Hamlet se va al paro
MANUEL MONTALVOEl autor propone aclarar si reformar el mercado de trabajo significa ir hacia un marco que dé paso al despido libre y a la reducción de salarios. Afirma que el debate debe plantearse en términos de aumento de la productividad y no sólo de reducción de sueldos.
Al parecer, la panacea para salir de la crisis económica: aligerar el peso del paro, mejorar la inflación, hacer magnífico el crecimiento y lograr el equilibrio exterior, o sea, la cuadratura del círculo, es flexibilizar el mercado de trabajo; lo cual no es más que una simplificación del problema económico y buscar su solución con el falso maniqueísmo de lo bueno y lo malo, el sí y el no.Los partidarios de una y otra sesuda y monosilábica reflexión no se paran en mientes en hacer valer sus argumentos. Así los partidarios del sí trajeron a Gary Becker, el altruista premio Nobel de Economía, que se despachó a gusto exponiendo las ventajas de la para otros malhadada flexibilización del mercado laboral.
Como en aquellos circos que paseaban la miseria de los tiempos por los pueblos de España, los participantes en el debate se dividen en dos facciones. A la salida del artista laureado (no estaría bien decir descocado), los unos, más avanzados, estallaban en vítores y aplausos, y los otros, con cerrazón histórica y rechinamiento de dientes, callaban.
Es fácil identificar en los opositores de la carpa a los modernos liberales, poderosos y gritones, y a los sindicatos, bien pertrechados en las trincheras que cavaron los muertos camaradas en 1871.
Bien está el circo cuando sobra el pan. Faltando es más digno mantener una actitud de seriedad y abarcar el problema bajo las coordenadas del conocimiento económico y el rigor histórico. Para ello, primero es saber qué quiere decir flexibilizar el mercado de trabajo, dejando de lado los eufemismos técnicos, y no es más que un conjunto de medidas que permitan el despido libre y la disminución de los salarios.
Aclarados los términos, puede que fuera legítimo plantearse la flexibilización del mercado laboral de forma inversa a como se hace: ¿acaso un aumento de la flexibilidad de salarios no acarrearía una profundización de la crisis? Desde luego, aceptando las hipótesis keynesianas la respuesta no ofrece duda.
La forma más adecuada para que no aumente el paro es mantener el nivel de salarios nominales. Pero no es juicioso quedarse a la altura histórica de la Teoría General, hay que avanzar e iluminar el problema con los desarrollos teóricos más relevantes en estos años noventa -Stiglitz, Tobin, Romer, Lindbeck y otros- y
con los datos y experiencias propios de la misma crisis.
Tomemos el problema, de la forma tradicional de oferta-demanda.
1. Desde el lado de. la oferta de trabajo:
a) De acuerdo con las teorías de la eficiencia de los salarios, se puede afirmar que los salarios y la productividad se encuentran relacionados entre sí positivamente, en el sentido de que un aumento de los salarios reales provoca un aumento de la productividad e inversamente una disminución salarial provocaría un descenso de la productividad. Luego, parece evidente que toda medida tendente a disminuir los salarios y que rompiera con la rigidez salarial, al no aumentar la productividad, en poco podría mejorar el crecimiento y la competencia.
Este tipo de teorías arrojarían luz de por qué muchas empresas no siguen la política de moderación y flexib¡lización, pues la disminución de salarios expulsaría mano de obra cualificada, atrayendo otra con menos capacitación, con el lógico perjuicio para la productividad que ello acarrea, amén de que las disminuciones salariales no posibilitan mayores esfuerzos productivos.
b) Por su parte, las teorías insider-outsider muestran la inconveniencia de sustituir trabajadores con experiencia profesional por otros sin experiencia o con poca, y ello por dos razones. La primera de ellas es que el proceso de adaptación haría disminuir la productividad, aumentando paralelamente los costes. La segunda razón es que este efecto, que había de ser transitorio, se refuerza con la actitud negativa de los trabajadores que quedan en el proceso productivo, los cuales reaccionan ante una posible sustitución disminuyendo la productividad.
En resumen, la sustitución de trabajadores viejos por nuevos se realiza asumiendo unos costes que pueden anular las eventuales ventajas de la sustitución de unos por otros.
c) Un tercer grupo de teorías pone el acento sobre la imperfección en los mercados de trabajo y de productos. Dada una información incompleta, y considerando las teorías de la eficiencia de los salarios y los inconvenientes de la sustitución de trabajadores, adoptar una política de reducción de salarios implica asumir un nivel de incertidumbre que aumenta el grado de aversión al riesgo de las empresas.
2. A todo lo anterior se deben agregar los efectos que se derivan en la demanda de trabajo a través de las funciones de producción. Así es, dado un umbral tecnológico y un determinado stock de capital, y admitiendo la concavidad de las funciones de producción, una reducción de la producción derivada de una disminución del empleo de mano de obra debería aumentar la productividad de los salarios reales, y es precisamente lo contrario lo que ocurre, a tenor de las observaciones de que se dispone.
El panorama descrito se complica si se tiene en cuenta además el comportamiento conjunto de la oferta y la demanda de trabajo, que curiosamente actúan de la misma forma en los periodos de recesión.
La oferta de trabajo se desplaza hacia la izquierda, al igual que la demanda, provocando este mimético comportamiento un fuerte aumento de los contingentes de paro, haciendo absolutamente innecesaria toda política flexibilizadora.
Aunque se dice bastante con el razonamiento económico, no se dice lo suficiente si no se considera el entorno político y social: la economía aún no ha dejado de ser política.
Es cierto que en los albores del siglo XXI es preciso considerar el Estado bajo nuevas ópticas que traten sobre su discutible dimensión o sobre su eficacia, pero lo que no es cuestionable en una sociedad moderna y un capitalismo maduro es prescindir de la intervención estatal allí donde el signo de la modernidad y avance social es más evidente: el mercado de trabajo, ignorando que las rigideces en estos mercados son una condición histórica inevitable. Ello equivale a mandar al paro a Hamlet en su propia obra, o no saber nada de economía, ni tampoco de literatura.
Con un poco de rigor, que es mucho el que se le supone a las autoridades y conversos economistas liberales, es impensable situar el Estado en Inglaterra y el mercado de trabajo en la isla de Robinson y convertir a Crusoe en un patrón que baja el salario o despide al bueno y negro de Viernes, que ha de irse al sindicato a reclamar.
Ya, para concluir, baste insistir en la conveniencia de cierto grado de rigidez en el mercado laboral para evitar la profundización de la crisis y el aumento del paro. Reclamando la necesidad de plantear globalmente el problema económico en un modelo que no puede hacer abstracción de la realidad y de los condicionamientos históricos de la sociedad que determina el mercado de trabajo. Dicho sea para quien entender pueda y quiera.
es catedrático de Economía Política de la Universidad de Granada.
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