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Nacionalismo y Estado

UNO DE LOS RASGOS más llamativos de esta campaña electoral es la actitud de los nacionalismos vasco y catalán: su ejemplar responsabilidad de Estado. Algo que a mí no me sorprende porque llevo diciéndolo 16 años, pero que ha debido de chocar a los españoles amadrileñados que durante el mismo periodo de tiempo han tenido a uno y otro nacionalismo como paradigma de insolidaridad.La UCD padeció los rigores de un Gobierno minoritario por temor a entenderse con los nacionalistas. Y siempre que se ha contemplado un Gobierno de coalición o un pacto de legislatura, se ha subrayado lo. peligroso que era someterse a la supuesta voracidad de tales socios. Yo nunca lo he creído así y mis sinsabores me ha costado, pero ya no puede caber duda a nadie capaz de ver la realidad que los dirigentes vasquistas y catalanistas destacan en esta campana por lo positivo y moderado de sus posiciones y declaraciones.

Los bancos públicos proyectados no son sino anécdotas. Lo importante es que, mientras las grandes fuerzas políticas han entrado en una confrontación total, PNV y CiU se muestran abiertos al compromiso. El realismo de Pujol, la reiterada llamada a la seriedad y el rigor económico de Arzalluz, la atención que Roca reclama para los problemas reales españoles, son no sólo signos positivos, sino pautas a seguir. Cuando Arzalluz se ha referido al PSOE y al PP, ha evitado las descalificaciones y ha destacado las luces y sombras de uno y otro partido. Cuando, para poner otro ejemplo, Miquel Roca ha diserta do en Madrid sobre las relaciones internacionales de España, ha sido, como en él es habitual, un modelo de buen sentido y mejor conocimiento. Las menciones de personas y ocasiones podrían multiplicarse.

El Estado, como ocurriera con la manzana de Ortega, sólo puede descubrirse desde un punto de vista, necesariamente parcial. De ahí la legitimidad del pluralismo que los partidos políticos tratan de poner en práctica. La parcialidad no está reñida con la objetividad. Es, al contrario, su vía de acceso. Pero es claro que cuando cada partido ofrece del Estado y de lo que con él hay que hacer, una visión total, redonda y cerrada, que pretende realizar en soledad, lo que se enfrentan no son diversas perspectivas capaces de organizar la realidad, sino realidades diversas. O, más exactamente aún, fantasmas con aspiraciones de realidad.

Por su pequeñez cuantitativa, los nacionalismos vasco y catalán están libres de esta tentación. Saben que nunca van a dominar al Estado y tan sólo pueden aspirar a influirlo. Su visión es necesariamente parcial y lo que hasta ahora se ha tomado por un defecto, puede que sea su mayor virtud. Porque saben también que la plenitud autonómica y democrática de Cataluña y Euskadi en las próximas décadas está condicionada por la estabilidad política y el progreso económico de España. De ahí que sus dirigentes, cuando del Estado español tratan, tengan cada vez más actitudes ejemplares de estadistas.

A mi modesto entender, la mayor participación de los nacionalismos vasco y catalán en la campaña electoral, primero, en las instituciones, después, resulta sumamente valioso. De una parte, porque integra más y más a la periferia en la empresa común, lo cual no les resta un ápice para proseguir su propia empresa. Y de otra, por el ingrediente de buen sentido, de moderación y flexibilidad, que pueden aportar a la crispada escena política española. Pero, ¡cuidado! si esta participación es de todo punto deseable, incluso si no fuera cuantitativamente necesaria, el ser de los dos nacionalismos históricos no es imitable. Su reproducción clónica, a escala regional o provincial, puede ser una peligrosa caricatura. El cefalópodo no es un bípedo mejor equilibrado, es un adefesio.

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