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FERIA DE SAN ISIDRO

Lo hizo guardia

JOAQUIN VIDAL, Montó Ortega Cano la espada con mucha prosopopeya, dirigió al público una mirada seductora, acanutó los labios en un gesto que denotaba el estado arcangélico de la exquisitez, enderezó el cuello en aleve mohín para aliviarlo de las angosturas de la pañoleta, arqueó despacito la pierna izquierda, afinó la puntería, corrigió el ángulo de tiro, adelantó la pañosa, metió contundente la estocada al arrancarse el torcí, y fue, y lo hizo guardia.

El toro quedó por allí derivando sin rumbo con el espadón enhebrado en sus carnecitas inocentes; la afición, perpleja; estupefacto el matador. ¿Qué había podido ocurrir para que un volapié tan minuciosamente preparado saliera así de chusco? Pero no fue sólo ese volapié. Antes había pretendido Ortega Cano matar recibiendo con el mismo ceremonial y el pinchazo resultante cayó por los bajos. Y aún antes, no hubo cite, pase, ni desplante en el transcurso de su interminable faena, que no los anunciara con solemnes protocolos. El toreo de Ortega Cano consistió en el parto de los montes: parecía que iba a ser el fin del mundo y cuando se decidía a ejecutarlo, le salía un ratón.

Torrestrella / Ortega, Finito, Caballero

Cinco toros de Torrestrella (uno fue rechazado en el reconocimiento), bien presentados, varios inválidos, encastados y nobles en general. 5º de Puerto de San Lorenzo, con trapío, inválido y manso.Ortega Cano: pinchazo bajo recibiendo, espadazo enhebrado a un tiempo -aviso- y bajonazo trasero (pitos); estocada caída (pitos). Finito de Córdoba, que confirmó la alternativa: estocada atravesada que asoma y tres descabellos (silencio); bajonazo descarado y descabello (silencio). Manuel Caballero: dos pinchazos y estocada (silencio); pinchazo y estocada trasera (silencio). Plaza de Las Ventas, 13 de mayo. Sexta corrida de feria. Lleno.

Ratoncito picaruelo, que a unos les crispaba los nervios, mientras a otros les cayó simpático y se reían. La premiosa y relamida faena de Ortega Cano provocó esta chocante división de opiniones. El pinturero diestro se complacía en crear unas expectativas de arte que luego resultaban fallidas. Pulcro, ceremonioso y juncal al citar, cuando llegaba el toro lo vaciaba hacia afuera y se quitaba de en medio. Varias docenas de pases llevaba hasta que consiguió ligar dos -eso fue por la derecha-, tres más los convirtió en inconexos banderazos -eso fue por la izquierda-, tomó a las andadas, probaba derechazos, esbozaba naturales... Un torero tiene todo el derecho del mundo a ser cuan juncal, ceremonioso y pulcro le plazca, que cada coletudo entiende el arte a su manera; pero lo que no puede ser es pesado. Y Ortega Cano, con sus parsimonias y sus ringorrangos, acabó poniéndose pesadísimo.

Dos toreros esperaban su turno impacientes, y no paraban de mirar el reloj. Hubieron de esperar tanto que, al salir a la palestra, ya se les habían quitado las ganas. Esto explicaría que Finito de Córdoba y Manuel Caballero dieran cierta sensación de desgana y enviaran al desolladero sin torear toros de excelente condición.

Un estado de ánimo lamentable, porque ambos jóvenes coletudos conocen el oficio y se les ha visto interpretar muy bien las suertes en pretéritas ocasiones. Finito ofreció una muestra en los torerísimos lances a la verónica con que saludó al noble toro de su alternativa. La verdad es que compareció con mal color, quizá enfermo -se hablaba de fiebre y conjuntivitis-, lo cual justificaría su posterior desánimo y las ventajas que se tomó muleteando fuera de cacho. Con el quinto, en cambio -un cinqueño manso y reservón-, se midió animoso e incluso intentó torearlo al natural, lo que era revelador de su castita torera. También Caballero se echó la muleta a la izquierda en el tercero, mas no lo toreó en sentido estricto; antes bien lo destoreó en sentido lato, y el toro iba a su aire. Después al boyante sexto le hizo una larguísima faena sin inspiración ni ajuste.

El público, entretanto, hablaba de sus cosas o se quedaba dormido. El fenómeno de la transmisión, que ponderan los taurinos, se estuvo produciendo toda la tarde en plenitud. Oleadas de aburrimiento era lo que transmitían los toreros al tendido y lo dejaban sumido en un profundo sopor. Algunos aficionados abrían un ojo, preguntaban "¿Por qué toro vamos?" y seguían pegando cabezadas sobre el hombro del vecino.

Sólo los investigadores de la ciencia taurámaca permanecían en vigilia. Aquello del toro que Ortega Cano hizo guardia no lo acababan de entender. ¿Por qué guardia? ¿Acaso no es más propio de pinchos morunos que de guardias ir ensartados por una espada? Les pasa a los investigadores de la ciencia taurómaca que no conocieron a los guardias de principio de siglo, cuyo uniforme incluía tahalí, del que pendía la espada con su funda. Y cuando a un toro le enhebraba el matador el estoque, lo asociaban con aquella imagen. En el fondo era una comparación perversa, ya que los públicos siempre estaban rencorosos con la autoridad, por alguna oreja concedida de más o por algún aviso enviado de menos. Eran otros tiempos, claro. Ahora los rencores son por una oreja de menos o por un aviso, de más. Desde que los guardias no llevan espada, sino porra y pistola al cinto, los públicos se han hecho muy triunfalistas.

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