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El despertar del sueño olímpico

A Cataluña, y especialmente aBarcelona, le está costando despertar del sueño olímpico. El auge económico que España ha vivido entre mediados de los ochenta y 1992 encontró en Barcelona el estímulo añadido del proyecto olímpico, que por sí solo generó una inversión directa de cerca de un billón de pesetas, con un impacto inducido de casi tres billones y que dio empleo a 80.000 personas.

Nueve meses después ole que se apagara la llama olímpica, Barcelona mantiene un notable pulso vital que no induce al catastrofismo. Pero la sombra de la crisis es alargada. Tanto como la de las dos torres de la Villa Olímpica, los edificios más altos de España, que dan una nueva imagen al litoral de la ciudad. Una, promovida por la aseguradora Mapfre corno complejo de oficinas, tiene una ocupación del 5%, fiel reflejo de la recesión del mercado. La otra, el hotel Arts, de propiedad estadounidense y japonesa, ha estado nueve meses paralizada por problemas financieros. Junto a ellas, el 40% de los pisos de la Villa Olímpica espera comprador.

Las cosas no van mucho mejor en el resto de Cataluña. Tras un quinquenio de crecimiento sostenido, las señales de alarma empezaron a sonar meses antes de la llegada de los atletas. El periodo 1986-1991 había permitido un gran salto económico que llevó a Cataluña a superar la renta media de la CE con un índice del 102,2%, similar al de Madrid.

Fueron los años en que el sector textil, el motor tradicional de la industria catalana, dejó paso definitivamente al químico y al de la alimentación. El capital multinacional contribuyó a ese crecimiento al aportar una tercera parte de los 972.000 millones de pesetas que en cuatro años se invirtieron en la industria. Una inversión que se ha concentrado en áreas del entorno metropolitano de Barcelona, pero que ha olvidado otras, en especial comarcas del interior, con una progresiva destrucción del tejido productivo basado en miles de pequeñas y medianas empresas.

A finales de 1992 se entró en fase de recesión por primera vez en 10 años, con un PIB regional que creció sólo el 1,2%, y gracias al empuje del primer semestre. Con euforia olímpica de por medio, en 1992 se perdieron 65.000 empleos y el paro pasó del 1: 2% al 15,7%, lejos aún, eso sí, del 20% de la media española.

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Gestión sin desgaste

El Gobierno de Jordi Pujol, respaldado por la mayoría absoluta de Convergéncia i Unió (CíU) en el Parlamento catalán, no ha salido particularmente erosionado de esta situación. Los intentos de la oposición de que Pujol asuma su cuota de responsabilidad con el argumento de que con la gestión de un presupuesto que ronda la cifra de 1,5 billones de pesetas, no se puede alegar incapacidad para intervenir, han hecho escasa mella en la opinión pública. Por el contrario, el Gobierno catalán mantiene una fluida relación con los sindicatos y la patronal. "En Cataluña existe un clima de relaciones laborales muy alejado de la crispación y politización existente en Madrid". Son palabras de Alfredo Molinas, presidente de la patronal Fomento del Trabajo.

Así las cosas, el panorama electoral parece que va a sufrir un ligero pero significativo movimiento por primera vez desde 1982. La tremenda pugna interna que Pujol y su número dos, Miquel Roca, han mantenido durante el último medio año tendrá escaso reflejo en los resultados. Las encuestas reflejan que CiU puede perder votos, pero bastantes menos que los socialistas, con lo que se abre ahora la posibilidad de superar por primera vez al PSC en unas legislativas. En 1989 las diferencias ya se redujeron al mínimo (89.000 votos) y por primera vez se produjo el sorpasso en Barcelona, el bastión de Pasqual Maragall, el activo más importante del PSC junto al vicepresidente Narcís Serra.

Y es que el socialismo catalán no ha conseguido encontrar la fórmula para desarmar el discurso pujolista. Su último traspiés en las elecciones autonómicas ha provocado la renuncia de su líder, Raimon Obiols, a ser candidato por tercera vez en 1996. El escepticismo cunde en un partido íntimamente convencido de que no hay manera de batir a Pujol.

Para el PSC, la confrontación del 6 de junio tiene, además, un significado especial. Un pacto de gobierno o de legislatura entre el PSOE y los nacionalistas despierta reacciones encontradas en el partido. Mientras un sector sostiene que ello sería beneficioso que obligaría a Pujol a acabar con el doble lenguaje, otro considera que sería perjudicial porque dejaría al PSC en una situación incómoda en Cataluña, donde su margen de maniobra en la oposición sería nulo. Si, además, CiU se convirtiese en la opción más votada, mermaría la influencia política de Serra y del socialismo catalán en el PSOE, donde no faltarán enemigos dispuestos a pasar factura.

Votos hacia el PP

Resulta paradójico que las opciones convergentes sigan relativamente intactas justo cuando los sondeos auguran también un incremento del apoyo al PP, al que Pujol ha ido arrebatando buena parte de su espacio electoral, y de los independentistas de Esquerra Republicana (ERC).

Para el primer caso, la explicación ofrece una novedad. Las previsiones indican que el PSC perder á votos en dirección al PP. Algo increíble hasta ahora en Cataluña. Esta vez, sin embargo, se aprecia una ligera tendencia de un sector del llamado voto PSOE -el procedente de medios de la inmigración que no conectan con el catalanismo del PSC y que se abstienen en las autonómicas- a desplazarse hacia el PP. Los populares catalanes, que cuentan con un remedo de partido mal avenido, sometido a la supervisión de los comisarios políticos de Aznar, aspiran ahora a alcanzar el medio millón de votos, una cifra que les permitiría salir del pozo.

Por el flanco de ERC, el nacionalismo conservador no parece que vaya a sufrir desgaste, y todo apunta a que Ángel Colom encontrará los 80.000 votos que la vieja Esquerra ha ido dejando por el camino entre los nuevos votantes y entre los desengañados refugiados en la abstención.

Cataluña afronta, pues, las elecciones con la percepción de que puede salir de la crisis económica peor dotada para afrontar el futuro. Una impresión que apunta al voto crítico hacia quienes gobiernan en Madrid en la doble convicción de que en buena parte son responsables de esa crisis y, a la vez, de que la capacidad de autogobierno no ha aumentado significativamente. Las complicaciones sufridas por la prometida cesión del 15% del IRPF parecen haber calado como símbolo de estancamiento en el desarrollo autonómico.

La reivindicación del 15% del IRPF resume en sí misma las paradojas de la política catalana. Así lo reflejaba hace unas semanas Pujol cuando reflexionaba en voz alta: "A nosotros nos favorece tanto si los socialistas ceden el 15% como si no lo hacen". "Si lo ceden, habrá ganado Cataluña y se habrá demostrado que nuestra presión permanente es necesaria. Si no lo ceden, evidenciarán que el Gobierno incumple sus compromisos con Cataluña y el PSC será su cómplice".

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