La guerra de los altavoces
![Francisco Peregil](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F756c8425-e4d4-47b8-84ad-522ac0df60cc.png?auth=c309fa4733b6235916d93c4e29073838719e07676326964090fc6983cd95a1e7&width=100&height=100&smart=true)
El Papa sería ajeno al vocabulario veraniego que utilizaron los técnicos en la calle más larga de Madrid, el paseo de la Castellana, para instalar toda la parafernalia de altavoces, cables y micrófonos. El Pontífice probablemente sería ajeno, pero nadie que pasase el martes a 500 metros de la plaza de Colón lo fue. Desde lo alto de las farolas, los edificios y las ventanas caían a chorros aquellos ssssí, ssssí ¿se oye?, sobre las cabezas de mendigos, quiosqueros y bienandantes: "proba, proba, vamos a verr, vamos a verr ¡Mariano! ¿está eso conectao o no?... Vaya pollas de ruido que sale ahí".Veinte horas después de iniciadas las pruebas, a las tres de la tarde, tres horas antes de que el Papa anegase la plaza de amor, unos 500 chavales la refrescaban a base de sevillanas. El Papa había pedido en el Rocío menos folclorismo, pero tal sacrificio parecía excesivo. Si debajo de las torres de Jerez cantaban y bailaban -amaribiribiri ioloró, blanca la plata, blanca la plata-, debajo de la cafetería Riofrío -y azules son los ojos, y azules son los ojos-, otro grupo jaleaba las sevillanas del adiós.
En la terraza de la cafetería, en la sombrita, 150 privilegiados se encaraman con sus cremas vichyssoise, con una merluza a la romana -no podía ser de otro tipo, claro- y una tarta o helado. El "menú especial visita papal" 5.500 pesetas.
Al lado, un chico con camiseta blanca anímaba a su grupo: "Vamos p'alante que hay unas tías acojonantes.
"Sí, sí", le contestó otro. "Pero seguro que son carmelitas o algo así".
Horas después, bañadas por la palabra de los técnicos -proba, proba, uno, due- de sonido y la de los papistas -amaribiribiri ioloró-, las calles de Madrid se abrieron al tráfico. r
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