Sexo para vender
Las diferencias de riqueza, la caida de comunismo y la movilidad turística hacen de las redes de prostitución un negocio floreciente
Los sábados por la noche, hasta 300 mujeres flanquean las márgenes de la E-55, una autopista checa cerca de la frontera alemana. Lucen ropas variadas: batas ligeras, escasos vestidos rojos, mallas que brillan en la oscuridad. Hablan una babel de idiomas: checo, rumano, búlgaro, húngaro, alemán. Pero sólo tienen una cosa que vender: sexo.Para los camioneros y trabajadores emigrantes que recorren el trayecto de la carretera más importante entre Berlín y Praga, este tramo concreto de 12 kilómetros de la E-55 es la "autopista del amor barato", el burdel más largo del mundo, un muestrario de lujuria. Los viajeros pueden hacer una parada en las áreas de descanso, engullir frituras y embutidos franceses y, por poco más de 3.000 pesetas, llevarse una chica -puede que de tan sólo 15 años- durante media hora a los matorrales, a la cabina de un camión o a un miserable motel. Para los hombres, esos encuentros son seductores, aunque sórdidos, interludios a precio de ganga.
Para las jóvenes, la historia es diferente. Muchas se han visto obligadas a esta servidumbre sexual. A algunas, secuestradas por estafadores, las han violado y apaleado hasta someterlas psicológicamente.
Mientras ellas pavonean su mercancía, sus chulos acechan en la sombra, calculando los beneficios de la noche. Pero no todos los chulos son gánsteres. A menudo es el padre quien se sienta en el coche de repuesto o la madre quien negocia el trato por su hija. Tal vez el hermano pequeño aparece con un barreño de agua jabonosa para lavar el coche de un cliente por un suplemento de unas 500 pesetas.
El deseo tiene un valor en efectivo; el mercado no tiene escrúpulos. Desde Europa del Este hasta el Himalaya, desde Tokio hasta Tegucigalpa, una sórdida transacción tras otra ha generado un comercio multimillonario del sexo. Las inmensas convulsiones socioeconómicas lo fomentan: la caída del imperio soviético, el aumento de la movilidad global, la drástica disparidad de las rentas mundiales Pero su efecto es más devastador a nivel individual. Las mujeres y los niños pobres son mercancías que se comercian en la calle, productos que se truecan, se regatean, se pasan de contrabando y se venden como cobertura frente al hambre, o como maneras rápidas de obtener beneficio. Las almas no cuentan, sólo los cuerpos, cada vez más degradados.
Pocos rincones de la Tierra son inmunes a la irrupción del comercio del sexo. Europa del Este, antes orgullosamente comunista, está infestada de busconas y prostíbulos. En los pueblos del Himalaya nepalí, cada año se venden unos 7.000 adolescentes que van a parar a burdeles de Bombay empapados de sudor. Las busconas nigerianas acuden en tropel a Bolonia, mientras las ven tanas con brillantes neones del barrio de mala fama de Amberes están llenas de ganesas con ropa interior de encaje.
Las autoridades siempre han hecho la vista gorda al oficio más viejo del mundo. Si cada año 100.000 alemanes deciden visitar Tailandia en paquetes turísticos de sexo, ¿quién va a oponerse? Hace muy poco que la gente ha empezado a preguntarse cuántas de los dosmillones de prostitutas tailandesas son menores; cuántas han sido vendidas por sus padres o sus maridos con un contrato como sirvientas a propietarios de burdeles, y cuántas han sido se cuestradas en pueblos de Burma, Laos y el sur de China.
Cuando el telón de acero se. vino abajo, pocos habrían adivinado que en menos de cinco años se desencadenaría un éxodo de mujeres de Europa del Este acosadas por la pobreza, desesperadas hasta llegar a venderse por lo que rara vez resulta ser una buena vida. La policía dice que una cuarta parte de las 200.000 prostitutas que hay ahora en Alemania procede del antiguo bloque del Este. Incluso en el puritano Oriente Próximo todas las semanas aterrizan vuelos charter de mujeres rusas en el aeropuerto de Dubai, ejercen su comercio mientras duran sus visados de 14 días y se vuelven a casa, cargadas con aparatos de televisión en color. Los bares de las principales ciudades chinas ofrecen ahora azafatas rusas rubias y de ojos azules.Ni siquiera la guerra detiene el tráfico. En Kac, un puñado de ruinosas granjas en el norte de Serbia, Valenka, de pelo oscuro, da vueltas medio desnuda en el bar local y se lleva a los clientes a la parte de arriba para encuentros individuales a unas 7.000 pesetas la hora. Esta chica de 24 años emigró desde Donetsk, Ucrania, donde sus padres, que se dedicaban al envasado de carne, ganaban poco más de 200 pesetas a la semana y ella no podía mantener a su hijita. Ahora está casada con un chulo serbio y dice: "Muchas mujeres ucranias estarían encantadas con la oportunidad que yo tengo".
"Casi todas las mujeres soportan abusos", afirma Patsy Srenson, asistente social de Amberes, que ha ayudado a escapar a más de 40 prostitutas de Europa del Este. "La mafia georgiana es la más violenta: violaciones, amenazas con pistolas y palizas".
Francine Meert, directora de Le Nid, un grupo de ayuda de Bruselas, dice: "Muchas de las chicas tienen los dientes rotos.
Sexo para vender
Dicen que se cayeron por las escaleras. Pero, o ese local tiene las escaleras peor montadas del mundo, o es que estas chicas se están llevando unos puñetazos".Las víctimas del tráfico son sobre todo mujeres, pero los hombres -ya sea por propia decisión o por pobreza- también se ven atrapados en el comercio del sexo. En el aeropuerto de Orly, en París, el mes pasado 15 travestidos argelinos se pusieron histéricos cuando la policía francesa intentó deportarlos sin permitirles que se quitaran las faldas, los tacones altos y las pelucas. Arrastrados ante de un juez, los hombres, que ya lucían barba después de una semana en la cárcel, dijeron que el desempleo les obligaba a ir a París cada seis meses para poder alimentar a sus mujeres e hijos en Argelia. El juez les permitió cambiarse de ropa, pero ya era demasiado tarde para evitar la vergüenza: el día (le la detención, la policía francesa había transmitido sus fotos a las autoridades argelinas.
En Francfort, el año pasado, la policía descubrió en una redada en un burdel que más de la mitad de las 30 seductoras tailandesas eran hombres que se habían sometido a operaciones de cambio de sexo.
Todo menos hambre
En el barrio de Falkland Road, Bombay, hay 8.000 prostitutas hacinadas en burdeles que parecen conejeras. Allí, en una tarde calurosa, Manju ofrece una incitante sonrisa y llama la atención de los transeúntes con lascivas observaciones y sugerentes movimientos. Con su hermosa piel y sus preciosos ojos rasgados de nepalí, tan exóticos para los hombres indios, atrae una media de siete clientes al día. Su tarifa: unas 1.500 pesetas cada uno, de las que la dueña del burdel, una mujer rechoncha y brutal, se lleva más de la mitad. A pesar de su actitud sexy, de su vestido azul brillante muy por encima de las rodillas y de su intenso maquillaje, Manju, de 20 años, irradia una extraña inocencia de colegiala, acentuada por el gran lazo blanco que adorna su pelo.
La. suya es una historia típica. Hija (le un pobre granjero de una aldea de Katmandú, Manju tenía 12 años cuando su madre murió. Su padre, incapaz de sacar adelante a tres hijos, se la entregó, al cabo de unos meses, a dos extraños: pensaba que se la llevaban a Bombay para trabajar como asistenta. Cuando los dos hombres la vendieron a un chulo por unas 150.000 pesetas, "yo no pude hacer nada", dice ella. "Estaba atrapada". Nunca le dan permiso para poner los pies fuera del burdel.
Indefensa, Manju, como muchas de su profesión, se resigna a su suerte. Volver a casa no supondría ninguna mejora. "En Nepal, aunque trabajes 24 horas al día, no sacas bastante para comer", explica. "Uno puede soportar cualquier cosa menos el hambre. Si fuera un hombre, puede que hubiera matado para llenar mi estómago. Pero como soy mujer, me hice prostituta". Una opción que se impone a muchas. A lo largo de la autopista de amor barato que ahora circunda el planeta, el coste en vidas destrozadas se ha convertido en una plaga capaz de competir con cualquiera de los estragos que la humanidad se haya infligido a sí misma.
1993
Promesas de trabajo
"Pensaba que iba a trabajar como camarera", declaró a la BBC, con los ojos inundados de lágrimas, una joven dominicana a la que llevaron a Grecia. "Luego me dijeron que si no había sexo me enviarían de vuelta sin un céntimo. Me pegaron, me quemaron con cigarrillos. Yo era virgen. Aguanté cinco días llorando, sin comer. Al final perdí mi honor y mi virginidad por menos de 3.000 pesetas".En Manila, filipinas pobres fueron reclutadas prometiéndoles trabajo como "bailarinas fólclóricas". En Chipre les confiscaron sus ingresos para pagar los billetes de avión. Debilitadas por la escasez de su dieta, las obligaron a mantener relaciones sexuales con los clientes del cabaré. Cuando las mujeres, católicas devotas que mantenían a sus familias en su país, se negaron, les pegaron: "Hubo violaciones en masa", dijo un investigador de Düsseldorf.
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