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El Foro Económico Mundial dice que reducir empleo no aumenta la competitividad

Javier Moreno

J. M. Es imposible ganar competitividad si se trata a los empleados como elementos desechables, advierte Stéphane Garelli, director del Informe sobre la competitividad 1993, que acaba de hacer público el Foro Económico Mundial. Reducir empleo para aumentar la productividad y la competitividad, ha sido el recurso de numerosas economías, incluida la española. En el primer trimestre de este año, la producción industrial bajó en España un 0,7%, pero el empleo en el sector cayó a una tasa anual del 10%.

Este es el tipo de políticas que el informe del Fondo Económico Mundial (FEM) critica con severidad en su informe anual de 1993 sobre la competitividad. Para su director, la confianza de los empleados en la compañía para la que trabajan, así como en una relación a largo plazo con ella, permite un máximo de flexibilidad, compromiso y motivación. Tres elementos clave para la competitividad de las empresas en la próxima década.

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Seguirá la contracción de plantillas

El FEM, una organización con sede en Suiza que agrupa a empresarios de todo el mundo, afirma que las empresas tienen que equilibrar la rebaja de costes de operación, especialmente a través de la reducción drástica de puestos de trabajo, con las consecuencias que esto tiene a largo plazo: destrucción de la credibilidad y de la cohesión de la empresa. "Después de todo, competitividad no es sólo sobrevivir el próximo trimestre, sino estar preparados para la siguiente década y más allá", advierte Garelli, con visión de futuro.

Las empresas españolas, sin embargo, han optado por la reducción de empleo como vía rápida de recuperar una competitividad que se fue deteriorando desde 19,89, tras la entrada de España en el SME. "Eso es exactamente lo que hizo España en 1992, especialmente en industria", dice el secretario de Estado de Industria, Álvaro Espina.

Aumentos salariales

"En términos nominales", explica Espina, "los salarios se han disparado [estos últimos años] al 8% o 9%, mientras nuestros competidores negociaban aumentos del 3%-4%". La inflación, no obstante, se ha encargado de que los aumentos salariales reales para los trabajadores españoles fuesen más bien modestos.

Para Espina, las devaluaciones competitivas permiten reequilibrar los desequilibrios acumulados en el exterior. Pero en el interior, el ajuste se realiza con, el empleo. "Reducir empleo es la única forma de ganar competitividad si negociamos salarios sin contar con nuestros competidores", advierte.

Pero esta destrucción del empleo y del tejido industrial puede tener consecuencias muy severas a medio plazo, según el FEM, en una sociedad en la que el paro se ha constituido ya como el primer problema. Y no sólo económicas, sino incluso políticas y de estabilidad de la sociedad. Los 17 millones de parados de la CE dan fe de ello.

Amenaza a la sociedad "La obsesión actual con reducir la plantilla, es de hecho, la mayor amenaza a los fundamentos de una sociedad abierta y de libre mercado", se afirma en el informe del FEM. Sus analistas consideran que el debilitamiento de los sindicatos en los últimos años y el derrumbe de la Unión Soviética han llevado a numerosos economistas y dirigentes políticos a creer que tienen "un márgen ilimitado de maniobra".

"No obstante", continúa el informe, "tiene que quedar claro que estos comportamientos, excesivos, e incluso peligrosos, no encuentran justificación ni en la teoría de la competitividad ni en la actitud responsable que ha de prevalecer en una sociedad de libre mercado moderna".

Estas reflexiones del FEM se producen en un momento en el que el paro se ceba en los whitecollar o trabajadores no manuales, un sector que hasta ahora se vio poco afectado por la primera oleada de paro estructural, que alcanzó de lleno a los obreros en los años ochenta.

Esta segunda oleada de desempleo estructural podría alcanzar "proporciones sin precedentes", según el FEM, puesto que el 85% de la población activa en países industrializados realiza trabajos en oficinas, y genera aproximadamente el 60% del PIB de estas naciones.

El peligro está servido. Los nuevos parados, que han desempeñado funciones de gestión y dirección empresarial, suelen estar cerca de los cincuenta años -continúa el informe del FEM-, y se encuentran a mitad de su carrera, con una familia y una hipoteca que pagar. Disponen de una buena educación y de credibilidad social. Y pueden cuestionar de forma más contundente que sus homólogos de menor categoría "la lógica de un sistema obsesionado con la competitividad y que destruye empleo".

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