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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Y ahora, qué?

LA SOLUCIÓN de la crisis gubernamental de Italia -no de la institucional- ha sido abordada de forma relativamente innovadora por el presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro.Primera innovación: a la hora de encargar la formación de Gobierno, el presidente ha acudido a Carlo Azeglio Ciampi, gobernador del Banco de Italia desde 1979, un economista sin afiliación que, por primera vez en la historia de las jefaturas de Gobierno de Italia, no es diputado. Segunda innovación: Ciampi ha aceptado encabezar el Ejecutivo y presentar la lista de su Gobierno y su programa sin negociarlos previamente con los partidos de cuyo apoyo depende el triunfo en la moción de confianza que debe llevarle al Quirinal. Los partidos que presumiblemente le apoyarán son los de la coalición cuatripartita con la que gobernaban Amato y, antes que él, Giulio Andreotti, el hoy emponzoñado líder democristiano: socialistas, socialdemócratas, democristianos y liberales. Es decir, que el nuevo Gobierno, cuya tarea principal debería ser la reforma institucional por la que Italia se decidió en masa en el referéndum de hace una semana, se apoyaría para ello en las formaciones que son responsables del desaguisado en que se encuentra la República.

Interesante doble juego. Pero se trata de una alternativa prudente y hábil. Porque si Ciampi consigue la confirmación parlamentaria podrá poner en práctica su programa y tal vez empezar a enterrar la tangentópoli sin que por ello deba enterrar a la República. Es la transición moderada como alternativa a la ruptura. Sólo un primer ministro apartidista tendría la autoridad suficiente para imponer la disciplina y reconducir al Estado a la moralidad sin dinamitarlo. Por eso no contará con el apoyo de las Ligas y del Partido Democrático de la Izquierda (PDS, los ex comunistas), que quieren un Gobierno provisional que haga la reforma electoral pendiente, disuelva las Cámaras y convoque las elecciones que conduzcan a la nueva República. Las dos soluciones son difíciles, cuando están completamente abiertas las heridas de la inmoralidad política y de los lazos del Estado con el crimen organizado.

Scalfaro, atendiendo a las peticiones de la gran industria, de quien Ciampi es candidato, se ha inclinado por un monetarista ortodoxo que enderece la economía italiana y mejore la posición de la lira. En ese sentido, la apuesta ha dado réditos inmediatos, con dos días de subida de las bolsas y de la moneda.

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¿Funcionará la fórmula? Todo es siempre posible en Italia. Está claro que Ciampi no se encara con la jefatura del Gobierno con intención de provisionalidad: sus primeras iniciativas programáticas (saneamiento de las finanzas públicas, reducción del déficit, modernización del aparato productivo) requieren tiempo para fructificar. Pero también cabe dentro de lo posible que no consiga el endoso parlamentario, o que, a la vista de las dificultades con que se tope, decida retirarse, o que, verdadero terremoto político, la concesión del suplicatorio contra Andreotti (obtenido ayer en comisión y pendiente de aprobación por el pleno del Senado) se interprete como lo que en realidad es: una condena de toda la clase política italiana.

Sería para el presidente Scalfaro el momento de intentar la segunda y más revolucionaria opción: pedir a Mario Segni, padre y principal impulsor del referéndum que hace poco más de una semana recogió el deseo de cambio de los italianos, que forme un Gobierno verdaderamente revulsivo. Es decir, que prefiera la ruptura a la transición.

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