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Tribuna:
Tribuna
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Soy un sospechoso

Cuando me he levantado esta mañana, tras un sueño agitado, he descubierto con horror que soy un periodista nada independiente, posiblemente vendido, y comienzo a creer que soy, al fin y al cabo, un corrupto, o estoy, en el mejor de los casos, a punto de poner precio a mi alma.Al fin, tras profundas reflexiones, he llegado a la decepcionante conclusión de que no puedo enarbolar bandera alguna de independencia. Y que -aunque me cueste admitir tan amarga verdad- no puedo ni debo compararme con otros compañeros de profesión que, claramente y sin tapujos, como corresponde a este maravilloso y arriesgado oficio, han dejado bien clara su honestidad acrisolada, su brillante capacidad crítica, su magnífica independencia del Gobierno, su desprendimiento casi cartujano a la hora de mostrar sus preferencias políticas. Qué voy, infeliz, a compararme con esos magníficos profesionales que predican la verdad más feroz, por dura que ésta sea, y no dicen ni palabra de determinadas personas, instituciones, empresas, que llenan sus programas y pagan su vida y sus milagros.

Ellos, perseguidos hoy por los poderes públicos, arrastrando sus heroicas existencias, pasando mil penalidades para que triunfe la sagrada máxima del periodismo libre. Ellos, que en el pasado mantuvieron la sagrada virtud de la prudencia y comprendieron que en épocas de dictadura hay que saber esperar y poner buena cara. Supieron como nadie resistir la tentación de la rebeldía e incluso -con el corazón lacerado- animaron actitudes claramente opuestas a cualquier mínimo derecho de los hombres. Ellos -los admiro-, ungidos por el espíritu de la verdad, que nos dicen, caiga quien caiga, a quiénes hemos de votar, quiénes son los honestos y los miserables, quién tiene derecho al halago o al anatema.

Cómo voy a compararme. Yo soy un desgraciado que no ha sido capaz en tantos años de profesión de levantar ni una triste falda, un escándalo financiero o una miserable chorizada política. Nada. Me he limitado a informar convencido -infeliz- de que éste es un oficio en el que se dispara con pólvora pagada y peligrosa, y que por eso hay que tener un cuidado exquisito a la hora de elegir el blanco móvil. Y encima pensando' que más allá de la noticia está siempre el ser humano, ajeno muchas veces a la maldad de la letra impresa. En fin, qué quieren que les diga, soy un desastre y he dejado que la realidad me estropeara magníficos reportajes. Soy -pobre de mi- un simple periodista que ha tenido que trabajar desde los 16 años, que estudió a salto de mata -vaya por delante mi ignorancia- y que intenta contar como puede y con los medios que el destino ha puesto en tan inexpertas manos algo de lo que está pasando, y contribuyendo un poco a hacer el aire un poco respirable. Dónde va a parar.

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. Hoy, en plenas elecciones, al levantarme, tras un sueño agitado, he visto claro que sólo se puede ser independiente si se ataca a González, se defiende a Aznar o se le llama el nombre del cerdo al que se me ponga por delante. Lo confieso. Yo no he escrito nunca ni un solo artículo a favor de Aznar ni del PP. Ni he pedido el voto para la derecha -tampoco para los socialistas-, y, lo que es más grave, no tengo más remedio que admitir que, llevado por mi natural, en ocasiones, cuando otros les j aleaban, he criticado a jueces que se creían el Guerrero del Antifaz, y además se me ha escapado incluso algún llamamiento a favor de la serenidad y la mesura frente a los que sacaban los cuchillos y las horcas o animaban a sacarlos. Y para mi vergüenza, he llegado a justificar en ocasiones la acción de este Gobierno. Al llegar el momento de las elecciones, he de confesar que he pedido tranquilidad, he atacado la demagogia y, en el colmo de mi ingenuidad y/o ignorancia, he escrito a favor de no confundir lo que pueden ser corrupciones personales con la bondad de todo un sistema.

Comprendo, pues, que sea sospechoso. Y puesto a decirlo todo: me he estremecido por la culpa colectiva que pudiera corresponderme del suicidio de Pierre Bérégovoy, y particularmente por la que me toque pechar como periodista. Por los miles de Bérégovoy y por los miles de hombres que han visto su nombre arrojado -presuntamente- entre tinta y papel de rotativa.

Así que, dispuesto a lo que sea, y a que salga el sol por Antequera, reivindico mi derecho a no atacar al PSOE, a no tener que decir que todo el mundo trinca ni que este país es una mierda. Exijo poder opinar en contra de los jueces, de los periódistas y de los políticos. Y si me peta, asegurar que me gusta Felipe González, Julio Anguita o el mismísimo José María Aznar, sin que nadie ponga en duda mi honestidad personal, mi honradez o mi independencia.

Y antes de que nadie lo descubra, me adelanto: soy amigo personal de José Luis Corcuera. ¿Y qué pasa? Al fin y al cabo, es mejor dejar claro desde el primer momento que soy un personaje sospechoso. Y lo aviso: el día menos pensado acabo pidiendo el voto para los socialistas. Para que quede claro.

Rodolfo Serrano es director de Mercado.

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