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FERIA DE SEVILLA

La difícil facilidad

Con facilidad; así toreó Enrique Ponce, sobre todo a su primer toro (si es que aquel inocente era toro). No se trata de cosa fácil torear con facilidad. Por el contrario, constituye empresa difícilisima.La difícil facilidad no es expresión nueva. La empleaban los viejos revisteros para acuñar el arte lidiador de los maestros de la tauromaquia, que dominaban al toro conteniendo sus miedos y sus nervios, sin esfuerzo aparente, empleando con naturalidad los recursos técnicos que les dictaban sus conocimientos y su torería.

Hemos visto en esta feria diestros meritorios que para fajarse con los toros más o menos innobles ponían cara de haberse ido a Vietnam, cargando además un baúl. Y sufrían ... ; y sudaban... A eso lo llaman profesionalidad. Encaja la definición en el nuevo orden de la fiesta, marcado por la curiosa mentalidad de los taurinos en general y algunos apoderados procaces en particular, que les gritan a sus pupilos desde los callejones: ¡Date importansia! Y entonces van los pupilos, y se dan importansia, para lo cual se aflamencan y se ajarandan, o se ponen a sufrir y a sudar haciendo aspavientos, como si los hubieran mandado a Vietnam cargando un baúl.

Domecq / Romero, Ponce, Chamaco

Toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados, excepto 2º (de escasísimo trapío) y 5º; algunos sospechoso de pitones; nobles en general; 6º que hirió un caballo y de encastada nobleza, premiado con vuelta al ruedo.Curro Romero: pinchazo hondo atravesado en el cuello y dos descabellos (silencio); pinchazo, otro hondo y tres descabellos (pitos). Enrique Ponce: estocada baja (escasa petición y vuelta); dos pinchazos, estocada corta atravesada y dos descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (silencio). Chamaco: estocada corta baja (silencio); bajonazo (oreja). Llovió torrencialmente antes de la corrida y durante la lidia del sexto toro. Plaza de la Maestranza, 28 de abril. Octava corrida de feria. Lleno.

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La corrida de hoy

La difícil facilidad de Enrique Ponce consistió en torear tranquilo, relajado, despacioso, embarcando la pastueña embestida del animalito que parecía toro con irreprochable temple la mayoría de las veces, con algunos enganchones otras. Los mejores lances de capa y los mejores muletazos se los instrumentó Ponce a ese su primer toro (o lo que fuera aquel infeliz), y principalmente en el armónico conjunto de ayudados, trincherillas, pases de la firma y cambios de mano, preludio de la faena, que coreó con encendidos olés el admirado público de la Maestranza. Curro Romero también posee la excelsa virtud de la difícil facilidad, sólo que es de distinta naturaleza. Se sospecha, incluso, que ni siquiera es de este mundo y entra en los terrenos de la brujería, de la magia y de la filosofia esotérica.

Al toro que abrió plaza se limitó Curro a espantarle un poco unas mosquitas cojoneras que le merodeaban ora el testuz, ora lo del día de la boda. Al cuarto de la tarde, en cambio -un torazo de preciosa estampa y estimable envergadura, poderoso y bravo-, le puso la muleta delante, y entonces fue el toro y se paró. Así es la difícil facilidad de Curro Romero; un don exclusivo e irrepetible, cuyos secretos se llevará consigo cuando decida retirarse del toreo, no se sabe si al finalizar la presente temporada o allá por el año 2000: le basta presentar la muleta para que el toro se quede paralítico. De todos modos algo debió fallar, porque Curro Romero dio un pase de pecho. Posiblemente fue sin querer y débesele perdonar. Nadie es perfecto.

Chamaco se puso pesadito pegando derechazos y naturales sin estilo, ni gracia, ni garra al tercer toro, que era una mona. Y Ponce no conseguía encelar al quinto de la tarde, de cambiante comportamiento. Toro de embestida incierta -complicada, en consecuencia-, lo mismo humillaba rebozándose en el engaño con franquía, que topaba o, sencillamente, se paraba sin disimulos en el centro de la suerte.

Estuvo voluntarioso y aseado Ponce en este toro. Y ya parecía que la corrida había entrado en imparable declive, cuando los tiznados nubarrones que se habían ido juntando amenazadores sobre los tejadillos del coso, soltaron agua a caños. Llovía si Dios quiere qué, y el ruedo se anegó en un periquete. Nadie abandonó los tendidos, sin embargo. Por que, a partir de ahí, habrían de producirse las mayores emociones.

El sexto toro, un colorao con trapío, bravo en varas, romaneó al caballo de picar en el primer encuentro, le ensartó todo el asta bajo el brazuelo, y luego la sacó tinta en sangre, desde el pitón a la cepa. Cuajerones de esa sangre colorearon la laguna también, y allí se hizo presente Chamaco, descalzo, decidido y retador. Un trémolo de emoción (y de incipiente constipado, seguramente) corrió por el tendido cuando Chamaco echó las dos rodillas al agua, dio los pases por alto correspondientes, instrumenta tandas de redondos y naturales con serio clasicismo, le dio un ataque tremendista y tiré lejos los trastos, provocando en los remojados espectadores una inmensa explosión de entusiasmo.

La vibrante faena y la brava nobleza del toro conmovieron a la afición de la Maestranza, esa es la verdad. Menos mal. Porque la dificil facilidad, si es con torito infeliz, en el fondo resulta bastante aburrida; francamente.

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