Un faenón de Curro Romero
Curro Romero, inmarchitable y eterno como su toreo, destapó ayer el tarro donde reconcentra su arrobadora belleza y de él salió un volcán de arte que se desparramó e inundó la plaza. El sublime faenón ocurrió en el cuarto toro, serio, bravo y astifino, tras haber escuchado durante la lidia del tercero, al que El Cordobés aplicó su toreo circense, salto de la rana incluido, el mayor insulto que jamás le hayan dirigido: "¡Aprende, Curro!".Y Curro, siempre respetuoso, miró de soslayo al vocinglero, y sonrió. Los agoreros pronósticos que la chorlitera afición bisbiseaba cuando apareció ese descaradote cuarto animal con el que se iba a producir el milagro se tornaron en frenéticos arrebatos de emoción al compás de las dos verónicas y media, perfectas y subyugadoras, con que Curro recibió al bicorne. Luego dictaría una lección corta pero intensísima en la que junto al festoneo de la pureza y la esencia se unió la improvisada variedad de suertes. Así se torea, Curro, rugían las masas ya con los pulsos, acelerados tras haber guardado el silencio que reclama la infinitud del arte cuando el faraón sacó con ayudados por bajo al toro hacia el platillo, convirtiendo en cadencia el mando y en caricia el toreo.
Rojas / Romero, Ortega, Cordobés
Toros de Gabriel Rojas (2º sobrero, en sustitución de un inválido), lo y 2º justos de trapío y cómodos, resto bien presentados; flojos y manejables; 4º bravo.Curro Romero: media perpendicular y descabello (pitos); pinchazo, bajonazo y dos descabellos (oreja). Ortega Cano: pinchazo y estocada desprendida (silencio); estocada desprendida perdiendo la muleta y descabello (dos orejas). El Cordobés: pinchazo, estocada corta, dos pinchazos y tres descabellos (palmas); estocada desprendida (dos orejas). Plaza de Toledo, 13 de junio. Segunda corrida de feria. Casi lleno.
Una vez allí hizo lo difícil: torerar dando distancia, embarcando la alegre embestida, zimbreando a la fiera alrededor de su figura y rematando en la cadera. Todo de fuera a adentro y de arriba a abajo. La plaza era un manicomio y los redondos y naturales, aterciopelados y académicamente perfectos, se alternaban con el sentimiento desgarrador de trincherillas, cambios de mano, pases de la firma, ayudados por alto barriendo los lomos del bicho y torerísimos desplantes. Es verdad que hubo imperfecciones. Pero el conjunto era un grupo escultórico arrebatado de toro y torero en sintonía con el toreo eterno. Fue la venganza de Curro, que al primero le había quitado las moscas.
La generación de Ortega Cano ya se desenvuelve con el oreo moderno y el cartagenero izo honor a ello en el quinto, ras haber pasado desapercibido con el inválido segundo, y espoleado por la genial actuación de Curro, al que felicitó. Con suavidad, más cuidando al oro que pudiéndole, derrochó cantidad de pases, casi todos con la derecha, a excepción de dos naturales citando de frente.
El Cordobés representa al oreo posmoderno, trafallón y de chundarata, con el que arrebató en el serio sexto, tras intentar la ortodoxia y ver que nadie se estremecía. Entonces tiró de repertorio, como cabezazos al toro y pasos de claqué de rodillas. Al final, se desató el triunfalismo. Se llevaron en volandas a Ortega, El Cordobés y el mayoral de la ganadería. Curro ya había desaparecido de forma mágica, pero el auténtico triunfo era el suyo: la gente sólo hablaba de su faenón.
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