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LA COLECCIÓN THYSSEN YA ES ESPAÑOLA

La décima parte

Tasada hace unos años por los peritos oficiales españoles en 300.000 millones de pesetas y habiendo sido previamente objeto de una oferta de compra por una fundación privada norteamericana en 500.000 millones de pesetas, creo que está fuera de duda lo adecuado de la cifra finalmente pagada por el Estado español para garantizar la definitiva permanencia de la colección Thyssen-Bornemisza en nuestro país, tanto en su principal sede del palacio madrileño de Villahermosa como la del barcelonés de Pedralbes.Si el precio final acordado es, en términos objetivos, como mínimo, la décima parte del valor atribuible a la colección en el mercado, creo que no se puede evaluar una operación de estas características sólo en estrictos términos contables. En primer lugar, porque jamás debe serlo así una operación cultural, que, encima, supone un importante incremento del patrimonio artístico español, y, en segundo, porque seguramente la colección Thyssen -como todas las colecciones artísticas relevantes y famosas en el mundo- atraerá a un público internacional, cuya presencia cada vez está más motivada por lo que hoy se denomina turismo cultural.

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Política cultural

Creo, en fin, que es una operación altamente satisfactoria para España desde un punto de vista estrictamente financiero, pero, sobre todo, lo es desde el cultural y político, o, si se quiere, desde el de una política cultural. En este sentido, aunque ya se ha comentado hasta la saciedad por los expertos y, asimismo, comprobado por el numeroso público visitante, la colección Thyssen completa en un doble aspecto nuestro patrimonio artístico: en primer lugar, rellena los vacíos del Museo del Prado en fondos de primitivos italianos del Renacimiento y los de pintura del centro y norte de Europa, a la vez que aporta piezas singulares de otras épocas, como la Santa Catalina, de Caravaggio, quizá el pintor hoy más buscado e inencontrable para cualquier museo; en segundo lugar, nos proporciona una extraordinaria selección de obras del mejor arte internacional de los siglos XIX y XX, que es no sólo la gran laguna de nuestras colecciones oficiales, sino también una laguna ya imposible de rellenar de forma significativa y rápida.

Por otra parte, con este gesto de política cultural, el Estado español rompe con una funesta tradición de desinterés por la adquisición de grandes colecciones artísticas ofertadas en nuestro país y que desdichadamente por falta de interés han acabado en el extranjero. De manera que ya no será necesario que nuestros compatriotas amantes del arte se vean obligados a viajar al extranjero para ver arte contemporáneo o tengan que conformarse con su visión en reproducciones, sino, por el contrario, seran otros los que se verán obligados a venir a nuestro país para disfrutar de la historia de la pintura, pues nos hemos convertido en un lugar imprescindible para ello.

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