Cogida grave de Rincón tras una emotiva faena
Núñez / Manzanares, Espartaco, Rincón
Toros de Joaquín Núñez, discretos de presencia -el 2o, sin trapío e inválido total-, inválidos, pastueños; 3o, muy encastado y bravo. José Mar¡ Manzanares: dos pinchazos y dos descabellos (silencio); tres pinchazos y descabello (silencio); pinchazo y media (ovación). Espartaco: estocada ladeada (silencio); pinchazo y estocada (dos orejas); salió a hombros. César Rincón: gran estocada en la suerte de recibir, saliendo cogido (dos orejas); pasó a la enfermería. El comienzo de la corrida se retrasó media hora para acondicionar el ruedo, encharcado por la lluvia, que cayó antes y durante la corrida. Plaza de la Maestranza, 29 de abril. Novena corrida de feria. Lleno.
César Rincón citó a recibir al tercero de la tarde, y mientras hundía todo el acero por el hoyo de las agujas, el toro le metió el pitón en la ingle y le levantó en lo alto, teniéndole allí, doblado sobre el asta derecha, unos segundos angustiosos. Cayó finalmente a la arena y cuando se quiso incorporar, ya no pudo. Rincón intentaba contener la hemorragia con ambas manos, y las cuadrillas, que acudieron presurosas al quite, se lo llevaron rápidamente a la enfermería.
La comada no es tanto como pareció y pudo ser, igual que ocurrió el pasado lunes, cuando un toro bronco del Marqués le cogió de mala manera. En aquella ocasión, el diestro colombiano libró con varetazos múltiples el tremendo percance. Ahora, en cambio, se ha producido la comada. Pero es limpia, menos mal; porque dentro de la consternación del público rondaba el fantasma de los peores recuerdos, con Manolete y la tragedia de Linares en primer término.
Rincón había ejecutado en pureza la suerte de recibir, para coronar en la gloria una magnífica faena de muleta, que había sido jaleada y musicada, de principio a fin. Una faena tan larga y tan emotiva, que la banda del maestro Tejera hubo de empalmar dos pasodobles.
El toro se comportó con bravura en todos los tercios y es evidente que Rincón no quería dar lugar a que se agotara su embestida, pues desde el primer muletazo lo estuvo citando a mucha distancia. No es usual esa forma de torear. Mas consiguió su propósito, y el toro, al que le bullía en la sangre la casta brava, no paró de embestir codicioso.
Ligó series de redondos, unos de irreprochable factura, otros aliviándose con el pico de la muleta, rematados todos con la grandeza del pase de pecho o con el aguafuerte del trincherazo clásico. No se acopló Rincón en los naturales, volvió a manejar la derecha, cuadró, y se perfiló para matar. Lo hizo en los medios. Al cite, se arrancó el toro con fuerza y el torero bajó la mano de mandar, en tanto la de matar apenas se distanciaba del nudo de la pañoleta. Fue aquello, literalmente, volcarse sobre el morrillo, y si vació Rincón la suerte, el toro no quiso obedecer al señuelo de la muletilla liada, sino que derrotó, brutal y certero, sobre el cuerpo del diestro.
César Rincón había puesto muy altos el arte y la emoción del toreo verdadero y sus compañeros se esmeraron a continuación en superarlos, cada cual según sus capacidades. La emoción no pudo ser, porque los toros -igual los siguientes que los anteriores- estaban inválidos y embestían con infinita boyantía.
Espartaco, que muleteó sin ángel al inválido que salió en segundo lugar, toreó al quinto con una parsimonia, un temple y un gusto casi desconocidos en su perfil profesional. Se diría que toreó con deleite. Redondos y naturales se sucedían en una hermosísima amalgama de ritmo y donosura, provocando en los tendidos un auténtico delirio. La Maestranza descubrió en esa faena los sentimientos artísticos que seguramente le venian latiendo a Espartaco en un rinconcito de su alma torera.
Manzanares mostró algunos detalles de su finura, pero sin ligar ningún pase y en medio de unos trasteos movidos y forzados. En realidad desaprovechó tres toritos inválidos e inocentes y no emocionó nada a la afición. Realmente, después de la impresionante entrega de César Rincón frente a un toro entero y bravo, emocionar era muy difícil.
Babelia
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