El Papa vino a verlos
Miles de personas ocupan los jardines y laderas con vistas al Pontífice en la catedral de Madrid
A las diez de la mañana de ayer, la caravana vaticana pisaba a fondo el acelerador camino del palacio de La Zarzuela. Ya la misma hora, una docena de personas ya montaban guardia junto al Palacio Real. Las 2.000 sillas dispuestas frente a la catedral de la Almudena contaron con otros muchos candidatos. Elena, una barcelonesa de 18 años, era la primera en la cola. "Llevo aquí desde las nueve y media de la mañana. Mis amigas y yo venimos siguiendo al Papa desde Sevilla", aseguraba, con un sombrero de papel de periódico en la cabeza. "Ojalá no hiciera tanto calor", se quejaba.Los ciudadanos acudieron por miles y ocuparon aceras, jardincillos y laderas fuera del recinto. Cualquier lugar con vistas al Papa, en las inmediaciones de la Almudena, tenía ya un propietario a las seis menos diez de la tarde, cuando estalló la ovación al papamóvil. El Papa vino a verlos y ellos fueron a verle a él.
En los tejados, la policía acaparaba las posiciones más estratégicas. El termómetro marcaba 38 grados. Hacia las ocho de la tarde, los socorristas habían atendido a 80 personas, a causa sobre todo de lipotimias. Dos personas tuvieron que ser ingresadas en el hospital Clínico después de sufrir un paro cardiaco.
Entre el público se echaba en falta una generación intermedia. Había muchos jóvenes de menos de 25 años y muchas personas por encima de los 50. Pero muy pocos entre medias. Algunos llegaron de desde Bilbao, Barcelona o Valladolid. Sombreros, abanicos y hasta paraguas: todo servía para combatir la canícula.
"Viva el Papa", grita sin cesar Jesús, un niño de tres años. Su madre, Dolores, le ha remojado la cabeza. Esta mujer, miembro del Opus Dei, ha venido desde Móstoles (Madrid). Le acompañan sus ocho retoños. "El pequeño ha aprendido el grito por la tele, y lleva dos o tres días diciéndolo sin parar", cuenta.
Engalanadas con banderas, las calles de Bailén y Mayor lucían en sus soleados balcones retratos del Papa. En el edificio del Arzobispado de Madrid, anejo a la catedral, se desplegaron dos enormes cartelones que rezaban "¡Bienvenido Juan Pablo II" y "España con el Papa". También se veían carteles con el lema del viaje: "El Papa viene a verte"
Los vendedores ambulantes aprovecharon para hacer negocio con la venta de banderas de España -algunas con el escudo franquista- y del Vaticano. Pero también ofrecían postales, abanicos, llaveros y camisetas con el retrato de Juan Pablo II. Fernando Díaz se queja: "En Sevilla se vendió tela de bien. En Huelva, poco; y aquí, menos".
Tres alumnas del colegio Pineda, de Barcelona, centro del Opus Dei, aúnan devoción y ganas de fiesta. "Ver al Papa está bien pero queremos divertirnos por la noche", confiesan risueñas. Aún no les han dado el folleto de instrucciones para la confesión, que pregunta entre otras cosas: ¿He aceptado pensamientos o miradas impuras?". Se reparte gratis.
El ex ministro de Franco Cruz Martínez, Esteruelas, que a pesar de tener invitación para el templo se mezcla con el público de fuera, destaca la "emoción muy fuerte" de ver al Papa. Una mujer ha protestado en voz alta y con vigor: "Menos folclor y más espiritualidad". Un grupo de chicas llegadas desde Murcia son tajantes: "El Papa es un santo y te remueve. Merece la pena pasar calor", aseguraba una de ellas, Angelina Martín.
Desde más cerca llegó Dolores Crespo, vecina de Parla (Madrid), con un gorro de la selección española. "Vale para otras veces", explica. "Hoy no me, pierdo al Papa, aunque, como soy pequeña, a lo mejor no le veo". Su hija no ha venido tanto por motivos religiosos como por puro casticismo: "No nos van a hacer de menos los sevillanos. Que no queden por encima de lo mío".
El canadiense Shane, turista, tuvo un encuentro accidental con el acto religioso. "No entiendo muy bien qué pasa", decía mientras José María Aznar, presidente del Partido Popular, llegaba a la Almudena entre ovaciones.
Poco después de las seis de la tarde comienza la ceremonia de consagración de la catedral, seguida con dificultad en la pantalla de vídeo exterior. Los ciudadanos inician conversaciones más mundanas. La religiosa María Jesús Villa se sienta a merendar. Lleva allí desde las 11.00 Sabe mucho de papas: lavó la ropa a Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. "Me habría gustado trabajar para Juan Pablo II, pero me volví de Roma. Ahora trabajo con gitanos en Vallecas", explica.
Junto a la plaza de España, a buena distancia de donde está el Papa, varias decenas de cristianos de base se manifiestan con una pancarta en la que piden "respeto a los derechos humanos en la Iglesia". Son franca minoría y no les dejan avanzar.
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