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Reportaje:

A la cama en autobús

Los 'búhos' concitan situaciones y personajes sólo propios de la noche

Antonio Jiménez Barca

La espera del autobús nocturno, el búho, tiene alicientes que no garantizan los diurnos. En la plaza de la Cibeles, antes de que llegue el vehículo que devuelva a la cama a los noctámbulos, éstos pueden hacerse con un reloj "bueno y barato" que un hombre vende con disimulo, tomar cervezas en el carrito quiosco de un ex sargento africano o conocer "al último romántico de Madrid", que aguarda a su compañera con paciencia inverosímil. Sus conductores aseguran que este autobús es "una diligencia sin ley" los fines de semana.

El búho funciona todas las noches desde las 12 hasta las seis de la mañana. Hasta las dos, la cadencia es de media hora. A partir de las tres, sólo sale cada hora en punto. Los fines de semana los horarios se modifican (sale un búho cada media hora durante toda la noche), los usuarios se multiplican y los problemas se agravan. Un conductor veterano lo explica: "Sobre todo en la línea N-2, la línea que va al distrito de San Blas. En el viaje de vuelta (cuando un búho llega al final de su trayecto regresa después a Cibeles, incorporando viajeros), a la altura de la discoteca Argentina, en la calle de Pobladura del Valle, 21, si ésta acaba de cerrar, se suben muchos jóvenes que quieren viajar al centro sin pagar. Y muchas veces no lo podemos impedir. Uno no es Supermán".Lo normal en el búho es que se fume con completa impunidad, sobre todo los fines de semana, pero también se han dado casos mucho más graves: "El año pasado encontramos dos muertos por sobredosis, uno en la línea N-4 y otro en la línea N-8", prosigue el conductor. "Pero ahora todo está más tranquilo. Desde septiembre se monta mucha menos gente. ¡Es la crisis!". Para poner un ejemplo significativo de cómo la crisis afecta al búho, cuenta cómo en la Nochevieja pasada, en la que él trabajó, los que daban por finalizada la fiesta encontraron siempre sitio en el autobús, cosa que no pasó en la Nochevieja anterior, en la que él también trabajó.

El sueldo en taxis

Los días laborables son más tranquilos. Los que aguardan son por lo general solitarios trabajadores que matan como pueden los ratos de espera. Enrique Pulido, de 53 años, lo hace con un manoseado periódico deportivo releído ya de todas las maneras posibles. Trabaja en el sector de la hostelería, y pasa diariamente los tres cuartos de hora más fríos de la jornada esperando que llegue el búho de las cuatro. "Se me iría el sueldo en taxis si no existiera el búho", afirma.No es extraño que mientras se espera se acerquen personas que piden para poder pagar el billete. Muchos de ellos son los mendigos o drogadictos que no tienen otro sitio para dormir que el sue1-0 del pasadizo subterráneo de Banco, situado bajo las paradas de los autobuses.

Y así, mientras en la superficie los viajeros medio sonámbulos se montan en el único autobús madrileño cuyo destino es directamente el dormitorio, Sabinne, una chica francesa de no más de 20 años, regresa al pasadizo, y en él a la manta tras la que desaparece y en donde guarda la heroína.

Tony, un ex sargento del Ejército guineano de 35 años, lleva más de uno viviendo de lo que vende a los que esperan al búho. Casi todas las noches, Tony instala su carrito-quiosco portátil al lado de un puesto de periódicos cerrado.

Vende desde botes de cerveza a cigarros sueltos, y las noches en las que el negocio le va bien (los fines de semana) puede llegar a 14.000 pesetas. Todos le conocen: los conductores, que comentan que la policía a veces les pregunta sobre su comportamiento, y los usuarios asiduos.

Un cliente habitual de Tony es Jaime Carpintero, de 48 años, un encargado de obra tan enamorado que es capaz de esperar a pie firme en invierno, desde las dos a las cuatro de la mañana, a que llegue su chavala, empleada de hotel. "Lo normal es esperar una hora sólo. Pero hoy se retrasa", afirma. "Lo bueno es que Jaime no coge nunca el búho. Vive en la calle de las Huertas, a un paso de Cibeles.

Los 11 búhos, uno por línea, salen siempre a la vez de Cibeles. Llegarán en poco tiempo a sus 11 puntos de destino (el tráfico es prácticamente inexistente a esas horas). Desde allí regresarán otra vez a Cibeles, para volver a juntarse y volver a empezar. Mientras tanto, mientras se llenan las marquesinas de trabajadores solitarios o de juerguistas, quedan los de siempre: el vendedor de chucherías el inspector de la EMT o el enamorado de la paciencia de hierro. Y un mendigo escapado de un albergue, del que un policía municipal de paisano, también cliente habitual del autobús nocturno, comenta: "Ése ya ni búho. Ése no coge ni el murciélago".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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