estamentos más pobres. Lo que sería preocupante, sin embargo, es que las limitaciones de Schengen se debieran menos a razones económicas que sociales o culturales.
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