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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Heptagobierno

LA DEBILIDAD institucional italiana avanza hacia extremos verdaderamente peligrosos. Al mismo tiempo, Italia no deja de sorprender ni un solo momento. El último Gobierno (el último hasta esta madrugada; ¿nos desayunaremos a primera hora de la mañana de hoy con otro?) ha durado menos de 24 horas, ya que el escándalo originado ayer al absolver el Parlamento italiano a Bettino Craxi de corrupción dio al traste con el original Ejecutivo que el primer ministro Ciampi había elaborado con la presencia de los ex comunistas y verdes.La fórmula diseñada por el presidente italiano, Oscar Luigi Scalfaro, para salir del atolladero político italiano pasaba por imponer vanas innovaciones. La primera consistía en quebrar el control ejercido por los grandes partidos sobre el mundo político; un sistema que ha propiciado los escándalos de Tangentópolis y los lazos del Estado con la Mafia. La segunda era pedir a un técnico apolítico que se hiciera cargo de un Gobierno de crisis. La tercera, inesperada por su inteligencia y por su aparente sencillez, consistía en que el nuevo primer ministro, Carlo Azeglio Ciampi, propusiera su programa y nombrara a sus ministros apoyándose precisamente en las formaciones políticas que han sido consustanciales al sistema desde el término de la II Guerra Mundial y cuyas luchas han producido el bloqueo institucional que ahora lastra a Italia.

Lo ingenioso de la apuesta de Ciampi era acudir no a los cuatro o cinco partidos que, por culpa de un sistema electoral incapaz de romper los empates, han sido indispensables para sustentar los Gobiernos desde hace años, sino a las siete grandes formaciones que existen en Italia. Se trata de los cuatro de la mayoría anterior (democristianos, socialistas, liberales y socialdemócratas), más el republicano (que completa la antigua fórmula del pentapartido), más el verde y, más notablemente aún, el Partido Democrático de la Izquierda (PDS), el principal partido heredero de los antiguos comunistas.

El Gobierno de Ciampi se presentó con vocación de permanencia, con la intención de enderezar la economía y, sobre todo, de renovar en profundidad el sistema político. No ha sido posible. Ciampi se apoyó en su no adscripción ideológica, su formación economicista, y su convencimiento de que el resultado del referéndum del 18 y 19 de abril últimos (con el masivo apoyo a la desaparición de algunos ministerios, el cambio del sistema electoral del Senado y la supresión de la financiación pública de partidos) ha sido una instrucción específica para la reforma. Que lo hiciese apoyándose en los siete grandes partidos indicaba una razonable voluntad de transición sin ruptura.

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Que lo consiguiese era cosa completamente diferente, como se ha visto de inmediato. Porque, aunque las caras sean en gran medida nuevas y muchas no hayan pasado siquiera por un escaño parlamentario, los aparatos no van a entregarse alegremente a posibles alteraciones del sistema electoral que resulten perjudiciales para sus intereses. Habrá que destacar también que los nopartidos -la Liga Lombarda, de Umberto Bossi, y la Rete, de Orlando-, la ortodoxa Refundación Comunista y los fascistas misinos, esta curiosa alianza de formaciones que no tienen relaciones con el sistema, hayan anunciado su negativa a otorgar la confianza al Gobierno de Ciampi. Porque se trata de formaciones que asumieron que la ruptura con un sistema al que consideran corrompido pasaba por el voto contrario en el referéndum; un voto que no consagrara mediante el cambio del sistema electoral la renovada hegemonía de los grandes y la exclusión de los pequeños renovadores.

La coyuntura es de auténtica emergencia. La lira puede irse hoy a pique y las incógnitas son tan grandes que es imposible predecir la situación real de un país que necesita urgentemente de la estabilidad para seguir sobreviviendo como tal.

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