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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Discurso y hechos

Los socialistas han sido enérgicos en la defensa de ese argumento, complementario del que resaltaba la evidencia de que las políticas neoliberales puras no sólo no conseguían mantener su promesa de reducir los impuestos, sino que se mostraban incapaces de crear empleo de manera estable. Los éxitos de la política económica en el periodo 1986-1991, y sobre todo el gran dinamismo del mercado de trabajo, fueron presentados como la prueba de que existía una vía intermedia entre el rigor thatcherista y el populismo expansionista. El acierto de una política económica se mide por sus resultados en materia, fundamentalmente, de crecimiento económico y cohesión social. Pero no es posible adimitir que esos resultados demostraron lo acertado de la gestión socialista en los años ochenta sin reconocer inmediatamente que los datos ahora conocidos evidencian su fracaso en estos comienzos de los noventa.Esos datos evocan, a su vez, el espectro de la temida combinación entre recesión e inflación que marcó la crisis de los años setenta. Prueba de la intensidad de la primera es que el número de parados creció en el primer trimestre del año un 8,31% -253.154 personas- hasta totalizar 3,3 millones de desempleados, 668.200 más que hace un año; con ello, la tasa de paro queda situada en ese récord histórico del 21,74% de la población activa. Pero ello ha sido compatible con un inquietante aumento de los precios en abril que, además de constituir la peor de las variaciones en ese mes desde hace ocho años, ha situado en el 4,6% la correspondiente, tasa interanual, frente al 4% de marzo.

Esos resultados no son, como se pretende a veces, el efecto inevitable del exceso de rigor de la política de ajuste propugnada por Solchaga, sino más bien de la inconsecuencia en la aplicación de los criterios sintetizados en el programa de convergencia. Hoy es ya una evidencia que desde 1989, y como consecuencia, en parte, del desafío sindical de la huelga general del 14-D, el Gobierno practicó una política de aumento del gasto social cada vez más incompatible con los objetivos marcados. Se siguió teorizando el rigor, pero se cedió a las exigencias corporativas tanto en materia salarial como presupuestaria, así como a las de las autonomías, cuyo gasto se disparó en el mismo periodo. Cuando se quiso rectificar, las obligaciones relacionadas con los acontecimientos de 1992 lo impidieron, proporcionando de paso una coartada para aplazar nuevamente la reforma de la Administración. Así, por una parte, el discurso del ajuste fue utilizado por las centrales y algunos medios de comunicación para deslegitimar al Gobierno como "neoliberal". Pero en la medida que los hechos desmentían ese discurso se crearon las condiciones para que los conservadores -en trance de renovación generacional- recuperasen los apoyos de las clases medias, consolidando una alternativa de centro-derecha.

El sondeo de hoy confirma esa consolidación, aunque no despeja la incógnita de quién será el vencedor, en buena medida dependiente de la elección de los antiguos votantes socialistas todavía indecisos. El Partido Popular (PP) cuenta, de entrada, con un argumento fuerte para intentar ganarse su confianza: que para hacer lo que ahora habría que hacer (en materia económica) es más seguro un partido que, por su tradición ideológica, no está hipotecado por compromisos implícitos con la opinión de izquierda, y en particular con los sindicatos. Pero para dar credibilidad al mensaje tendría que arriesgarse a proponer con claridad aquellas medidas que, efectivamente, están a la orden del día, incluso si resultan impopulares. Tales propuestas brillan por su ausencia en el programa y los discursos de Aznar. Seguramente porque no puede arriesgar los votos atraídos por la vía populista y antigubernamental. La encuesta confirma que el porcentaje de electores identificados con la tradición que representa el PP es todavía muy reducido, siendo espectacular el dato de que, con una intención de voto del 35%, sólo el 24% del electorado manifiesta preferir una victoria del partido de Aznar (frente a un 42% que dice preferir que ganen los socialistas).

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Pero esa preferencia sigue sin manifestarse en la intención de voto. Ello significa que ni el protagonismo recobrado por González ni el fichaje de Garzón han sido considerados por ese sector de indecisos gestos suficientes para hacerles renunciar a su indefinición. El sondeo indica, de otro lado, que, pese a la superior valoración general otorgada a Felipe González, Aznar suscita una mayor confianza frente a problemas como el paro o el déficit, así como los relacionados con la corrupción. También revela el sondeo que una amplia mayoría, incluso entre los votantes del PP, considera que el eventual triunfo de Aznar sería consecuencia de los errores del PSOE antes que de los méritos de los populares. Es posible, entonces, que la clave del resultado resida en la capacidad de González para convencer a los indecisos de que medidas como la devaluación y el descenso de los tipos de interés no sólo son la constatación de un fracaso, sino su reconocimiento y el inicio de una rectificación equivalente a la que, en materia de corrupción, se quiso simbolizar con la incorporación de Garzón.

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