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Tribuna:ELECCIONES 6 JUNIO
Tribuna
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Ni una sola palabra

Hoy llega Felipe González a Barcelona, después de un mes de campaña electoral, diecinueve mítines en las ciudades de España, dos debates televisivos y repetidos contactos con los medios informativos. Un mes, en fin, de duro trabajo por el voto, de descripción de su obra de gobierno y de diseño de sus planes futuros. Un mes donde ha hablado de política económica, de infraestructuras, de educación y sanidad, de seguridad ciudadana, de política exterior y de política militar, de justicia y de corrupción.En todo ese tiempo, en esas miles y miles de palabras pronunciadas en las tribunas públicas, el candidato socialista a la presidencia del gobierno no se ha referido una sola vez a la política autonómica.

El martes estuvo en Bilbao: el polideportivo rebosante, y entre los oradores, gente que ha hecho del cruce entre socialismo y nacionalismo algo más que un reto político. Bandrés, por ejemplo. En las gradas, los socialistas vascos hicieron ondear todas, absolutamente todas, las banderas de España: Felipe González no se refirió ni un solo instante a la autonomía. Ni siquiera para evocar el famoso espíritu de Anoeta, descrito en aquellas palabras que pronunciara allí en 1982: "Los socialistas respetaremos e impulsaremos hasta llenarlos de contenido, todos los estatutos de autonomía que conforman la nueva concepción del Estado y lo haremos solidariamente". A medianoche, el antiguo líder de Euskadiko Ezkerra, Mario Onaindia, se lamentaba en los salones del Ercilla: "No entiendo cómo no ha dicho ni una palabra sobre la autonomía vasca. Incluso llegué a pasarle un papel para que hiciera alguna referencia. Nada".

La perplejidad de Onaindia es la perplejidad general. Ayer, en La Coruña, la segunda de las nacionalidades históricas que visitaba Felipe, la mención brilló asimismo por su ausencia. Fue un mitin cargado, denso -la verdad es que los socialistas están llenando las plazas adonde quiera que van y el entusiasmo y la calidez son absolutos-, y el candidato volvió a desgranar su mensaje de solidaridad y de modernización. Pues bien: ni desde la solidaridad ni desde la modernización, Felipe entiende que quepa hablar de las autonomías. Y lo más sorprendente es que a su Gobierno no le costaría demasiado trabajo encontrar motivos de orgullo -como otros encuentran motivos de crítica- para aludir a la transformación de la estructura del Estado más decisiva de la reciente historia española. Si en los primeros tanteos de la campaña hubo un momento en que el discurso socialista pareció centrarse en la virtualidad del PSOE como único garante de la no desestructuración territorial de España, la probabilidad de una coalición postelectoral que incluyera a los nacionalistas determinó el abandono de ese discurso, o su reducción práctica a los problemas del agua. Tal vez esa misma probabilidad ha aconsejado al candidato la elusión en su mensaje de cualquier referencia autonómica, su aplazamiento hasta el 7 de junio. Pero lo cierto es que a poco de ese día nadie sabe en España desde que base política, pero también intelectual, afrontaría un Gobierno de Felipe González la colaboración con los nacionalismos y qué impacto tendría ello en la estructura del poder en el Estado.

Hoy llega a Barcelona: la curiosidad es absoluta.

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