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Tribuna:ELECCIONES 6 JUNIOLOS SOCIALISTAS
Tribuna
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La ley de la gravedad

Las sacó. Solo: como decidió convocarlas, como las afrontó a lo largo de una campaña en que el socialismo español era una frágil avioneta descendiendo sobre las ciudades, llevando a bordo un médico, una secretaria, y un griego llamado José María Maravall. Las sacó en un punto en que la derecha española había decidido que su alternativa no debía esperar más. En un paisaje, las sacó, repleto de minas: el cansancio personal, el cansancio de los ciudadanos después de una década brillante, pero que tenía la guinda amarga de unos últimos años deslabazados. Confusos.Las sacó cuando el empate histórico en España siempre ha acabado por decantarse en favor de la derecha. Las sacó sin rectificar significativamente su genética de hombre desapegado, de orientalizante desprecio frente a los que no asumen que están delante de un hombre cargado de razón. Las sacó a través de una campaña mediocre, de mensajes repetitivos y de escasa solvencia intelectual, de una campaña cargada de apelaciones sentimentales y unipersonales.

Una campaña, además, donde el partido socialista fue, muchas veces, una estridente ausencia, un vago reflejo de lo que fuera. Las sacó, a pesar de Madrid, a pesar del asalto a La Moncloa, esa operación arduamente planeada, que no reparó en gastos de épica ni de moneda.

Todo eso es ganar desafiando la ley de la gravedad. Afrontando tres millones, tres, de parados; tres devaluaciones de la moneda; el brusco despertar del sueño del 92 -¿fue únicamente un sueño?- y la convicción de que algunos socialistas tenían bastante con haber llegado a los 100 años de honradez y firmeza. Afrontando, en fin, la pura ley de la física, la que acabó con Thatcher, la que acabó con Bush y tantos otros.

Felipe González ha tenido que habérselas además con un mapa europeo de general reproche a la izquierda, con una juventud que no conoció otro establishment que el que él encarnaba y con la reducción de su estimado discurso europeísta a la incertidumbre más agobiante. A una incertidumbre que amenazó en algún momento de esta campana con dejarle, efectivamente, sin discurso.

Al hombre que desafía las leyes de la física, de la razón y hasta del mito, le espera según toda la literatura disponible un futuro trágico. Pero los españoles, en cualquier caso, decidieron ayer que el futuro, el futuro cósmico, puede esperar todavía un rato.

Sobrepasada la medianoche entraba el candidato en el hotel Palace. Una emoción semejante no se había vivido en ese hotel desde la noche iniciática del 82. Entraba y decía con ironía apenas apagada: "Supongo que no se les escapará la anormalidad que representa en Europa que un gobernante revalide por cuarta vez su mandato". No se les escapaba: ni a lo periodistas presentes ni al público ni a Felipe González mismo, el hombre que acababa de desafiar con éxito la ley de la gravedad y que ahí estaba, encima, narrándolo.

Todo ha sido otra vez un asunto personal: como lo fue el abandono del marxismo, como lo fue el referéndum de la OTAN. Eso habrá de asustar cuando repose la gloria. Pero esta noche se trata de su gloria y en ella hay que dejarle.

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